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desigual, la
innovación florece. Rudy Fraser, por ejemplo, ha desarrollado Blacksky, una
plataforma basada en el protocolo AT y de código abierto que ha recogido más de
17 millones de mensajes de usuarios negros de Bluesky en solo dos años. "Blacksky
es más que una red social", afirma. "Es un archivo vivo de lo que estamos
diciendo, sintiendo y construyendo como comunidad".
La descentralización tecnológica ha sido clave para proteger estos esfuerzos.
Fraser insiste en que, incluso si su base de datos principal desapareciera, el
carácter abierto de su arquitectura permitiría que cualquier persona con
conocimientos técnicos reconstruya el conjunto de datos. "Eso significa que,
incluso si un gobierno o una corporación intenta borrar esta información, no
podrá hacerlo del todo".

Otro ejemplo esperanzador es el curso virtual creado por Karen Attiah,
columnista del Washington Post, luego de que su clase sobre raza y medios fuera
cancelada en la Universidad de Columbia. En lugar de callar, Attiah decidió
llevar su curso al público general bajo el nombre de Escuela de Verano de
Resistencia. En menos de 48 horas, se llenaron las 500 plazas disponibles.
Actualmente, más de 3.000 personas esperan su turno para acceder.
Así como los archivos físicos pueden arder o perderse, los digitales también
enfrentan amenazas: desde el abandono institucional hasta los recortes
presupuestarios, pasando por la desinformación y el uso malintencionado de la
inteligencia artificial. Por eso, para muchos activistas, el trabajo de WARC es
solo el principio.
"Preservar no es solo guardar", dice Foster. "Es enseñar a otros cómo hacerlo.
Es formar redes. Es empoderar a la gente común para que entienda que su historia
importa, que no tiene que esperar a que una institución valide su existencia".

Mientras los ecos de las decisiones políticas resuenan en las bibliotecas, los
museos y los servidores digitales, los defensores de la memoria negra continúan
su labor. No lo hacen con pancartas ni megáfonos, sino con escáneres, códigos,
etiquetas y muchas horas de meticuloso trabajo. Para ellos, resistir no es una
opción: es una responsabilidad histórica.
¿Y qué significa todo esto para Colombia? Aunque parezca distante, las luchas
por la memoria y la representación son universales. En un país donde también se
ha intentado invisibilizar el aporte de las comunidades afrodescendientes, la
historia de la WARC ofrece una valiosa lección: quien controla la narrativa,
controla el futuro. Y en tiempos de borrado digital, resistir es recordar. |
A cientos de kilómetros de la Casa Blanca, en una
sala discreta de la Auburn Avenue Research Library de Atlanta, algo
más que libros y documentos se está archivando. Se trata de una
lucha silenciosa, pero profundamente significativa, por la memoria y
la dignidad de una comunidad que se niega a dejar que su historia
sea silenciada. En un clima político cada vez más hostil hacia la
diversidad y la inclusión, especialmente bajo las nuevas directrices
del presidente Donald Trump, un grupo de académicos, archiveros y
activistas ha decidido hacerle frente a lo que consideran un intento
deliberado de borrar la Historia Negra de la narrativa oficial de
los Estados Unidos.
Makiba Foster y Bergis Jules no son nombres que suelen figurar en
titulares internacionales. Sin embargo, su trabajo es fundamental
para la preservación de las voces negras en la era digital. Ambos
son los cerebros detrás de la Web Archiving School (WARC), una
iniciativa que no solo enseña a archivar contenido digital, sino que
busca empoderar a comunidades históricamente marginadas para que
tomen en sus manos la construcción y resguardo de su propia
historia.
En un país donde las decisiones ejecutivas pueden determinar qué
libros se retiran de las bibliotecas, qué exposiciones museográficas
se cancelan o qué páginas web son censuradas, el trabajo de estos
bibliotecarios digitales se convierte en un acto de resistencia.
"Lo que hacemos es cuidar", dice Foster con una calma firme. "No
estamos aquí solo para almacenar archivos. Estamos aquí para
preguntarnos, como comunidad negra, qué merece ser recordado, qué
debe ser preservado, y cómo aseguramos que eso no desaparezca ante
el poder de una orden presidencial".
El contexto en el que surge esta escuela no puede ser ignorado.
Desde su regreso a la arena política, Trump ha redoblado sus
esfuerzos por desmantelar las iniciativas de Diversidad, Equidad e
Inclusión (DEI) tanto en el sector público como privado. Bajo la
bandera de combatir el "racismo antiblanco", ha promovido políticas
que buscan erradicar toda referencia institucional a la raza, la
discriminación histórica y los logros de las comunidades
minoritarias. En palabras de Bergis Jules, "el primer paso para
despojar a alguien de su humanidad es negarle su historia. Si
alguien no tiene historia, es como si no mereciera existir".
Los ejemplos abundan: la remoción de una biografía de Jackie
Robinson de la Biblioteca Naval; la eliminación temporal del nombre
de Harriet Tubman de una web oficial del Servicio de Parques
Nacionales; la acusación de Trump de que el Museo Smithsonian
promueve una visión "divisiva" de la historia
americana. Cada una de estas acciones, por pequeña que parezca,
representa
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un golpe a la memoria colectiva
afroamericana.

Pero no todo está perdido. En Atlanta, los 22 participantes de la primera
promoción de WARC se preparan para convertirse en guardianes digitales de esa
memoria. No son simples técnicos: entre ellos hay investigadores, artistas,
bibliotecarios y curadores que se entrenan en técnicas avanzadas de preservación
digital, inspiradas en principios como la "ética del cuidado". Se trata de un
enfoque que reconoce el valor emocional y cultural de los archivos, y que
prioriza la participación de las comunidades afectadas en su conservación.
La historia de WARC no comienza con Trump. En realidad, es la continuación de un
esfuerzo que data de 2019, cuando Foster y Jules fundaron el colectivo Archiving
the Black Web, motivados por su experiencia documentando el movimiento Black
Lives Matter. En medio de las protestas, los hashtags y las narrativas de
resistencia, comprendieron que la historia también se construye en línea, y que
esa historia corre el riesgo de desaparecer tan rápido como fue creada si no se
archiva adecuadamente.
Esa conciencia se volvió aún más urgente con el auge de las redes sociales como
espacios de denuncia y organización. "Lo vimos en Ferguson. Lo vimos en
Charlottesville", dice la académica Meredith D. Clark, experta en raza y medios
de comunicación. "En cada momento crítico, las plataformas digitales se
convirtieron en lugares donde la comunidad negra documentó su dolor, su lucha y
su esperanza. No podemos permitir que eso se pierda".
Clark ha sido una voz clave en este movimiento. Como autora del libro We Tried
to Tell Y’all: Black Twitter and the Rise of Digital Counternarratives, explica
cómo las narrativas digitales han servido para contrarrestar versiones oficiales
de los hechos, muchas veces sesgadas o incompletas. Para ella, el ataque a los
museos y a los archivos es parte de un patrón histórico más amplio: "Cuando se
quiere imponer el olvido, lo primero que se destruye es el patrimonio. Lo vimos
en el Holocausto, lo vimos en Siria, lo estamos viendo ahora".
Pero incluso en medio de esta batalla
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