EDITORIAL
Sálvese quien pueda
La economía tiene algo de oráculo moderno.
Consultamos gráficos, modelos, algoritmos y pronósticos como si
fuesen bolas de cristal, y aun así, el futuro insiste en llevarnos
la contraria. Todo va bien... hasta que deja de ir. Una sola
decisión puede bastar para desatar el temido dominó: primero cae el
crecimiento, luego el empleo, después la confianza y, con algo de
mala suerte, el ánimo general.
Lo que parecía un panorama de estabilidad se ha transformado en un
terreno movedizo. La palabra “recesión” ya no es una advertencia
lejana, sino una posibilidad concreta. Y no llega sola: trae consigo
su gemela siniestra, la estanflación, ese incómodo matrimonio entre
estancamiento económico e inflación galopante. Porque sí, se puede
crecer poco y pagar mucho. Un doble castigo que no entiende de
culpables, solo de consecuencias.
Lo más inquietante no es la caída en sí, sino su ritmo. Las cifras
no mienten: cuando el mercado pierde en días lo que costó años
construir, los discursos optimistas suenan vacíos. Y mientras las
gráficas bajan, el bolsillo también lo siente. Porque, más allá de
los tecnicismos, lo que está en juego es la cotidianidad de millones
de personas: empleos suspendidos, precios al alza, ahorros que se
evaporan. En otras palabras, incertidumbre convertida en rutina.
Y en este escenario, el dilema clásico vuelve con fuerza: ¿subir los
tipos para frenar la inflación o bajarlos para evitar el colapso?
Como si fuera fácil elegir entre el fuego y la brasa. Los
responsables de la política económica parecen atrapados entre dos
relojes de arena que corren a distinta velocidad. Mientras uno exige
acción inmediata, el otro pide paciencia. Y entre tanto, la gente
espera —como siempre— que alguien tenga una respuesta clara.
El ciclo económico, por naturaleza, sube y baja. Pero no todas las
caídas son iguales. Algunas se pueden prever y amortiguar. Otras se
desencadenan por impulsos apresurados, decisiones unilaterales o la
obsesión por parecer fuerte aunque se esté jugando con fuego. No se
trata de ser alarmistas, pero sí de dejar de romantizar los
naufragios como si fuesen parte del paisaje.
Quizá es hora de reconocer que la economía global no es un tablero
de ajedrez donde se puede sacrificar una pieza menor sin afectar al
rey. Aquí todos jugamos, queramos o no. Y cuando las reglas cambian
de golpe, el efecto dominó no distingue países, ideologías ni
intenciones. Solo deja una lección clara: en tiempos de
inestabilidad, nadie está a salvo.
.jpg) |
|
Si el campo no
es rentable es que el estado está en las manos equivocadas

Por: Zahur Klemath Zapata
zapatazahurk@gmail.com
África ha vivido las hambrunas más crueles en la
historia de la humanidad. En Biafra murieron más de un millón de
habitantes entre 1967 y 1970 de hambre. Este fenómeno ha perseguido
a muchos países por guerras y descontrol de la agricultura. A pesar
que existen organizaciones que proveen de comida a países cuando
ésta escasea, no es suficiente.
Las personas que han vivido con lo básico y otras veces simplemente
subsistiendo saben que es estar en hambruna. Hoy hay millones de
colombianos que viven bajo esa colcha y que no pueden hacer nada
porque el sistema carece de esa habilidad para mantener su sociedad
libre de este flagelo.
No todo tiene la habilidad de poder moverse sobre arenas movedizas y
salir adelante cuando la corrupción devora hasta el papel higiénico
de los inodoros.
Cada día sale el sol y a todos ilumina, y la luz solar es buena pero
también mata. De igual manera funcionan los empleados públicos si
entienden sus deberes y obligaciones. Pero los que están arriba
filtran la luz dejando al resto en manos a que sobrevivan con lo que
pueden utilizar.
Colombia ha sido un país de campesinos desde sus principios porque
quienes comandaban así manejaron el país. Carlos Lleras Restrepo
siempre dijo que los colombianos eran del campo, aunque él quería
hacer de la nación un Japón tropical.
Aisladamente muchos personajes han querido sacar al país adelante
con su ingenio tecnológico y han tenido que emigrar porque quienes
manejan la cosa pública son incapaces de acercarse y por lo menos
merodear y empaparse de esa magia que encierra la ciencia y la
tecnología. El dinero fácil es el que más se acerca a ellos, pero al
final no es como lo pintan y es más peligroso que una cámara de gas.
Saber combinar el campo con la tecnología se verían los provechos,
es simplemente colocar a las personas adecuadas para elaborar
esquemas y proyectos que llenen los requisitos que el mundo demanda.
El gobierno busca crear impuestos, pero no piensa en regalías sobre
la producción que sale al exterior y la transformación de la materia
prima en bienes de consumo que se pueden exportar para crear una
economía fuerte sin desangrar al ciudadano.
|
|
CONGRESISTAS DELINCUENTES
Crónica #1091

Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
Audio:
https://youtu.be/xkoKm6xPNoM
Nadie le ha querido parar bolas en Colombia a la gravedad que conlleva la
condena a la señora Le Pen, la máxima dirigente de la derecha francesa pese a
que el delito por el que terminaron inhabilitando lo repiten permanentemente los
congresistas colombianos ya que aquí ni es delito ni nadie se atrevería a
desbaratar ese engranaje de financiación partidista.
El juicio que se le ha seguido a la jefe de la ultraderecha francesa y que
terminó con una estruendosa condena que puede mandarla a la cárcel, pero de
cualquier manera le impedirá ser la próxima candidata presidencial, fue llevado
a sus últimas consecuencias pero es igualito al que tienen montado hace años los
congresistas colombianos.
Aquí nos inventamos a la par de los corruptos cupos indicativos, las poco
conocidas pero muy efectivas UTL, Unidades de Trabajo Legislativo donde cada
senador o representante, y también algunos diputados y concejales, gozan de una
nómina de servidores pagados por los impuestos de los contribuyentes para dizque
asesorar al congresista en la ejecución de sus responsabilidades como padres de
la patria.
Aparentemente los empleados de las UTL deberían desempeñar sus funciones
alrededor del Capitolio y cerca de las oficinas de los congresistas, pero como
en Colombia hacemos la ley al mismo tiempo que la trampa, muy buena parte de los
nombrados en esas UTL apenas si han ido al capitolio a posesionarse e inscribir
el número de la cuenta bancaria donde religiosamente les consignan cada mes su
sueldo.
Una gran mayoría de ellos son los que antaño se llamaban “corbatas”. Es
decir que aparecen en nómina pero no trabajando para lo que los nombraron sino
para garantizar una influencia sobre grupos de votantes, para asegurar la
fidelidad del cacique batallador en provincia y, en algunos casos, para
ordeñarles la contribución al partido.
Por descararse en tal ámbito condenaron a la señora Le Pen. En Colombia
eso no pasará nunca, somos más hábiles para camuflar y tolerar que los
franceses.
El Porce, abril 8 del 2025
|