Pereira, Colombia - Edición: 13.459-1039

Fecha: Jueves 10-04-2025

 

 TECNOLOGÍA

 

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Lobos del pasado, ciencia del futuro: ¿Estamos jugando a ser dioses con la desextinción?

 

 

 

y sin eso, no hay manera de “revivir” a un dinosaurio.

Lo que sí podría hacerse —y ya se está explorando— es modificar animales actuales para que adquieran características de especies prehistóricas. Por ejemplo, las aves, descendientes directas de los dinosaurios, podrían ser editadas para recuperar rasgos perdidos, como garras en las alas o mandíbulas con dientes. Sería un proceso similar al del lobo terrible, y aunque no nos daría un velociraptor, sí crearía criaturas con un aire inquietantemente familiar.

La desextinción plantea así un dilema fascinante. Por un lado, representa una hazaña científica sin precedentes, una forma de corregir errores del pasado —como la caza indiscriminada que acabó con tantas especies— y de restaurar ecosistemas perdidos. Por otro, es una caja de Pandora ética. ¿Qué derecho tenemos a jugar con la evolución? ¿Qué consecuencias podría tener reintroducir animales extintos en un mundo que ya no es el suyo?

 

Además, el simple hecho de que sea técnicamente posible no significa que sea recomendable. Un ecosistema moderno podría no tener espacio, ni presas, ni condiciones adecuadas para estas especies. Y si no se integran correctamente, podrían generar desequilibrios, poner en riesgo otras especies actuales o incluso convertirse en una amenaza.

 

 

Aun así, la ciencia sigue avanzando, empujada por la curiosidad, el ingenio y, también, la nostalgia. Los lobos terribles de Colossal no rugen como en las películas, pero caminan, respiran y nos miran con ojos que parecen venir del pasado. Nos recuerdan que la línea entre ficción y realidad es cada vez más delgada, y que el poder de la biotecnología apenas está comenzando a desplegarse.

¿Estamos listos para asumir la responsabilidad de esta nueva era? Tal vez esa sea la pregunta más importante que debemos hacernos. Porque ahora que hemos aprendido a “resucitar” a los muertos, el siguiente paso no será técnico, sino ético: decidir a quién, cómo y por qué devolveremos la vida.

 

El anuncio de que la empresa biotecnológica Colossal Biosciences logró crear cachorros con rasgos del extinto lobo terrible ha estremecido al mundo científico y encendido la imaginación del público general. No es para menos: la criatura, un depredador que reinó hace más de 12.000 años en Norteamérica, parecía condenada al olvido junto con mamuts, dientes de sable y otras figuras de la megafauna. Sin embargo, gracias a la ingeniería genética, hoy caminan tres crías que lucen como si el tiempo hubiera dado marcha atrás.

La pregunta que se impone es inevitable: ¿esto es ciencia o ciencia ficción? Las redes sociales no tardaron en reaccionar con humor —y cierta inquietud—. Incluso la cuenta oficial de “Jurassic World” publicó: “No vemos ninguna posibilidad de que esto salga mal”, recordando con ironía el desastre narrado en la famosa franquicia de películas donde los dinosaurios regresan gracias a la clonación, y todo termina en caos. Pero más allá de los memes, la hazaña de Colossal plantea dilemas profundos y reales sobre los límites de la ciencia, la ética y el futuro de nuestra relación con la naturaleza.

 

 

Para entender lo ocurrido hay que dejar algo claro desde el inicio: no se ha traído al lobo terrible tal y como era. No se trata de una clonación exacta ni de una reanimación mágica del ADN. Lo que se ha hecho es editar genéticamente el genoma de un lobo gris —el pariente más cercano— para incluir características morfológicas del lobo extinto. Como explicó Beth Shapiro, directora científica de Colossal, el objetivo nunca fue crear una réplica exacta, sino una versión funcional que emule al animal original.

Esto fue posible gracias a la tecnología CRISPR, que permite cortar y reemplazar segmentos específicos de ADN. Con esta herramienta, los científicos reemplazaron variantes genéticas del lobo gris por otras asociadas al lobo terrible, a partir de fragmentos de ADN recuperados de fósiles. Según Love Dalén, experto en genómica evolutiva y asesor de Colossal, el resultado es un animal que comparte un 99,9 % de su genoma con un lobo gris, pero cuyos rasgos físicos evocan a los de su ancestro extinto. “Para mí, es un lobo terrible en ese sentido”, aseguró Dalén.
 

Este avance se enmarca dentro del ambicioso proyecto de Colossal Biosciences por “revivir” especies desaparecidas.

 

 

Además del lobo terrible, la empresa trabaja desde 2021 en traer de vuelta al mamut lanudo, al dodo y al tigre de Tasmania. Incluso se han fijado como meta reintroducir al primer mamut modificado para 2028. En todos los casos, la lógica es similar: partir de un pariente vivo cercano y editar su ADN para incorporar características del extinto. Así, del elefante asiático podría surgir un mamut, y de un ave del Pacífico un dodo.

Pero este enfoque —aunque fascinante— no es una máquina del tiempo genética. Como explica Raúl González Ittig, genetista y profesor de la Universidad Nacional de Córdoba, lo que se obtiene no es una resurrección literal, sino una reconstrucción parcial. “En realidad lo que han hecho es una edición genética de un lobo. Son 99,9 % equivalentes a un lobo, entonces no es una especie nueva, es un lobo modificado para que tenga rasgos del lobo terrible”, señala el experto.

En ese contexto, cabe preguntarse qué tan lejos puede llegar esta tendencia. ¿Podríamos algún día ver dinosaurios caminar por la Tierra de nuevo? La respuesta, por ahora, es un contundente no. El obstáculo clave es la falta de material genético utilizable. A diferencia de los mamuts o los lobos terribles, que se extinguieron hace decenas de miles de años, los dinosaurios desaparecieron hace más de 65 millones de años. Y aunque se han hallado restos fosilizados, estos no conservan ADN, proteínas ni colágeno. Solo son mineralizaciones: huesos convertidos en piedra.

 

Incluso la popular idea de obtener ADN de dinosaurios a partir de mosquitos atrapados en ámbar —como en “Jurassic Park”— carece de base científica. “El proceso de fosilización implica el reemplazo de las moléculas orgánicas por inorgánicas”, explica González Ittig. “Entonces, uno puede ver la forma del mosquito, pero no va a obtener las moléculas originales”. Es decir, no hay código genético que recuperar, y sin

 

 

 

 

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