EDITORIAL
Delirio del
fanático
La devoción por figuras públicas
ha sido una constante en la historia. Desde tiempos inmemoriales,
las masas han idolatrado a líderes, artistas y deportistas,
atribuyéndoles un estatus casi místico e incluso divinos. Sin
embargo, en la actualidad, este fenómeno parece haber alcanzado
niveles insólitos, donde la línea entre la admiración y la
irracionalidad se desdibuja con facilidad.
El coleccionismo de objetos relacionados con personalidades famosas
no es algo nuevo. Desde prendas de vestir hasta autógrafos, los
seguidores buscan aferrarse a cualquier vestigio de sus ídolos. Pero,
¿hasta dónde puede llegar esta devoción? Cuando un simple objeto
cotidiano, sin valor intrínseco, se convierte en una mercancía de
alto precio por el simple hecho de haber estado en contacto con una
celebridad, el debate sobre los límites del fanatismo se hace
necesario.
La cultura de la adoración extrema
está alimentada por las redes sociales, donde cada movimiento de las
figuras públicas es documentado y amplificado. Lo que antes era una
admiración discreta se ha transformado en una competencia por
demostrar quién es el seguidor más leal. Esta competencia ha llevado
a situaciones tan surrealistas como la puja por objetos triviales,
en una suerte de mercantilización del fanatismo.
No se trata de cuestionar la pasión por un artista o la emoción de
compartir una conexión simbólica con ellos. El problema surge cuando
esta devoción se convierte en una obsesión desmedida, donde el
criterio y la racionalidad se ven desplazados por el fervor
descontrolado. La idolatría extrema también abre la puerta a la
explotación comercial de esta emocionalidad, con personas dispuestas
a lucrarse vendiendo experiencias y objetos con un valor
artificialmente inflado.
Es fundamental reflexionar sobre
el impacto de estos comportamientos en la sociedad y en las nuevas
generaciones. La cultura del fanatismo exacerbado no solo
distorsiona la percepción de la realidad, sino que también puede
fomentar actitudes poco saludables. Admirar a un artista, celebrar
su legado y compartir su arte es una cosa; convertir su existencia
en un objeto de culto, otra muy distinta.
En un mundo donde la línea entre lo simbólico y lo irracional se
vuelve cada vez más delgada, quizá sea momento de preguntarnos: ¿es
realmente necesario pagar por una conexión que, en esencia, debería
ser emocional y no material?
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Las
preguntas salen sin respuestas

Por: Zahur Klemath Zapata
zapatazahurk@gmail.com
Desde que tengo conocimiento sobre la vida pública en
Colombia, siendo muy pequeño escuche hablar de personajes siniestros
que gobernaban el país. Eso fue en los años 50s. Era otra época
donde reinaba la ignorancia popular y la gente creía en partidos
políticos al igual que la religión.
La idiosincrasia de estas sociedades que habitan el continente están
muy apegadas a las creencias religiosas y políticas, muy poco en el
raciocinio intelectual que otras tienen y han logrado avanzar en su
bienestar humano. Los jefes de los cultos son los orientadores y
manipuladores de las personas que carecen de independencia
intelectual y buscan allí llenar ese vacío y funcionar como súbditos
de ese epicentro de donde les absorbe y les alimenta el raciocinio
elemental.
Una sociedad de élites es muy difícil que avance y se congregue como
una empresa social y no de líderes. Mientras permanezca unida a un
liderazgo no va a poder avanzar porque normalmente los líderes son
psicópatas y son los dueños de lo existente sin que nadie se dé por
aludido. Excepto los independientes, autónomos o empresarios.
Lo que está pasando en la actualidad es que ya está entronizado un
líder que no tiene respeto por sí ni por la sociedad que lo ha
elegido. Sus faltas de asistencia demuestran que hay algo enfermizo
en él, algo que no está claro en su récord médico o de quienes
manejan su agenda laboral. Él ha sido elegido para administrar un
país y manejar los bienes de los colombianos, porque Colombia no es
una monarquía donde se ha nombrado un gobernante.
En derecho existe un precepto, como se hace se deshace. De esta
forma lo que quedó mal tejido se deshace para volverlo a tejer con
mejores tejedoras. Esta ha sido la regla que se ha venido empleando
en naciones donde la sociedad presiente que algo malo va a pasar o
está pasando.
Colombia es un país pequeño, a pesar que tiene millones de
habitantes y su economía es muy frágil. El dólar es una moneda
fluctuante que depende de muchos movimientos económicos a nivel
mundial para su estabilidad.
El peso colombiano podría ser una moneda dura si sus genios
economistas supieran hacer lo que realmente se debe hacer. En
Colombia hay más de dos trillones de dólares almacenados en millones
de familias que los han ahorrado de sus trabajos secretos, pero
están ahí, El gobierno americano lo sabe y está en silencio. Porque
está usando ese dinero en su contabilidad para poder girar dinero
respaldado en ese guardado.
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Hay un mal manejo en la economía en este momento porque el líder
está ausente y sus alfiles no saben dónde están parados.
No hay que asustarse, lo que hay que hacer es organizarse y trabajar para que el
país se monte en los riles que realmente debe estar.
JALISCO
Crónica #1064

Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
Audio:
https://youtu.be/oCOteiR2CG8
Hoy hace 54 años, el 26 de febrero de 1971, el estudiante de la Universidad del
Valle, Edgar Mejía Vargas, tulueño de nacimiento acudía a las dependencias del
CDU, el centro Deportivo Universitario.
Era un connotado jugador de voleibol y como quizás no sabía perder, y
siempre ganaba, lo bautizaron como “Jalisco”. Llevaba amarrados al cuello sus
tenis.
En aquella época no se usaban sino para actividades deportivas, no para
andar bien vestido y a cualquier hora, como es hoy en día. No se lo llamaban
tenis, se creía que eran de caucho y en Colombia los fabricaba Croydon.
Mejía subía desde lo que después iba a ser el Parque Panamericano y
cuando llegó a la esquina de los Rodriguez Caballero, en la esquina donde
empezaba la vieja sede universitaria de San Fernando, una reverberamba de
estudiantes salían como tromba huyendo de la tropa que los había desalojado del
edificio de la rectoría donde Vicky, La Vietnamita, había dirigido la toma
estudiantil dentro de la protesta contra las directivas universitarias por
intentar imponer un decano tradicionalista para la facultad de Economía.
Jalisco se dejó chupar por la tromba estudiantil y con algunos pocos se
fueron corriendo a buscar quizás el parque del Perro. Cuando paró de correr
estaba frente a la casa de las hijas del poeta Ricardo Nieto, no llevaba sino
sus tenis amarrados al cuello, como era de usanza entre deportistas.
Era su única arma. Él no había cogido una piedra pero las balas de la
soldadesca se estrellaron contra él y le dieron muerte miserablemente.
Su cadáver lo heroificaron mientras a la berraca mujer que era La
Vietnamita la inscribieron como paciente del Hospital Universitario. Sobre el
desarrollo de esa historia que no se ha contado bien, circula por estos días mi
novela El Titiritero, que publiqué en 1977.
A Jalisco lo honraron los primeros años cada 26 de febrero. Hoy no lo
recuerdan sino mis lectores. A La Vietnamita la izquierda necesitaba olvidarla,
siempre ha sido machista. Sobrevive en París.
El Porce, febrero 27 del 2025
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