Pereira, Colombia - Edición: 13.364-944

Fecha: Martes 12-11-2024

 

 COLUMNISTA

 

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Adiós a la próstata

Por: Jotamario Arbeláez

 

Jota llega a Bogotá en el 70
Recreación de Javier Benavídes

 

Salí de Cali en 1970, demacrado pero lleno de ardores, a tratar de tomarme a Bogotá y al planeta con mis escritos, cosa que en gran parte he logrado. Hasta rubicundo llegué a ponerme, traicionando esa palidez de conquistador extenuado tan bien vista en cocteles y aeropuertos. Rebosaba juventud hasta por los bolsillos vacíos, que con el correr del tiempo se fueron llenando solos, cumpliéndose lo que me diría García Márquez en un encuentro: “El artista, al que mientras prepara su obra le toca comer mierda, y aguanta, termina cagando oro”. Como no me tocó comer mucha tampoco fue tan abundante la digestión. Me he mantenido en mis 13 desde que hice parte de la antología 13 poetas nadaístas, y aquí voy, con mi fardo de poemas publicados y en borrador, que son los que me permiten

 

 

 

seguir tirando, como se dice. En el camino he visto cómo quebraban empresas e ideologías, menos aquella a la que me apunté desde imberbe, porque era una corriente filosofal carente de postulados, y por ello sobrevivió a la muerte de las ideologías.

 

Como me mantengo entre los Sagrados Archivos, revisando los escritos de esa juventud insolente, encuentro que los insultos a nuestros enemigos declarados, como eran en principio los académicos, era “viejos prostáticos, reumáticos y gotosos”. Me ha llegado el tiempo de saborear esas mieles.

 

"¡Qué vaina! No me había dado cuenta de que he llegado a viejo tirándomelas de joven."

 

 

El doctor Kiko Becerra me cursó invitación al homenaje que le haría al alma de nuestro querido Armando Holguín Sarria el jueves 21 en El zaguán de San Antonio, un almuerzo corrido rociado en vinos bajo el lema: Poemas a lo loco. Y mi hijo Salvador a la apertura de la exposición de la pinacoteca nadaísta en la Galería Casa Granada el 22. Y el doctor Adolfo Vera a la celebración de sus 70 en el gigantesco apartamento de Arnobio Spitia el sábado 23. Me apliqué la loción infalible para visitar mi ciudad, donde damas de ensueño me vienen acosando sexualmente con su belleza, pero ¿quién soy yo para acusarlas cuando en realidad me siento halagado?


Soy de esa clase de filósofos esteticistas que le dan vueltas al pensamiento por las calles en busca de una beldad. Fui a orinar, pero ya en el baño no me salió ni una gota por más esfuerzos que hiciera, y en ese lugar de culto comencé a sentir un dolor como de torturado en el Cantón Norte, por lo que me dirigí a toda prisa donde mi urólogo el Dr. Gustavo Salazar, quien sentenció que me había llegado la hora, es decir a mi

 

 

 

 

próstata, de abandonar el cuerpo que durante 78 años le dio cabida y al que le suministró galones de esperma para cumplir con sus compromisos poéticos, amorosos, sociales, deportivos y diplomáticos. Para que no perdiera mis importantes invitaciones acudió a aplicarme una sonda. Pero qué, doctor, ¿y una vez en Cali ni un whiscacho ni un polvorete? Puede tomarse todos los whiskies que quiera. De lo otro no chistó palabra, ni era necesario, dado que de la boca de la uretra se prolongaba por 10 cms. el apéndice bicéfalo de la sonda. Como quien dice que nanay cucas.

 

 

Una vez en casa de mis hermanos, adonde llegué empapado por cuanto la sonda cedió, se repitieron en cascada los dolores atroces que después vine a saber obedecían a espasmos vesicales del cuerpo tratando de expulsar el cuerpo extraño que lo invadía. Me pregunté por qué a las mujeres no les pasaba lo mismo. En esa parte, la más sensitiva del cuerpo, bastón de mando con el que llegué a conocer y disfrutar los éxtasis angelicales del séptimo cielo, estoy padeciendo los tormentos demoniales del séptimo círculo del infierno.… Y pongo puntos suspensivos en esta frase para gritar.

“Esto es duro y parte el alma”, solía decir mi padrino Picuenigua cuando le sucedía algo doloroso. Recordé que un compañero publicitario, por los 80s., ante la narrativa de mis virtudes, me vaticinó: “Usted se va a acabar como los trompos, por el herrrrón”. El caso es que no pude ir al homenaje a Armando, ni a la exposición de mis nadaístas pintores, ni al cumpleaños del Dr. Vera. Ni solo ni acompañado. Y no puedo regresar a Bogotá porque temo que la sonda rebase y me moje en los pantalones o me dé por aullar como un lobo a 70 mil pies de altura. Afortunadamente aparece el Dr. Antonio Joaquín García, de Saluvité, quien en ocasiones anteriores me había cantado: “Esa próstata es mía”, y quien se ofrece a llevarme de la mano al quirófano. (Continuará)

 

 

 

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