La señora Matsumura decidió que le era imposible permanecer ni un minuto más en
aquel taxi y, pretextando una visita a un familiar, pidió al conductor que se
detuviera en medio de un tranquilo suburbio residencial.
Una vez sola en el taxi, la señora Yamamoto se sorprendió un poco por la brusca
determinación tomada por la señora Matsumura a consecuencia de su broma. Observó
el reflejo de la señora Matsumura en el vidrio y, en aquel preciso momento, vio
cómo sacaba la perla de su cartera.
En el transcurso de la reunión la señora Yamamoto había sido la primera en
recibir su parte de torta. Había agregado a su plato una bolita plateada que
había rodado sobre la mesa y al volver a su asiento antes que las demás,
advirtió que la bolita en cuestión era una perla. En el mismo momento de
descubrirlo, concibió un plan malicioso.

Mientras las demás invitadas se preocupaban por la torta, deslizó la perla
dentro del bolso que aquella hipócrita e insufrible señora Matsumura había
dejado sobre la silla vecina.
Desamparada, en el barrio residencial donde había pocas probabilidades de
conseguir un taxi, la señora Matsumura se entregó a oscuras reflexiones acerca
de su posición.
En primer lugar, aun cuando fuera absolutamente necesario para descargo de su
conciencia, sería una vergüenza ir a removerlo todo de nuevo cuando las demás
habían llegado a tales extremos para arreglar las cosas satisfactoriamente. Por
otra parte, sería peor si, con tal proceder, hiciera recaer injustas sospechas
sobre ella misma.
No obstante estas consideraciones, si no se apresuraba en devolver la perla,
desperdiciaría una ocasión única. Si lo dejaba para el día siguiente (el sólo
pensarlo hizo sonrojar a la señora Matsumura) la devolución daría lugar a dudas
y especulaciones. La propia señora Azuma había formulado una insinuación acerca
de esta posibilidad. Fue entonces cuando, con gran alegría, la señora Matsumura
concibió el plan magistral que dejaría en paz a su conciencia y, al mismo
tiempo, la libraría del riesgo de exponerse a injustas sospechas.
Aceleró el paso y, al llegar a una calle más transitada, llamó a un taxi y
ordenó al conductor llevarla a un conocido negocio de perlas en Ginza. Allí
mostró la perla al vendedor y le pidió una algo más grande y de mejor calidad.
Una vez efectuada la compra, volvió hasta la casa de la señora Sasaki.
El plan de la señora Matsumura era entregar la perla recién comprada a la señora
Sasaki, diciéndole que la había encontrado en el bolsillo de su chaqueta. Su
anfitriona la aceptaría y, después, intentaría hacerla calzar en el anillo. Al
tratarse de una perla de distinto tamaño no coincidiría con el anillo, y la
señora Sasaki, desconcertada, intentaría devolverla, cosa que no pensaba aceptar
la señora Matsumura.
La señora Sasaki no podría sino pensar que aquélla se comportaba así para
proteger a otra persona: ";Sin duda la señora Matsumura ha visto robar la perla
por una de las otras tres señoras.
Será, pues, mejor olvidar todo el asunto; pero, al menos, de mis invitadas puedo
estar segura de que la señora Matsumura está totalmente exenta de culpa. ¿Quién
ha oído jamás que un ladrónrobe algo y luego lo reemplace por algo similar y de
mayor valor?; Con esta estratagema la señora Matsumura se proponía escapar para
siempre de la infamia de la sospecha y de igual manera -mediante un pequeño
desembolso- de los remordimientos de una conciencia intranquila.
Volvamos a las otras señoras. Ya en su casa, la señora Kasuga seguía sintiéndose
lastimada por las crueles bromas de la señora Azuma. Para librarse de un cargo
tan ridículo como aquél, debía actuar antes del día siguiente, pues si no sería
demasiado tarde. Para probar realmente que no había comido la perla, era, pues,
necesario que la perla apareciera de alguna manera.
En resumen, si podía exhibir de inmediato la perla a la señora Azuma, por lo
menos su inocencia respecto a la hipótesis gastronómica quedaría firmemente
demostrada.
Si esperaba hasta el día siguiente, aun cuando se las arreglara para mostrar la
perla, se interpondría inevitablemente la vergonzosa e innombrable sospecha. La
habitualmente tímida señora Kasuga abandonó apresuradamente su domicilio al cual
acababa de regresar e inspirada por el coraje que confiere obrar con ímpetu, se
apuró en llegar a un comercio de Ginza donde eligió y compró una perla que, a su
parecer, era más o menos del mismo tamaño que las bolitas plateadas de la torta.
Llamó por teléfono a la señora Azuma. Le explicó que, al volver a su casa, había
descubierto entre los pliegues del moño de su faja la perla perdida por la
señora Sasaki y que le causaba cierta vergüenza ir a devolverla. ¿Sería tan
amable la señora Azuma como para acompañarla lo más pronto posible?
Para sus adentros la señora Azuma reflexionó en que aquella historia era poco
verosímil, pero por tratarse del pedido de una buena amiga, accedió a él.
La señora Sasaki aceptó la perla que le llevara la señora Matsumura y, asombrada
de que no seajustara a su anillo, pensó, agradecida, exactamente lo que la
señora
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Matsumura había
deseado que pensara.
Se sorprendió, sin embargo, cuando una hora más tarde llegó la
señora Kasuga, acompañada por la señora Azuma, y le devolvió otra perla.
La señora Sasaki estuvo a punto de mencionar la visita anterior, pero se contuvo
a último momento y aceptó la segunda perla tan tranquilamente como pudo. No
dudaba de que ésta se ajustaría al engarce y, tan pronto como partieron sus
amigas, se apuró a probarla en el anillo.
Era demasiado chica. Frente a este descubrimiento, la señora Sasaki enmudeció.
En el viaje de regreso ambas señoras se encontraron frente a la imposibilidad de
saber lo que pensaba la otra, y aunque sus encuentros solían ser alegres y
locuaces, en aquella oportunidad cayeron en un largo silencio.
La señora Azuma, que actuaba con perfecto conocimiento del asunto, sabía a
ciencia cierta que no se había tragado la perla.
Había sido simplemente para eludir una situación embarazosa para todas que, en
la fiesta, se había declarado culpable. En especial, la había guiado el deseo de
aclarar la situación de una amiga que, por su inquietud, había transmitido
cierta sensación de culpabilidad. ¿Qué podía pensar ahora? Más allá de la
peculiar actitud de la señora Kasuga y del procedimiento de hacerse acompañar
por ella para devolver la perla, presentía algo mucho más profundo. Quizá la
intuición de la señora Azuma había ubicado el punto débil de su amiga y, al
descubrirlo, la acorralaba transformando una cleptomanía inconsciente e
impulsiva en un grave desorden mental.
Por su parte, la señora Kasuga todavía abrigaba sospechas de que la señora Azuma
se hubiera tragado realmente la perla y de que su confesión en la fiesta fuera
verdadera. De ser así, resultaría imperdonable de parte de la señora Azuma
haberse burlado de ella tan cruelmente. Su timidez había contribuido a la
sensación de pánico que la había impulsado a hacer aquella pequeña farsa a más
de gastar una buena suma. ¿No era entonces una maldad de parte de la señora
Azuma, después de todo ello, negarse a confesar que había comido la perla? Si la
inocencia de la señora Azuma era fingida, la señora Kasuga, al representar tan
esmeradamente su papel, aparecería ante sus ojos como el más ridículo de los
actores de segundo orden.
Pero retornemos a la señora Matsumura. Al regresar de casa de la señora Sasaki y
después de haberla obligado a aceptar la perla, la señora Matsumura se sintió
algo más tranquila y pudo analizar, detalle por detalle, los acontecimientos del
incidente.
Estaba segura, al levantarse en busca de su trozo de torta, de haber dejado su
cartera sobre la silla. Luego, al comerla, había empleado servilletas de papel,
con lo que se descartaba la necesidad de abrir el bolso en busca de un pañuelo.
Cuanto más lo pensaba, menos recordaba haber abierto su cartera hasta el momento
de empolvarse en el taxi. ¿Cómo era posible, entonces, que la perla se hubiera
introducido en un bolso cerrado?
En aquel momento comprendió la tontería de no haber tenido en cuenta ese simple
detalle en vez de atemorizarse al encontrar la perla. Llegada a este punto de su
razonamiento, un súbito pensamiento la dejó atónita. Alguien había colocado la
perla en su bolso con absoluta premeditación, a fin de comprometerla. Y de las
cuatro invitadas a la reunión, la única que podía haberlo hecho era, sin duda,
la detestable señora Yamamoto.
Con los ojos encendidos por la ira, la señora Matsumura fue hasta la casa de la
señora Yamamoto.
Al verla aparecer en su puerta, la señora Yamamoto supo inmediatamente lo que la
había llevado hasta allí y preparó su defensa.
Desde el primer instante, el interrogatorio de la señora Matsumura fue
inesperadamente severo, y dejó traslucir claramente que no aceptaría evasivas.
-Has sido tú. Nadie podría haber hecho semejante cosa -comenzó la señora
Matsumura.
-¿Por qué yo? ¿Qué pruebas tienes? Supongo que si vienes a echarme esto en cara,
es porque tienes todos los elementos de juicio, ¿no es cierto? -la señora
Yamamoto se mantenía en una rígida compostura.
La señora Matsumura respondió que la señora Azuma, al echarse las culpas por lo
sucedido con tanta nobleza, no podía tener ninguna relación con tan ruin
proceder, y que, en cuanto a la señora Kasuga, no tenía las agallas necesarias
para un juego tan peligroso. Quedaba, pues, una sola incógnita: la señora
Yamamoto.
Ésta guardó silencio con la boca cerrada como una ostra. Frente a ella, la perla
traída por la señora Matsumura brillaba suavemente. El té de Ceilán que había
preparado tan cuidadosamente comenzaba a enfriarse.
-No pensaba que me odiaras tanto -la señora Yamamoto se enjugó las comisuras de
los ojos, pero resultó evidente que la señora Matsumura estaba resuelta a no
dejarse ablandar por las lágrimas.
-Bueno, voy a decirte algo que jamás pensé decir -continuó la señora Yamamoto-.
No voy a mencionar nombres, pero una de las invitadas...
-¿Con eso quieres hablar de la señora Kasuga o de la señora Azuma? -Por favor,
por lo menos déjame omitir su nombre. Como te decía, una de las invitadas estaba
abriendo tu bolso e introduciendo algo en él cuando yo, inadvertidamente, miré
en aquella dirección. ¡Puedes imaginarte mi desconcierto! Aun cuando me hubiera
sentido capaz de prevenirte, no habría siquiera tenido la oportunidad de
hacerlo. Comencé a sentir palpitaciones y más palpitaciones. Y en el viaje
en el taxi... ¡oh, qué horror no poder hablarte! Si hubiéramos sido buenas
amigas, no hubiera dudado en contártelo con absoluta franqueza, pero como
aparentemente yo no te gusto...
-Comprendo. Has sido muy
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considerada, y ahora
le estás echando hábilmente las culpas a las señoras presentes, ¿verdad?
-¿Culpar a otro? ¿Cómo puedo hacerte
comprender mis sentimientos? Sólo quería evitar el herir a alguien...
-Está bien. Pero no te importó herirme a mí,
¿no es cierto? Por lo menos podrías haber mencionado todo esto en el taxi.
-Probablemente lo hubiera hecho si tú hubieras tenido la franqueza de mostrarme
la perla cuando la encontraste en tu cartera. Preferiste, en cambio, bajar del
coche sin decir una palabra! Por primera vez la señora Matsumura no supo qué
contestar.
-¿Comprendes, entonces, lo que quise hacer? Lo importante era no herir a nadie.
La señora Matsumura se sintió invadida por una intensa ira.

-Si vas a endilgarme una serie de mentiras como ésta, voy a pedirte que las
repitas esta noche frente a las señoras Azuma y Kasuga y en mi presencia.
Al escuchar esto, la señora Yamamoto rompió a llorar.
-Gracias a ti, todos mis esfuerzos por no herir a nadie fracasarán... -sollozó.
Para la señora Matsumura era una experiencia nueva verla llorar y, aunque se
repitió firmemente que no iba a dejarse engañar por aquellas lágrimas, no pudo
evitar el pensamiento de que, al no probarse nada concreto, quizás podría haber
algo de verdad en las afirmaciones de la señora Yamamoto.
Para ser más objetivos, si se aceptaba el relato de la señora Yamamoto como
cierto, el rehusarse a revelar el nombre de la culpable traslucía cierta
grandeza de alma. Y, de la misma manera, tampoco se podía asegurar que la gentil
y, en apariencia, tímida señora Kasuga no pudiera sentirse inclinada a realizar
un acto malicioso. Del mismo modo, el indudable rechazo existente entre ella y
la señora Yamamoto podía, según se miraran las cosas, ser considerado como un
atenuante en la culpa de la señora Yamamoto.
-Tenemos naturalezas diferentes -continuó la señora Yamamoto entre lágrimas- y
no puedo negar que hay en ti ciertas cosas que no me gustan. Pero, a pesar de
todo, es espantoso que puedas sospechar que necesito valerme de una artimaña tan
baja contra ti... No obstante, pensándolo mejor, el someterme a tus acusaciones
será la mejor forma de demostrar lo que he sentido hasta ahora en todo este
asunto. En esta forma, yo sola cargaré con la culpa y nadie más se sentirá
herido.
Una vez concluido este discurso patético, la señora Yamamoto inclinó su cabeza
sobre la mesa y se abandonó a un llanto incontrolable.
Al contemplarla, la señora Matsumura comenzó a reflexionar sobre lo impulsivo de
su propio comportamiento. Al dejarse cegar por su antipatía hacia la señora
Yamamoto, había perdido la serenidad indispensable para manejar su castigo.
Cuando, después de sollozar prolongadamente, la señora Yamamoto alzó la cabeza
nuevamente, la expresión a la vez pura y remota de su rostro se hizo visible aun
para su visitante.
Un poco asustada, la señora Matsumura se puso
tiesa contra el respaldo de la silla.
-Esto no debería haber sucedido nunca. Cuando desaparezca, todo permanecerá como
antes. Al hablar enigmáticamente, la señora Yamamoto sacudió su hermosa
cabellera y clavó una mirada terrible, aunque fascinante, sobre la mesa. En un
segundo, tomó la perla que estaba frente a ella y, con gran determinación, se la
metió en la boca.
Alzando la taza con el meñique elegantemente
estirado, se tragó la perla con un sorbo de té de Ceilán frío.
La señora Matsumura la observaba con espantada fascinación. Todo había sucedido
sin darle tiempo a protestar. Era la primera vez que veía a alguien tragarse una
perla. Además, en la conducta de la señora Yamamoto había algo de la
desesperación que se supone puede embargar a quienes ingieren un veneno.
Sin embargo, aunque el acto era heroico, aquél no era más que un incidente
conmovedor. La señora Matsumura se encontró con que no sólo su enojo se había
disuelto en el aire, sino que la pureza y simplicidad de la señora Yamamoto la
hacían considerarla ahora como a una santa.
Los ojos de la señora Matsumura también se llenaron de lágrimas y tomó la mano
de la señora Yamamoto.
-Te ruego que me perdones -dijo-, me he equivocado.
Lloraron juntas durante un buen rato, entrelazaron sus dedos y juraron ser,
desde aquel momento, las mejores amigas.
Cuando la señora Sasaki se enteró de que las tirantes relaciones entre la señora
Yamamoto y la señora Matsumura habían mejorado notablemente y de que la señora
Azuma y la señora Kasuga habían enfriado su vieja y sólida amistad, no pudo
explicarse las cosas y se limitó a pensar que todo era posible en este mundo.
Fuera como fuera, siendo una mujer sin demasiados escrúpulos, la señora Sasaki
pidió a un joyero que remodelara su anillo en un formato en el cual se pudieran
engarzar dos nuevas perlas, una grande y una chica, y lo usó sin complejos, sin
ulteriores incidentes.
Al poco tiempo había olvidado las conmociones de aquel cumpleaños, y cuando
alguien se interesaba por su edad, contestaba con las eternas mentiras de
siempre.
FIN
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