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celebrada dignamente
en toda la República, especialmente por la niñez”, señala el artículo 4.
Sin embargo, como en muchas cosas, la excepción confirma la regla. En el
departamento de Norte de Santander, el Día de la Madre se celebra el último
domingo de mayo. ¿La razón? Un terremoto devastador ocurrido el 18 de mayo de
1875 llevó a posponer la celebración. Otra versión apunta a embarcaciones
provenientes de Europa que no llegaban a tiempo con los regalos, lo que obligaba
a retrasar el festejo. Sea cual sea el motivo, la fecha puede variar, pero el
sentimiento permanece intacto.

Más allá de los orígenes, el Día de la Madre es también una oportunidad para
reflexionar sobre la carga que históricamente se ha depositado sobre las
mujeres. No es casualidad que ese domingo los restaurantes estén a reventar.
¿Por qué no ocurre lo mismo el Día del Padre? La respuesta está en la
distribución desigual del trabajo doméstico. Las madres suelen ser quienes
cargan con las tareas del hogar y el cuidado de los hijos. Por eso, este día
representa para muchas una rara ocasión de descanso, en la que no tienen que
cocinar ni limpiar, aunque sea por unas horas.
Reconocer a las madres no puede limitarse a una fecha en el calendario. El
verdadero homenaje está en la equidad, en compartir responsabilidades, en
valorar su trabajo dentro y fuera del hogar, en escucharlas y acompañarlas en
sus sueños y desafíos. Como sociedad, aún tenemos una deuda pendiente con ellas.

Para este Día de la Madre, más allá del regalo o el almuerzo, vale la pena
preguntarle a mamá qué le haría feliz. Tal vez quiera salir a caminar, escuchar
su música favorita, recordar viejos tiempos con un álbum de fotos, hacer yoga,
cocinar en familia o simplemente conversar. Porque al final, lo que más agradece
una madre no es el obsequio más costoso, sino el tiempo compartido, la atención
genuina y el reconocimiento de su labor, tantas veces invisibilizada.
El Día de la Madre es, sin duda, una fecha para celebrar. Pero también es una
invitación a cuestionar, transformar y construir vínculos más estrechos. Porque
honrar a una madre es también comprometerse con un mundo donde ser madre no sea
sinónimo de sacrificio solitario, sino de amor compartido. Y eso, más que
cualquier regalo, es el mayor acto de gratitud. |
Cada segundo domingo de mayo, los colombianos se reúnen para
celebrar a uno de los pilares fundamentales de la sociedad: la
madre. Lo hacen con flores, tarjetas, almuerzos familiares y
homenajes escolares. Pero, ¿sabemos realmente de dónde viene esta
tradición? ¿Qué historia se esconde detrás de esta fecha cargada de
emociones? Lejos de ser solo una estrategia comercial, el Día de la
Madre tiene raíces profundas que conectan con la espiritualidad, la
política, la resistencia femenina y la transformación social.

Aunque en Colombia la fecha fue oficializada en 1925 por medio de la
Ley 28, durante el gobierno de Pedro Nel Ospina, la tradición se
remonta mucho más atrás. Su origen está entrelazado con rituales
ancestrales, revoluciones culturales y reivindicaciones feministas
que marcaron un antes y un después en la forma de concebir la
maternidad y el rol de la mujer en la sociedad.
En las antiguas civilizaciones, la figura materna ya era venerada.
En Grecia, por ejemplo, se celebraban las Fiestas de Rea, en honor a
la madre de los dioses Zeus, Poseidón y Hades. Rea representaba la
fertilidad y el poder de la creación. Los romanos, por su parte,
rendían culto a la diosa Cibeles en una celebración conocida como
Hilaria, que se realizaba en marzo y que
también exaltaba el rol creador y protector de la madre.
Con el avance del cristianismo, estas fiestas paganas se
transformaron
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en una conmemoración más espiritual: el Domingo de la
Madre. Esta fecha fue vinculada, en el siglo XX, con un episodio clave del
catolicismo: la aparición de la Virgen María ante tres niños pastores en Fátima,
Portugal, el 13 de mayo de 1917. Así se fue cimentando la idea de una madre no
solo biológica, sino también espiritual, guía y protectora.
Pero es desde el siglo XIX que la celebración ha tenido un gran matiz político.
La activista y poeta estadounidense Julia Ward Howe, conmovida por los horrores
de la Guerra Civil en su país, propuso en 1870 un “Día de las Madres por la
Paz”. Su intención no era regalar flores, sino movilizar a las mujeres,
particularmente a las madres, para que alzaran su voz contra los conflictos
bélicos y abogaran por la justicia y la unidad. Era un llamado poderoso y
disruptivo: las madres no solo como cuidadoras, sino como líderes morales y
sociales.
Años más tarde, otra mujer sería clave en esta historia: Anna Jarvis, quien tras
la muerte de su madre inició una campaña incansable para institucionalizar el
Día de la Madre en Estados Unidos. Lo logró en 1914, pero con el tiempo la fecha
se desvirtuó y fue absorbida por el comercio. Irónicamente, Jarvis terminó
rechazando la celebración que ella misma impulsó, al ver cómo las tarjetas
impresas y los regalos prefabricados
reemplazaban el
verdadero sentido del homenaje.
En
Colombia, la oficialización de esta fecha llegó de la mano de un reconocimiento
estatal. La Ley 28 de 1925 no solo estableció el segundo domingo de mayo como
Día de la Madre, sino que ordenó que en todas las escuelas del país se
resaltara la importancia de la madre en el hogar, la sociedad y el Estado. “El
ejecutivo dictará todas las medidas del caso a fin de que dicha fiesta sea
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