Pereira, Colombia - Edición: 13.457-1037 Fecha: Martes 08-04-2025 |
COLUMNISTA |
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Sermón de los tres amores
Por: Jotamario Arbeláez
No sé qué tenga que ver el amor que predicó Cristo con el que practicó Magdalena. Del primero tengo la certeza de que de él depende la recuperación de la humanidad de este mierdero de congojas. Del segundo no depende ni la perpetuación de la especie, pues se volvió obligatoria su ejecución con condón.
Cuando
hablamos del amor los poetas, es del primer amor del que hablamos,
ignición permanente en el corazón, que estalla en la caridad y en la
compasión por la especie. El amor ese por el que el agua se vuelve
vino y los enemigos palomas. Hay un tercer amor que es el que a más
confusiones se presta, y es el enamoramiento. Es a éste al que se
refieren los boleristas. Confundir el amor verdadero -lo que se
llama amor de Dios (exista o no exista), con el amor erótico o con
el enamoramiento así sea platónico, es locura que pudre el alma.
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enamoramiento el
único grave, pues se funda en la tendencia a sufrir que asumen los mortales para
mitigar en la tierra la culpa de la caída. La caída en el otro amor, en el amor
corpóreo, que arranco cuando el hombre usó su serpiente.
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por los hijos vuelve a participar del amor divino (del Creador, exista o no exista) por su Criatura.
Mi profeta Gonzalo Arango renegó del amor y en cuanto se descuidó lo mordió el amor y lo dejó seco. En sus primeros tiempos decía: “Mi gloria que me la den en la cama”. Era tal vez una transposición galante de la máxima de Fernando González: “Mi estatua que me la den el plata”. En sus últimos días era un dechado del amor de Cristo, pero llevado de un ala por su angelito.
“Teme al amor como a
la muerte”, cantaba en Ibis Vargas Vila y sus discípulos creemos que sabía lo
que trinaba. El poeta Pessoa afirma que “todas las cartas de amor son
ridículas”, por no decir de frente que ridículo es el amor. Respecto del amor
carnal la frase más tremenda es de Gabo: “Polvo que no se echa se pierde”. O sea
que no hay peor polvo que el desechado. Y los mejores serían los propiciados por
la madre Celestina. No deja de ser disfuncionalmente elegíaco este verso de
Julio Flórez: “Algo se muere en mí todos los días”. Y retomando a Ginsberg,
mejor poeta que Neruda o por lo menos más sabio en las relaciones humanas
inherentes a la convivencia: “Odio el amor de los marineros que besan y se
quedan”. |
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