Pereira, Colombia - Edición: 13.479-1059

Fecha: Sábado 03-05-2025

 

 ESPECIAL

 

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Bibliotecarios digitales luchan para salvar la Historia Negra en Estados Unidos

 

desigual, la innovación florece. Rudy Fraser, por ejemplo, ha desarrollado Blacksky, una plataforma basada en el protocolo AT y de código abierto que ha recogido más de 17 millones de mensajes de usuarios negros de Bluesky en solo dos años. "Blacksky es más que una red social", afirma. "Es un archivo vivo de lo que estamos diciendo, sintiendo y construyendo como comunidad".

La descentralización tecnológica ha sido clave para proteger estos esfuerzos. Fraser insiste en que, incluso si su base de datos principal desapareciera, el carácter abierto de su arquitectura permitiría que cualquier persona con conocimientos técnicos reconstruya el conjunto de datos. "Eso significa que, incluso si un gobierno o una corporación intenta borrar esta información, no podrá hacerlo del todo".
 


Otro ejemplo esperanzador es el curso virtual creado por Karen Attiah, columnista del Washington Post, luego de que su clase sobre raza y medios fuera cancelada en la Universidad de Columbia. En lugar de callar, Attiah decidió llevar su curso al público general bajo el nombre de Escuela de Verano de Resistencia. En menos de 48 horas, se llenaron las 500 plazas disponibles. Actualmente, más de 3.000 personas esperan su turno para acceder.

Así como los archivos físicos pueden arder o perderse, los digitales también enfrentan amenazas: desde el abandono institucional hasta los recortes presupuestarios, pasando por la desinformación y el uso malintencionado de la inteligencia artificial. Por eso, para muchos activistas, el trabajo de WARC es solo el principio.

"Preservar no es solo guardar", dice Foster. "Es enseñar a otros cómo hacerlo. Es formar redes. Es empoderar a la gente común para que entienda que su historia importa, que no tiene que esperar a que una institución valide su existencia".



Mientras los ecos de las decisiones políticas resuenan en las bibliotecas, los museos y los servidores digitales, los defensores de la memoria negra continúan su labor. No lo hacen con pancartas ni megáfonos, sino con escáneres, códigos, etiquetas y muchas horas de meticuloso trabajo. Para ellos, resistir no es una opción: es una responsabilidad histórica.

¿Y qué significa todo esto para Colombia? Aunque parezca distante, las luchas por la memoria y la representación son universales. En un país donde también se ha intentado invisibilizar el aporte de las comunidades afrodescendientes, la historia de la WARC ofrece una valiosa lección: quien controla la narrativa, controla el futuro. Y en tiempos de borrado digital, resistir es recordar.

 

A cientos de kilómetros de la Casa Blanca, en una sala discreta de la Auburn Avenue Research Library de Atlanta, algo más que libros y documentos se está archivando. Se trata de una lucha silenciosa, pero profundamente significativa, por la memoria y la dignidad de una comunidad que se niega a dejar que su historia sea silenciada. En un clima político cada vez más hostil hacia la diversidad y la inclusión, especialmente bajo las nuevas directrices del presidente Donald Trump, un grupo de académicos, archiveros y activistas ha decidido hacerle frente a lo que consideran un intento deliberado de borrar la Historia Negra de la narrativa oficial de los Estados Unidos.

Makiba Foster y Bergis Jules no son nombres que suelen figurar en titulares internacionales. Sin embargo, su trabajo es fundamental para la preservación de las voces negras en la era digital. Ambos son los cerebros detrás de la Web Archiving School (WARC), una iniciativa que no solo enseña a archivar contenido digital, sino que busca empoderar a comunidades históricamente marginadas para que tomen en sus manos la construcción y resguardo de su propia historia.

En un país donde las decisiones ejecutivas pueden determinar qué libros se retiran de las bibliotecas, qué exposiciones museográficas se cancelan o qué páginas web son censuradas, el trabajo de estos bibliotecarios digitales se convierte en un acto de resistencia.

"Lo que hacemos es cuidar", dice Foster con una calma firme. "No estamos aquí solo para almacenar archivos. Estamos aquí para preguntarnos, como comunidad negra, qué merece ser recordado, qué debe ser preservado, y cómo aseguramos que eso no desaparezca ante el poder de una orden presidencial".

El contexto en el que surge esta escuela no puede ser ignorado. Desde su regreso a la arena política, Trump ha redoblado sus esfuerzos por desmantelar las iniciativas de Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI) tanto en el sector público como privado. Bajo la bandera de combatir el "racismo antiblanco", ha promovido políticas que buscan erradicar toda referencia institucional a la raza, la discriminación histórica y los logros de las comunidades minoritarias. En palabras de Bergis Jules, "el primer paso para despojar a alguien de su humanidad es negarle su historia. Si alguien no tiene historia, es como si no mereciera existir".

Los ejemplos abundan: la remoción de una biografía de Jackie Robinson de la Biblioteca Naval; la eliminación temporal del nombre de Harriet Tubman de una web oficial del Servicio de Parques Nacionales; la acusación de Trump de que el Museo Smithsonian
promueve una visión "divisiva" de la historia americana. Cada una de estas acciones, por pequeña que parezca, representa
 

 

 

un golpe a la memoria colectiva afroamericana.



Pero no todo está perdido. En Atlanta, los 22 participantes de la primera promoción de WARC se preparan para convertirse en guardianes digitales de esa memoria. No son simples técnicos: entre ellos hay investigadores, artistas, bibliotecarios y curadores que se entrenan en técnicas avanzadas de preservación digital, inspiradas en principios como la "ética del cuidado". Se trata de un enfoque que reconoce el valor emocional y cultural de los archivos, y que prioriza la participación de las comunidades afectadas en su conservación.

La historia de WARC no comienza con Trump. En realidad, es la continuación de un esfuerzo que data de 2019, cuando Foster y Jules fundaron el colectivo Archiving the Black Web, motivados por su experiencia documentando el movimiento Black Lives Matter. En medio de las protestas, los hashtags y las narrativas de resistencia, comprendieron que la historia también se construye en línea, y que esa historia corre el riesgo de desaparecer tan rápido como fue creada si no se archiva adecuadamente.

Esa conciencia se volvió aún más urgente con el auge de las redes sociales como espacios de denuncia y organización. "Lo vimos en Ferguson. Lo vimos en Charlottesville", dice la académica Meredith D. Clark, experta en raza y medios de comunicación. "En cada momento crítico, las plataformas digitales se convirtieron en lugares donde la comunidad negra documentó su dolor, su lucha y su esperanza. No podemos permitir que eso se pierda".

Clark ha sido una voz clave en este movimiento. Como autora del libro We Tried to Tell Y’all: Black Twitter and the Rise of Digital Counternarratives, explica cómo las narrativas digitales han servido para contrarrestar versiones oficiales de los hechos, muchas veces sesgadas o incompletas. Para ella, el ataque a los museos y a los archivos es parte de un patrón histórico más amplio: "Cuando se quiere imponer el olvido, lo primero que se destruye es el patrimonio. Lo vimos en el Holocausto, lo vimos en Siria, lo estamos viendo ahora".

Pero incluso en medio de esta batalla

 

 

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