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sí podrían
impactar de lleno sobre la Tierra.
Pero ¿qué es exactamente una llamarada solar? Se trata de una
explosión repentina de energía en la atmósfera del Sol, resultado del
reordenamiento brusco de los campos magnéticos en zonas con alta actividad, como
las manchas solares. A menudo, estas llamaradas vienen acompañadas de eyecciones
de masa coronal (CME, por sus siglas en inglés), una especie de burbuja de
plasma solar que se lanza al espacio a millones de kilómetros por hora.
Cuando ese plasma se dirige hacia la Tierra, puede desencadenar una tormenta
geomagnética. Este tipo de tormentas altera el campo magnético del planeta,
generando corrientes eléctricas en la ionosfera y efectos visibles, como las
auroras. Pero también pueden inducir fallos en satélites, sistemas de
posicionamiento global (GPS), comunicaciones de alta frecuencia e incluso
provocar sobrecargas en redes eléctricas.
“Lo que muchos no comprenden es cuán interconectados estamos hoy con tecnologías
que dependen de la estabilidad del espacio cercano a la Tierra. Las
telecomunicaciones, la navegación aérea, la banca, las plataformas de energía y
hasta las operaciones militares podrían verse afectadas por un evento extremo”,
advierte Ortiz. “Una tormenta solar suficientemente fuerte puede impactarnos de
formas muy reales”.

Los astrónomos consideran que estamos entrando en la fase máxima del Ciclo Solar
25, que se espera alcance su punto culminante entre 2025 y 2026. Cada ciclo
solar dura alrededor de 11 años y se caracteriza por una alternancia entre
actividad mínima y máxima. En su punto más alto, como ahora, la cantidad de
manchas solares aumenta, lo que a su vez eleva la probabilidad de llamaradas y
tormentas solares.
Aunque Colombia, por su ubicación geográfica, no suele ser testigo de auroras
boreales ni de las alteraciones más visuales de este tipo de fenómenos, sus
sistemas tecnológicos sí están expuestos a los riesgos globales que conllevan.
De ahí la importancia de estar informados y monitorear los reportes emitidos por
entidades como la NOAA, la NASA o los observatorios nacionales.
La llamarada X2.7 del 14 de mayo no fue solo una curiosidad astronómica: es una
advertencia silenciosa del Sol, una señal de que su energía, tan vital como
impredecible, puede influir de formas profundas en la vida cotidiana del siglo
XXI. Prepararse, comprender y respetar el poder del astro rey ya no es solo
tarea de astrónomos y científicos, sino una responsabilidad compartida en esta
era digital tan dependiente del espacio.
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La semana pasada, mientras el mundo giraba en su
rutina diaria, algo extraordinario ocurrió a 150 millones de
kilómetros de distancia. Una llamarada solar de clase X2.7 —la más
potente registrada en lo que va de 2025— fue detectada por el
Observatorio de Dinámica Solar de la NASA, sorprendiendo a
astrónomos y expertos en clima espacial en todo el planeta. En
apariencia, el fenómeno ocurrió en silencio, pero su impacto podría
sentirse pronto en la Tierra, y no precisamente de forma sutil.
Este tipo de erupciones solares, aunque invisibles a simple vista,
tienen la capacidad de alterar la vida moderna en formas tan
concretas como inesperadas: fallos en las telecomunicaciones,
apagones de radio, errores en los sistemas GPS y hasta posibles
afectaciones en la infraestructura eléctrica. Y lo más preocupante
para la comunidad científica es que esta no sería una llamarada
aislada, sino el preludio de una mayor actividad solar en los
próximos meses.
La erupción, clasificada como de clase X —la categoría más alta
utilizada para medir este tipo de eventos—, se originó en la región
activa 4087 del Sol, una zona con intensa concentración de manchas
solares. Las imágenes captadas por la NASA muestran una llamarada
horizontal y extendida, una característica que, según la física
espacial Tamitha Skov, aumenta la probabilidad de que esta
interactúe directamente con la Tierra.

La Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de EE. UU. (NOAA,
por sus siglas en inglés), activó de inmediato
una alerta G3, lo que significa que se esperaba una tormenta
geomagnética “fuerte”. Este tipo de tormentas ocurren cuando
partículas cargadas expulsadas por el Sol —lo
que se conoce como viento solar— alcanzan la magnetosfera terrestre
y la distorsionan. Aunque no representan
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un peligro directo para la salud
humana, sí pueden causar desde auroras boreales visibles a latitudes inusuales,
hasta interrupciones en las comunicaciones por radio y problemas en las redes
eléctricas y satelitales.
Y los efectos ya se han empezado a sentir. Algunos medios internacionales
informaron de apagones de radio en regiones del Medio Oriente pocas horas
después del evento. Días después, en el hemisferio norte, se observaron auroras
boreales más allá del círculo polar ártico. Un fenómeno tan bello como
inquietante para los especialistas, pues recuerda la gran tormenta solar de mayo
de 2024, cuando luces violetas y verdes llegaron a verse hasta en el norte de
México y buena parte de Europa, a raíz de una llamarada X3.9.
En Colombia, aunque aún no se han reportado efectos visibles o técnicos
derivados de esta llamarada, los expertos recomiendan estar atentos. “Estamos en
una fase de alta actividad solar, y eso implica un riesgo creciente para
nuestras infraestructuras tecnológicas. Los sistemas de navegación aérea, los
satélites de comunicaciones y hasta los transformadores eléctricos pueden verse
afectados si estas tormentas geomagnéticas alcanzan niveles más intensos”,
explica Javier Ortiz, ingeniero físico y especialista en clima espacial de la
Universidad Nacional.

Según los modelos actuales, el viento solar —ese flujo de partículas cargadas
que emana del Sol a velocidades vertiginosas— puede tardar entre dos y cuatro
días en llegar a nuestro planeta, dependiendo de su densidad y velocidad. Aunque
en esta ocasión la tormenta no ha escalado a niveles extremos, la NOAA advierte
que en el lado opuesto del Sol se encuentran al menos cinco regiones activas,
algunas con potencial de producir nuevas llamaradas que
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