Adiós a la
próstata (2)
Por: Jotamario
Arbeláez
Jotamario
por Salvador Arbeláez, 2018
Para poder asistir
a donde el doctor Joaquín García, en Saluvité, hube de camuflar la
bolsa, de tamaño considerable y su largo tubo, sacándolos por la
bragueta, en otra muy elegante de pañueletas, disimulada con la
camisa por fuera. Sentí que el amor propio se me bajaba a los pies,
como cuando antes se me había colado el orín en los pantalones, como
después cuando me vería obligado a usar pañal, desechable pero de
lujo, y ahora insertando el nabo más de la veces habituales en el
agujero del tarro de la micción. Qué chasco, no es nada glorioso
para un playboy, así sea del barrio Obrero. El urólogo me examinó,
me habló de las bondades de la prostatectomía laparoscópica que
bajaba a ceros riesgos vitales y también los otros, que inquietan a
los pacientes en igual trance, y que consiste en quedar impotentes
por afectarse las bandeletas neurovasculares adyacentes a la
próstata. Como el caso mío no es canceroso, no se extirpa la
próstata completa sino su interior y se preservan las paredes, luego
el riesgo es mínimo. El otro sería el goteo, que obligaría al uso
persécula del pañal, o sea el adiós a las actividades galantes.
¿Para qué sirve un hombre que no pueda hacer el amor, por más libros
que tenga para leer y botellas de whisky para ingerir, quedando
tanto pimpollo? Subsisten pocos varones en el mundo para quienes el
sexo sea la actividad principal, e incluso las demás dependientes, y
a eso se debe en parte la fortuna del feminismo. Sin que ello
implique desvíos hacia la agresión aberrante. Un hombre que violente
a una mujer merece que se le casquen los huevos. Podría el afectado
transido, si es escritor y está en la edad en que Casanova había
cortado el chorro y decidido escribir sus Memorias, emplearse de
lleno en ganar el último premio con la narración del duelo de su
quebranto.
Eros y Eróstrato
son los personajes legendarios que han signado mi tránsito.Del
primero heredé las flechas de su carcaj, que tuve el tino de
disparar tan certeramente que he obtenido resultados 70% positivos,
sin que se me hayan deslizado los nombres. Trabajo por lo general
seudónimos. Del segundo el impulso de hacerme famoso a como diere
lugar, así eso moleste a muchos. Como al enemigo malo que cada vez
que publico un texto lo defeca con el primer comentario. Pero me
huelo que el tal Eróstrato fue una víctima de la maledicencia de
algún sapo por el estilo, pues se me presenta la duda de que haya
logrado ponerle fuego con una tea al templo de Diana en Éfeso, que
eran 127 columnas
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de
mármol que encerraban
esculturas de Policleto, Fidias, Cresilas y Fradmon, ninguna material
inflamable.
El Templo de Diana en
Éfeso, según Google.
Releo El amante de Lady
Chaterley y encuentro que el leñador Mellors y la lady les ponen nombres propios
a sus zonas erógenas, para que actúen como personajes independientes en la
tremenda novela. Al de él ella lo bautizó Long John, nombre escogido por los
escoceses para elaborar un whisky más bien de bajo calado. Un profesora experta
en el tema y juguetona con personajes novelescos tuvo la curiosidad de bautizar
el mío Moby Dick.
Chicanero es el que exagera sus escasos méritos en busca de admiración y termina
recibiendo burlas, como los dos “Chicaneros” Mendoza. Farolero el que se ciñe a
la realidad, adornándola con la gracia de su autoburla y termina mereciendo
palmaditas. Son los manes de Woody Allen.
Desde que comencé a vincularme al arte, siendo aún chicos mi pito y yo, comencé
por extasiarme, más que por el Discóbolo de Mirón o el Pensador de Rodin, con
los falos de Pompeya, que se adoraban con el nombre de Fascinus, en uno de los
cuales sentí reconocerme de mente entera. Y aspiraba a que mi primera fuera una
erupción volcánica. Fantasías de niños. Años más tarde, contemplando mi cuerpo
parte por parte con la complicidad de la ducha, sin demeritar la cabeza y el
pelo, y cada uno de los órganos inferiores y superiores, me encontré con que el
pene, en sus dos presentaciones, era el bastión de mi membrecía, el que sacaría
la cara por mí si llegará a fallarme la inteligencia. Era como la lámpara
maravillosa de Aladino. Si la frotaba, llegaría al cielo convertido en un genio
que haría placentero el mundo. Después leería en Phillip Rooth, en El lamento de
Portnoy que me sacó tanta lágrima, que “el pene era lo único que podía sentir
realmente mío”. Pajarito de pico maravilloso, cuánto me has acompañado y por
cuánto tiempo y en qué circunstancias tan íntimas, aparte de las otras, y por lo
general que bien te has portado. No puedes negar que yo también he puesto de mi
parte hasta lo imposible por conseguirte los contactos de tu apetencia. La mano
que maneja la pluma no vale tanto como la pluma que requiebra una cuca. Y así
aventuro una sesgada traducción de Rimbaud. Sé que la próstata ha sido tu
compañera de viaje, la que te proporcionaba, por así decirlo, la mantequilla
para la tostada. Que igual puede saborearse sin mantequilla. Ni que fuéramos
Marlo Brando. Puede pensarse, si a uno lo queda algo de machista, que se ha
usado el falo como una varita mágica para generar el placer por los territorios
de la pareja. Mas también puede conceder que sea sólo un receptor del placer
detonado por la artillería sexual de la fémina. De todas formas, bien agradecido
te estoy. Y si con la próstata se me va la capacidad de seguir volviendo el
mundo una fiesta en medio de tanto desastre, significa que como ya no tendré
donde enterrarte, te quedaras palpitando en
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mi corazón, de repente
convertido al romanticismo. Tú siempre me señalaste el camino.
Jotamario y Salvador.
El eterno retorno.
Foto de Clara
Jaramillo.
Que a los 78 años exprese que
estoy sintiendo los primeros signos de la vejez, y no por un mapa de arrugas en
el rostro bien jabonado, sino por un desarreglo interno en la próstata, me es
patente de una vida bien digerida de la que no tengo por qué arrepentirme. Esta
página no es para contar una desventura suprema, pues esto le suele suceder a
todos los hombres en su momento, sino como un ejercicio de humor doloroso que me
puede servir de catarsis. El poeta uruguayo Alfredo Fressia me dice que el polvo
sin próstata es un polvo etéreo, un polvo zen, altamente higiénico. Que ni
siquiera deplora su pérdida reciente a pesar de que es el punto G del orgullo
gay.
El caso es que en Cali el doctor García me ordenó los exámenes correspondientes
para proceder a la cirugía. Me dirigí donde el cardiólogo doctor Vera quien
mientras procedía al electrocardiograma me cantaba las excelencias de este
urólogo, quien le había tratado el carcinoma de próstata mediante radiología
dejándole la cubierta, quedando sin ninguna disfunción ni goteo qué lamentar. En
cambio el periodista Elkin Mesa me llama para advertirme que a él le practicaron
la prostatectomía radical y debió cambiar los placeres del lecho por los de la
mesa. Y todos y cada uno de los amigos sesenteros y setentones que han pasado
por ese trance me recomiendas las pastillas que los mantienen a flote, entre
ellas pastillas naturistas benditas porque todos los químicos son veneno, u otro
recurso aparte de la cirugía tradicional a navaja limpia y de laparoscopia, como
es la llamada embolización, una forma de mejorar la sintomatología de la
hiperplasia no importando el tamaño de la breva. O sea volver a empezar la
carrera. Y uno ya con el palo de la meta en la mano. Pero mi EPS Compensar no
autorizó mi operación en la amable y ultramoderna sede de Saluvité. El doctor
García procedió entonces a extraerme la sonda en menos de lo que canta un gallo,
y me despachó para Bogotá sin las molestias del trasporte de la incómoda bolsa y
de los posibles espasmódicos alaridos. Llegué, cantando victoria. Se había
desobstruido el cañuto y me sentía como en mis mejores jornadas. Tanto que le
propuse al doctor Salazar que dejáramos así, y que permitiéramos que pasaron uno
o dos años antes de retomar el caso. Pero él, en medio de su cordialidad y
respeto por las decisiones de sus pacientes, me hizo caer en la cuenta de que ya
llevaba más de tres años sacándole el cuerpo a lo inevitable. Hágase estos
exámenes y lo espero el martes. En efecto, a partir de esa noche se recrudeció
la oclusión y con ello se reanudó el pataleo. Ya no había caso de seguir
luchando. En este momento estoy subiendo en el ascensor al patíbulo.
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