Pereira, Colombia - Edición: 13.365-945

Fecha: Jueves 14-11-2024

 

 COLUMNISTA

 

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Adiós a la próstata (2)

Por: Jotamario Arbeláez

 

Jotamario por Salvador Arbeláez, 2018

 

Para poder asistir a donde el doctor Joaquín García, en Saluvité, hube de camuflar la bolsa, de tamaño considerable y su largo tubo, sacándolos por la bragueta, en otra muy elegante de pañueletas, disimulada con la camisa por fuera. Sentí que el amor propio se me bajaba a los pies, como cuando antes se me había colado el orín en los pantalones, como después cuando me vería obligado a usar pañal, desechable pero de lujo, y ahora insertando el nabo más de la veces habituales en el agujero del tarro de la micción. Qué chasco, no es nada glorioso para un playboy, así sea del barrio Obrero. El urólogo me examinó, me habló de las bondades de la prostatectomía laparoscópica que bajaba a ceros riesgos vitales y también los otros, que inquietan a los pacientes en igual trance, y que consiste en quedar impotentes por afectarse las bandeletas neurovasculares adyacentes a la próstata. Como el caso mío no es canceroso, no se extirpa la próstata completa sino su interior y se preservan las paredes, luego el riesgo es mínimo. El otro sería el goteo, que obligaría al uso persécula del pañal, o sea el adiós a las actividades galantes.

¿Para qué sirve un hombre que no pueda hacer el amor, por más libros que tenga para leer y botellas de whisky para ingerir, quedando tanto pimpollo? Subsisten pocos varones en el mundo para quienes el sexo sea la actividad principal, e incluso las demás dependientes, y a eso se debe en parte la fortuna del feminismo. Sin que ello implique desvíos hacia la agresión aberrante. Un hombre que violente a una mujer merece que se le casquen los huevos. Podría el afectado transido, si es escritor y está en la edad en que Casanova había cortado el chorro y decidido escribir sus Memorias, emplearse de lleno en ganar el último premio con la narración del duelo de su quebranto.

 

Eros y Eróstrato son los personajes legendarios que han signado mi tránsito.Del primero heredé las flechas de su carcaj, que tuve el tino de disparar tan certeramente que he obtenido resultados 70% positivos, sin que se me hayan deslizado los nombres. Trabajo por lo general seudónimos. Del segundo el impulso de hacerme famoso a como diere lugar, así eso moleste a muchos. Como al enemigo malo que cada vez que publico un texto lo defeca con el primer comentario. Pero me huelo que el tal Eróstrato fue una víctima de la maledicencia de algún sapo por el estilo, pues se me presenta la duda de que haya logrado ponerle fuego con una tea al templo de Diana en Éfeso, que eran 127 columnas

 

 

 

de mármol que encerraban esculturas de Policleto, Fidias, Cresilas y Fradmon, ninguna material inflamable.

 

El Templo de Diana en Éfeso, según Google.

 

Releo El amante de Lady Chaterley y encuentro que el leñador Mellors y la lady les ponen nombres propios a sus zonas erógenas, para que actúen como personajes independientes en la tremenda novela. Al de él ella lo bautizó Long John, nombre escogido por los escoceses para elaborar un whisky más bien de bajo calado. Un profesora experta en el tema y juguetona con personajes novelescos tuvo la curiosidad de bautizar el mío Moby Dick.

Chicanero es el que exagera sus escasos méritos en busca de admiración y termina recibiendo burlas, como los dos “Chicaneros” Mendoza. Farolero el que se ciñe a la realidad, adornándola con la gracia de su autoburla y termina mereciendo palmaditas. Son los manes de Woody Allen.

Desde que comencé a vincularme al arte, siendo aún chicos mi pito y yo, comencé por extasiarme, más que por el Discóbolo de Mirón o el Pensador de Rodin, con los falos de Pompeya, que se adoraban con el nombre de Fascinus, en uno de los cuales sentí reconocerme de mente entera. Y aspiraba a que mi primera fuera una erupción volcánica. Fantasías de niños. Años más tarde, contemplando mi cuerpo parte por parte con la complicidad de la ducha, sin demeritar la cabeza y el pelo, y cada uno de los órganos inferiores y superiores, me encontré con que el pene, en sus dos presentaciones, era el bastión de mi membrecía, el que sacaría la cara por mí si llegará a fallarme la inteligencia. Era como la lámpara maravillosa de Aladino. Si la frotaba, llegaría al cielo convertido en un genio que haría placentero el mundo. Después leería en Phillip Rooth, en El lamento de Portnoy que me sacó tanta lágrima, que “el pene era lo único que podía sentir realmente mío”. Pajarito de pico maravilloso, cuánto me has acompañado y por cuánto tiempo y en qué circunstancias tan íntimas, aparte de las otras, y por lo general que bien te has portado. No puedes negar que yo también he puesto de mi parte hasta lo imposible por conseguirte los contactos de tu apetencia. La mano que maneja la pluma no vale tanto como la pluma que requiebra una cuca. Y así aventuro una sesgada traducción de Rimbaud. Sé que la próstata ha sido tu compañera de viaje, la que te proporcionaba, por así decirlo, la mantequilla para la tostada. Que igual puede saborearse sin mantequilla. Ni que fuéramos Marlo Brando. Puede pensarse, si a uno lo queda algo de machista, que se ha usado el falo como una varita mágica para generar el placer por los territorios de la pareja. Mas también puede conceder que sea sólo un receptor del placer detonado por la artillería sexual de la fémina. De todas formas, bien agradecido te estoy. Y si con la próstata se me va la capacidad de seguir volviendo el mundo una fiesta en medio de tanto desastre, significa que como ya no tendré donde enterrarte, te quedaras palpitando en

 

 

 

 

mi corazón, de repente convertido al romanticismo. Tú siempre me señalaste el camino.

 

Jotamario y Salvador. El eterno retorno.

Foto de Clara Jaramillo.

 

Que a los 78 años exprese que estoy sintiendo los primeros signos de la vejez, y no por un mapa de arrugas en el rostro bien jabonado, sino por un desarreglo interno en la próstata, me es patente de una vida bien digerida de la que no tengo por qué arrepentirme. Esta página no es para contar una desventura suprema, pues esto le suele suceder a todos los hombres en su momento, sino como un ejercicio de humor doloroso que me puede servir de catarsis. El poeta uruguayo Alfredo Fressia me dice que el polvo sin próstata es un polvo etéreo, un polvo zen, altamente higiénico. Que ni siquiera deplora su pérdida reciente a pesar de que es el punto G del orgullo gay.

El caso es que en Cali el doctor García me ordenó los exámenes correspondientes para proceder a la cirugía. Me dirigí donde el cardiólogo doctor Vera quien mientras procedía al electrocardiograma me cantaba las excelencias de este urólogo, quien le había tratado el carcinoma de próstata mediante radiología dejándole la cubierta, quedando sin ninguna disfunción ni goteo qué lamentar. En cambio el periodista Elkin Mesa me llama para advertirme que a él le practicaron la prostatectomía radical y debió cambiar los placeres del lecho por los de la mesa. Y todos y cada uno de los amigos sesenteros y setentones que han pasado por ese trance me recomiendas las pastillas que los mantienen a flote, entre ellas pastillas naturistas benditas porque todos los químicos son veneno, u otro recurso aparte de la cirugía tradicional a navaja limpia y de laparoscopia, como es la llamada embolización, una forma de mejorar la sintomatología de la hiperplasia no importando el tamaño de la breva. O sea volver a empezar la carrera. Y uno ya con el palo de la meta en la mano. Pero mi EPS Compensar no autorizó mi operación en la amable y ultramoderna sede de Saluvité. El doctor García procedió entonces a extraerme la sonda en menos de lo que canta un gallo, y me despachó para Bogotá sin las molestias del trasporte de la incómoda bolsa y de los posibles espasmódicos alaridos. Llegué, cantando victoria. Se había desobstruido el cañuto y me sentía como en mis mejores jornadas. Tanto que le propuse al doctor Salazar que dejáramos así, y que permitiéramos que pasaron uno o dos años antes de retomar el caso. Pero él, en medio de su cordialidad y respeto por las decisiones de sus pacientes, me hizo caer en la cuenta de que ya llevaba más de tres años sacándole el cuerpo a lo inevitable. Hágase estos exámenes y lo espero el martes. En efecto, a partir de esa noche se recrudeció la oclusión y con ello se reanudó el pataleo. Ya no había caso de seguir luchando. En este momento estoy subiendo en el ascensor al patíbulo.

 

 

 

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