Pereira, Colombia - Edición: 13.481-1061

Fecha: Martes 06-05-2025

 

 TECNOLOGÍA

 

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El enigma del oro cósmico: Una nueva pista brillante en los magnetares

 

 

 

que las partículas de oro que hoy habitan en nuestros dispositivos electrónicos o en un anillo de compromiso hayan sido forjadas en la violenta agonía de una estrella de neutrones hace miles de millones de años.

Eso sí, no todos están convencidos. La doctora Eleonora Troja, de la Universidad de Roma, quien lideró el equipo que identificó los rayos X de la kilonova de 2017, reconoce la relevancia del estudio pero se muestra cautelosa. “La evidencia de producción de elementos pesados a partir de un magnétar no es comparable a lo que vimos en 2017”, afirmó. Para Troja, los magnetares son “objetos muy desordenados” y es posible que sus condiciones no sean siempre adecuadas para generar oro. Incluso, podrían producir metales más ligeros como la plata o el circonio, en lugar del preciado metal dorado.

Sin embargo, incluso si los magnetares no fueran responsables de la mayoría del oro del universo, el estudio sugiere que podrían haber contribuido con hasta un 10 % de los elementos más pesados que el hierro en nuestra galaxia. Una fracción pequeña, sí, pero no insignificante en la escala cósmica.

Para confirmar definitivamente esta teoría, será necesario esperar hasta 2027, cuando la NASA lance el Compton Spectrometer and Imager (COSI), un telescopio de rayos gamma que podría identificar los elementos exactos generados durante estas llamaradas magnéticas. Patel y su equipo confían en que esta misión, con su tecnología avanzada, ofrecerá la resolución necesaria para distinguir entre circonio, plata, oro o incluso uranio.

 

 

Hasta entonces, el debate continuará. Lo que es seguro es que este estudio ha reavivado una pregunta fundamental sobre nuestra procedencia. Porque en última instancia, comprender de dónde viene el oro no es solo una curiosidad científica: es un recordatorio de que todos estamos hechos de estrellas, que en los lugares más extremos del universo se forjan los elementos que terminan en nuestros cuerpos, nuestras máquinas y nuestras historias.

Quizá, la próxima vez que mires una joya dorada, puedas imaginar que su origen no fue una mina, sino una explosión lejana, una llamarada estelar registrada hace veinte años, interpretada apenas hoy. Y eso, en cierto modo, también es un tipo de tesoro.

 

Por décadas, los científicos han intentado responder una de las preguntas más intrigantes del universo: ¿de dónde viene el oro? No el oro de las minas ni el que adorna joyas, sino el oro primordial, el que viaja en meteoritos y se esconde en la composición misma de la Tierra. El origen de este elemento —y de otros metales pesados como el platino o el uranio— ha sido atribuido históricamente a colisiones estelares catastróficas. Sin embargo, una nueva investigación propone una posibilidad fascinante: que una fuente adicional de oro pueda estar en las violentas entrañas de los magnetares, estrellas de neutrones extremadamente magnetizadas.

 

 

Este hallazgo, publicado en The Astrophysical Journal Letters, ha causado revuelo en la comunidad astrofísica, no solo por su potencial para reescribir parte de nuestra comprensión del cosmos, sino porque se basa en datos que han estado disponibles desde hace casi dos décadas. Anirudh Patel, estudiante de doctorado en Física en la Universidad de Columbia y autor principal del estudio, lo resume como “un rompecabezas divertido que en realidad no se ha resuelto”. Y puede que, finalmente, estemos más cerca de una respuesta.

Todo comenzó con una pregunta básica pero profunda: si los elementos ligeros como el hidrógeno y el helio se crearon inmediatamente después del Big Bang, ¿cómo se formaron y distribuyeron los elementos más pesados, como el oro? Hasta ahora, las fusiones de estrellas de neutrones —eventos conocidos como kilonovas— eran consideradas las únicas fábricas cósmicas capaces de generar estas rarezas atómicas. En 2017, los astrónomos observaron una kilonova por primera vez en la historia humana, una colisión que no solo emitió ondas gravitacionales, sino también rayos gamma y la confirmación de la creación de oro.

 

Pero las kilonovas, por más espectaculares que sean, no explican todo. Son eventos raros y, según los investigadores, relativamente recientes en la historia cósmica. Entonces, ¿qué ocurrió en los primeros mil millones de años del universo? Fue ahí donde los científicos voltearon su mirada hacia otro tipo de bestia estelar: los magnetares.

Un magnétar es el remanente de una estrella masiva que ha explotado, comprimido hasta alcanzar una densidad tan extrema que una cucharadita de su materia pesaría mil millones de toneladas en la Tierra. Pero su característica más sobresaliente es su campo magnético, que
puede ser hasta mil billones de veces más

 

 

fuerte que el de nuestro planeta. Estos objetos extremos, según Eric Burns, astrofísico de la Universidad Estatal de Louisiana y coautor del estudio, podrían haber existido desde los 200 millones de años posteriores al Big Bang, lo que los convierte en posibles actores en la producción temprana de metales pesados.

 

Lo interesante es que los magnetares no son estables. De vez en cuando, sufren violentos “terremotos estelares”, donde su corteza rígida, agrietada por tensiones internas, libera gigantescas cantidades de energía en forma de ráfagas de rayos X o gamma. Es en esos eventos donde los investigadores creen que se puede liberar también materia rica en neutrones, la base para la creación de oro.

Durante estas llamaradas gigantes, el material podría ser eyectado de la corteza del magnétar a velocidades extraordinarias. Según los modelos desarrollados por el equipo del profesor Brian Metzger, investigador del Instituto Flatiron y asesor de Patel, las condiciones físicas de estas eyecciones podrían ser ideales para la formación de elementos pesados.

 

Para probar esta hipótesis, el equipo decidió revisar registros antiguos de observaciones de rayos gamma. Específicamente, se enfocaron en una llamarada detectada en diciembre de 2004 por la misión INTEGRAL, de la Agencia Espacial Europea y la NASA. En ese entonces, los datos mostraron una señal inusual que no fue completamente comprendida. Veinte años después, los modelos teóricos encajaron sorprendentemente bien con esa señal, como si una pieza olvidada del rompecabezas hubiese estado esperando en un cajón polvoriento de la ciencia.

 

“No sabíamos que la señal ya estaba en los datos cuando empezamos”, confesó Patel. “Y fue una gran sorpresa ver que nuestra teoría coincidía tan bien. Fueron unas vacaciones navideñas muy emocionantes”. La emoción no es para menos: es posible

 

 

 

 

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