EDITORIAL
Aranceles y caos
El comercio internacional ha sido, durante décadas,
el pilar fundamental de la economía global. Las interacciones entre
mercados han permitido el crecimiento de innumerables industrias,
generando empleo, reduciendo costos de producción y expandiendo el
acceso a bienes y servicios. Sin embargo, cuando las reglas de este
juego se modifican de manera abrupta, las repercusiones no tardan en
hacerse sentir.
El proteccionismo económico ha resurgido con fuerza en los últimos
tiempos en potencias como EE.UU., impulsado por medidas que buscan
imponer barreras a la libre circulación de mercancías. La
instauración de aranceles generalizados a las importaciones
reconfigura el panorama comercial, alterando cadenas de suministro
que han sido diseñadas con precisión para optimizar costos y tiempos
de producción. Se trata de un golpe directo a la estructura de
comercio global que conocemos, una transformación cuyas
consecuencias serán profundas y de largo alcance.
La historia nos ha demostrado que el aumento de barreras
arancelarias no suele traer consigo los beneficios esperados. En el
pasado, medidas similares han llevado a la contracción del comercio,
afectando tanto a las economías emergentes como a las más
desarrolladas. Lejos de fortalecer la producción interna, los costos
de insumos importados tienden a elevarse, lo que a su vez se traduce
en aumentos de precios para los consumidores y disminución del poder
adquisitivo. Paradójicamente, las industrias nacionales que se
pretende proteger pueden verse atrapadas en un círculo de
ineficiencia y menor competitividad.
Además, la reacción del resto del mundo no se hace esperar. Las
respuestas a políticas proteccionistas suelen manifestarse en forma
de represalias comerciales, desatando conflictos que escalan
rápidamente y afectan a sectores que, en principio, no estaban
contemplados en la ecuación inicial. Lo que comienza como una medida
destinada a corregir desequilibrios puede derivar en una guerra
comercial con impactos negativos para todas las partes involucradas.
El comercio internacional no es un ente estático, sino un ecosistema
dinámico en el que cada decisión genera efectos en cadena. Cuando
una economía decide alterar unilateralmente las condiciones de
intercambio, se enfrenta a la posibilidad de perder mercados
estratégicos y reducir su influencia en la escena global. No es solo
cuestión de cifras o estadísticas; la confianza entre socios
comerciales es un factor intangible que puede erosionarse con
rapidez y tardar años en restablecerse.
Los cambios en las políticas comerciales deben analizarse con una
visión de largo plazo, sopesando no solo los beneficios inmediatos,
sino también las implicaciones estructurales. En un mundo
interconectado, levantar muros no garantiza prosperidad. Al
contrario, la verdadera fortaleza económica radica en la capacidad
de adaptación y en la búsqueda de consensos que favorezcan el
desarrollo mutuo. En este escenario, la prudencia y el diálogo se
convierten en herramientas fundamentales para evitar un retroceso
con costos incalculables.
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La dependencia
es ser esclavo de quien tiene la tecnología

Por: Zahur Klemath Zapata
zapatazahurk@gmail.com
Cada nación tiene su potencial humano y su madre
naturaleza, no importa donde este ubicado en el planeta. Sólo se
necesita un poco de sentido común, amor y organización para que
puedan alcanzar las metas que se propongan realizar. Bajo estos
parámetros esa nación se convertirá en un epicentro de desarrollo y
bienestar para sus habitantes.
Donde existe la pobreza es porque hay carencia de sentido común o
alguien ajeno a los intereses de la comunidad se está quedando bajo
mentiras y engaños con la productividad de la sociedad y esta
pasivamente está entregando todo por no luchar por desalojar al
criminal.
Por siglos las sociedades han sido mancilladas por bárbaros que los
han dominado porque estas sociedades no tenían la capacidad de
raciocinio hasta que éstas comenzaron a mutar intelectualmente. Al
tener esta nueva capacidad de razonabilidad se comenzó a entender
que ya no era necesidad de depender de los que siempre han
manipulado el raciocinio humano.
Ser independiente, autónomo, libre y tener el libre albedrío no
significa que puede destruir y atentar contra el orden de la
naturaleza. Tener esta capacidad a flor del intelecto nos permite
organizarnos para el bien común y rechazar los charlatanes que
siempre están presentes para manipular y distorsionar el buen orden
de la naturaleza humana.
Ahora bien, las sociedades de un país deben impulsar
a sus creativos y desarrolladores de tecnologías para no depender de
otros que crean y desarrollan nuevas herramientas y plataformas para
el uso general en otras naciones. Cada nación debería tener sus
propias tecnologías, agricultura y turismos para intercambiar los
bienes de servicio y así tener su propia independencia.
Este trabajo es obligación de cada sociedad a través
de sus comités y de personas que siempre están involucradas en todos
estos quehaceres del intelecto porque es parte de su naturaleza.
Cuando se limita el libre desarrollo del intelecto y del quehacer
humano a través de leyes y normativas esto hace que la naturaleza
humana busque como violar todos los obstáculos que le impiden
desarrollarse y avanzar en la búsqueda de su bienestar.
Históricamente se ha demostrado que los personajes que se han ido en
contravía del establecimiento son los que han cambiado los
parámetros del orden que se había establecido.
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Muchos de los que en el pasado fueron condenados a la hoguera,
muerte, perseguidos y vilipendiados hoy son los que marcaron las nuevas rutas
del bienestar humano y tecnológico.
Los Estados en la actualidad solo sirven para confrontaciones con otros Estados
y mover la maquinaria política y obligar a los ciudadanos a pagar por lo que
ellos no tienen nada que ver a través de impuestos o servicios obligatorios a
nombre de una causa que solo es del gobernante de turno.
SOÑAR DESPIERTOS
Crónica #1090

Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
Audio:
https://youtu.be/s-QPiGb4aV8
Desde cuando entré de lleno en la senectud me cansé de soñar despierto.
Curiosamente, empero, no he perdido una pizca de la imaginación o más bien la he
fortificado con el realismo apabullante de haber vivido 80 años.
Tener ilusiones ha sido una constante del ser humano. Muchos las pierden
cuando fracasan. Otros las renovamos o las cambiamos para volver a intentar
convertirlas en realidades cumplidas.
Hay entonces los eternos desilusionados o los irremediablemente ilusos.
Poder manejar los desengaños para que no se conviertan en filones de la
venganza, es para muchos una labor de titanes.
Alimentar la compensación para contrarrestar el fracaso es negarse a
admitir lo débiles o equivocados que finalmente resultamos ser.
He estado pensando mucho en esos temas mientras termino de profundizar y
actualizar la nueva edición de mi libro “Prisionero de la Esperanza” con la que
cerraré la colección de la Biblioteca Gardeazábal que El Tiempo y el Éxito han
estado patrocinando durante estos dos últimos años.
Quizás resida allí, en la comprensión de la venganza y en la reeducación de las
juventudes en el realismo práctico y no en las ilusiones fomentadas, donde se
encuentre la solución a esta eterna violencia que hemos vivido por siglos entre
colombianos.
Desde antes de llegar Jiménez de Quezada con las ambiciones y venganzas
de todos los españoles o de traer a los mandingas sobrantes de guerra de las
playas africanas, ya los indios habitantes de estas tierras andaban enfrascados
en guerras vengativas e ilusiones imperiales frustradas.
Pareceríamos un pueblo maldito aunque sin maldición. Pero lo que en
verdad somos es un pueblo distinto por las mezclas sanguíneas y los ADN trocados
por haber cabalgado sobre la ambición, llevando a cuestas siglo tras siglo la
envidia y la venganza.
El Porce, abril 5 del 2025
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