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Pereira, Colombia - Edición: 13.369-949 Fecha: Jueves 21-11-2024 |
COLUMNISTA |
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Retrato del nadaísta cachorro
Por: Jotamario Arbeláez
El sueño de la abuela
Todos
los sueños son extraños, pero abuela tuvo el más extraño de todos y
nos lo contó esta mañana en la mesa del desayuno. Todavía estaba
aterrada, se le veía en el semblante, por lo general pálido e
inexpresivo. Estábamos con ella, que servía el chocolate, las arepas
con queso y mantequilla y el ‘calentao’, Jorge y Adelfa, Jesús y
Elvia, y yo, que ya salía para la escuela.
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botella. Alarmada,
me buscó por toda la casa y me encontró en el inodoro del fondo, sentado sobre
la taza con un gesto de cólico. En el camino se tropezó con el perro, con Tippy,
también de piedra, quien por primera vez no ladró.
Mamá le ofreció una
taza de mazamorra con panela y le dijo que se sentara con nosotros pues misiá
Carlotica había tenido un sueño muy raro que ella de pronto nos sabría
descifrar. |
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Casi enseguida llegó Luis, el mecánico, quien me decía “Tangüetico”, pues así llamaba yo a los taburetes, y luego de lavarse delante de nosotros las manos engrasadas en el lavamanos del comedor, dijo dirigiéndose a su moza, como figuraba nuestra delicada inquilina: “A que no sabes lo que te traje. Te vas a desmayar de la dicha”. Y sacó del bolsillo de atrás de su mono, envuelto en papeles encrespados, una cajita roja con fondo de terciopelo que destapó ante nuestros ojos, nada menos que una diadema de oro engastada en piedras preciosas, que le alargó a su adorada.
Esta se puso roja de la furia, le dijo que esa era la pieza que se habían robado hoy en la platería, que de dónde la había sacado. Y él le contestó que se la habían ofrecido en el taller a un precio que él no pudo resistir y que había invertido en ello el canon mensual del alquiler de la pieza. Y ahora yo con qué cara me quedo con esto, y cómo la voy a devolver a la empresa, donde van a pensar que fui yo quien me la robé y a lo mejor me echan.
Y la abuela se paró y exigió que se le pagara el arriendo que lo necesitaba para comprar el mercado y el pobre mecánico no sabía qué hacer ante los sopapos de la mujer y sus insultos de zonzo, sonso, zoquete, y los reclamos de mi papá y de Picuenigua de que tenía que responder por su cuota de arrendamiento, y Cecilia lloraba y mamá trataba de consolarla y papá le decía a mamá que no fuera sapa no te metás y en medio de tamaña gresca me fui a acostar y soñé que todas las estatuas de piedra, menos yo, se habían vuelto a convertir en seres humanos y celebraban una fiesta con aguardiente en el comedor.
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