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Pereira, Colombia - Edición: 13.357-937 Fecha: Jueves 31-10-2024 |
COLUMNISTA |
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El sexo sentido
Por: Jotamario Arbeláez
Para Alexa Taboada
Como no vine a este mundo editorial a publicar libros sacros, así los temas me sobren porque el espíritu santo es el amanuense, y dispongo de ventanas abiertas al viento paráclito, mi determinación inmediata es poner mi pluma de oro al servicio de la pornografía, pero sin caer en el erotismo. Pornografía pura, que es la que escribimos los puros de corazón. Para muestra el botón que les estoy abrochando.
No vine a convertir este mundo en jardín de rosas porque no soy jardinero, ni vine a destrabar la economía de la especie porque mi especialidad nunca fue la banca, ni a sacrificarme por una humanidad sin remedio. Ni a visitar a los enfermos para no correr el peligro de contagiarme, ni a dar de comer y beber al hambriento ni al sediento cuando a duras penas conseguía para lo mío, ni a dar posada al peregrino porque el que vivía de posada era yo, ni a consolar al triste porque quién podría superar mi tristeza, ni a visitar al cautivo porque me podrían dejar en la cárcel, ni a vestir al desnudo cuando se trataba era de desnudar al vestido. Todas las obras de misericordia se me quedaron en obra negra. Me propuse actuar como un personaje de la nueva ola francesa, como el antihéroe Renaud de El reposo del guerrero, o el Poicart de Sin aliento, o el Valmonte de Les liaisons dangereuses. Qué culpa tenía yo, si padecía el mal du siècle del nuevo siglo. "Lo único que podía llamar verdaderamente mío, era la verga”, como lo supo manifestar en similar situación pero con mejor estilo el lamentoso Philip Roth. Y asociando inspiración y lujuria cito la afirmación milleriana: “Soy un pene que piensa”.
De entre las divinidades mayores propuestas por las diversas teogonías mi preferida es el varón Krishna, a quien tuve
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ocasión de conocer personalmente en la India, pero en cuyo culto había sido iniciado cuando el hippismo, por una joven vendedora de incienso que conocí en el bus que me llevaba a un concierto de rock de La Gran Sociedad del Estado y Los apóstoles del morbo.
Pintura de Jaime Rendón
Practicamos todas las láminas imposibles del Kamasutra, el libro de la gimnasia sagrada, para el que después escribiría un prólogo sapientísimo, en edición preparada por unos guerrilleros pacificados. Tarde vine a saber que era la hija dilecta del director de un noticiero del que me echaron por mis expresiones rijosas. De nuestras estrechísimas relaciones salí con la piel azul, como puede observarse en algunas fotos de archivo.
Un día, cuando preparaba, como Michín, mi patética mochila para irme de casa en pos del primer culeco, el marido de mi tía Adelfa, Jorge Giraldo, el mismo Picuenigua que tantas veces ha circulado por estas prosas con su escopeta, me felicitó por la valiente decisión de abandonar el plato de sopa caliente para salir a ver qué otros platos había en el mundo -él ya visualizaba que me iba tras la cola de alguna gansa-, pero fue muy enfático en advertirme que las mujeres estaban sentadas sobre el honor del parejo y había que estar vigilantes de que no fueran a sentarse mal... por ahí. “Ojo vivo, mijito, con las mujeres, que en ocasiones peores son que los godos. Estos nos apuntan a la cabeza pero ellas nos disparan al corazón. Y hay más posibilidad de escurrir el bulto con los primeros. Si vivís con una mujer tenés que apretarle las tuercas. Si las dejás mal apretadas la mujer se va desatornillando y si le das largas irás perdiendo el control y quién sabe hasta dónde llegue. No vas a permitir que te pongan de colchón, mijo. Jurámelo frente a esta medallita de la Virgen del Carmen”.
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Pintura de Hernán Darío Correa
Sólo a título de
información divulgo en este arrume de memorias esta vieja conseja, que al sol de
hoy se consideraría delictuoso machismo. A una de aquellas percantas le
pregunté: “¿Y no te da miedo de que te descubra tu esposo y te propine una
tunda?” A lo que me respondió muy oronda: “Eso es lo que quisiera. Porque
mientras más duro me dé más tiempo se va él para la cárcel y nosotros nos
quedamos en su casa y en su finca”. Huelga decir que, solidario con el pobre
cornudo, salí corriendo. Hasta que comenzaron a menudear los anónimos con
amenazas de muerte. Y al no saber de dónde venían, hube de cortar con todas. Por
lo sano, como se dice. En la Fiscalía descubrieron que no era ningún marido
ofendido, sino una de las mismas pécoras. Todo lo malo que se hace por amor con
el mismo amor se perdona. Ya no sufro por los males del planeta ni de la
humanidad irredenta. No pude hacer que el mundo fuera mejor ni peor. Él mismo se
encargó de ajustarse cuentas. Lo único que logré con el mazo de Laszlo Toth
cuando intenté quebrarle una rodilla al Sistema fue, en el arco reflejo, recibir
del mismo una patada en el culo. Que me mandó de bruces a la sociedad de
consumo, donde me comenzaron a pagar por despotricar. Fracasó la revolución, que
era lo que a mis socios poetas y a mí nos mantenía los ojos abiertos y los oídos
despiertos. Aunque lo que nos interesaba no era tanto la revolución comunista
como la reevolución planetaria, con todas las supernovas perdiéndose por los
agujeros negros en busca del átomo primigenio. Lo de la cura de la artritis con
cannabis resultó paja. Y, viéndolo bien, como expuse en otra ocasión, el cine
francés de la nueva ola no era tan bueno.
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