Pereira, Colombia - Edición: 13.473-1053

Fecha: Sábado 26-04-2025

 

 TECNOLOGÍA

 

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El estrógeno y su papel en el cerebro: La revolución silenciosa de una hormona incomprendida

 

 

 

descubrió que el cerebro, al perder el apoyo del estrógeno, cambia su fuente de energía: deja de usar glucosa y comienza a consumir su propia materia blanca. "Es una respuesta de inanición", explica.

Para investigar estos cambios, Brinton colaboró con Mosconi, quien adaptó un marcador utilizado en oncología para observar receptores de estrógeno en el cerebro. En 2024, publicaron un hallazgo desconcertante: tras la menopausia, estos receptores se multiplican, posiblemente en un esfuerzo desesperado del cerebro por capturar más hormona. Pero lo más curioso fue que aquellas mujeres con más receptores tendían a mostrar peores resultados cognitivos. ¿Es un intento inútil del cerebro por defenderse? ¿O una pista de en qué momento intervenir terapéuticamente?

Mosconi lidera ahora un programa de investigación de 50 millones de dólares con el objetivo de reducir el riesgo de alzhéimer a través de la endocrinología. Su meta es ambiciosa: identificar qué mujeres son más vulnerables a los cambios cerebrales inducidos por la caída del estrógeno, y diseñar tratamientos personalizados.

 

 

Mientras tanto, algunos médicos ya aplican estos conocimientos. Schipper, por ejemplo, ajusta los anticonvulsivos según el ciclo menstrual de sus pacientes. Pavlovic, neuróloga especializada en migrañas hormonales, administra tratamientos preventivos justo antes de que los niveles de estrógeno se desplomen, para evitar crisis.

 

Y, sin embargo, estos enfoques todavía no son la norma. La medicina sigue dividida en compartimentos estancos. Neurología por un lado, ginecología por otro. “Las respuestas están ahí —insiste Voskuhl—. Solo hay que conectar los puntos”.

 

El camino es largo, pero la ciencia ya no puede darse el lujo de ignorar el rol de las hormonas sexuales en el cerebro. Reconocer su influencia abre puertas a tratamientos más efectivos, personalizados y preventivos. Y sobre todo, permite visibilizar un área históricamente ignorada por la investigación médica: el cuerpo femenino como centro legítimo de conocimiento científico. Porque si hay algo claro en todo esto, es que entender el estrógeno es también entender el cerebro —el femenino, sí, pero también el humano— en toda su complejidad.

 

Durante casi un siglo, el estrógeno fue encasillado en un rol limitado, asociado casi exclusivamente con la sexualidad y la reproducción femenina. Su nombre, derivado del griego oestrus, evoca imágenes de frenesí animal y fertilidad, conceptos que ayudaron a consolidar su reputación como "la hormona sexual femenina". Pero hoy, ese encasillamiento se tambalea frente a una revolución científica que ha demostrado que el estrógeno es también, y quizás sobre todo, una poderosa hormona cerebral.

 

"Nombra un órgano, y el estrógeno promueve su salud", dice sin titubeos la neurocientífica Roberta Brinton, directora del Centro de Innovación en Ciencias Cerebrales de la Universidad de Arizona. Su afirmación no es una exageración. Desde fortalecer huesos y mantener la elasticidad de la piel hasta regular el azúcar y controlar la inflamación, esta hormona influye en casi todos los sistemas del cuerpo. Pero es en el cerebro donde los hallazgos más recientes están abriendo nuevas posibilidades, incluso terapéuticas.

 


Hoy sabemos que el cerebro no solo responde al estrógeno: también lo produce. Tanto en hombres como en mujeres, esta hormona desempeña un papel fundamental en la salud neurológica. De hecho, los receptores de estrógeno están repartidos por todo el cerebro, no solo en zonas relacionadas con la reproducción como se pensaba antes. La neurocientífica Lisa Mosconi, de Weill Cornell Medicine, lo comprobó con una técnica pionera de tomografía por emisión de positrones. Al escanear cerebros vivos, descubrió que no hay una sola región que esté completamente libre de estos receptores.

Este descubrimiento modifica la forma en que concebimos el papel de las hormonas sexuales. Deja de ser únicamente un asunto de ginecología o andrología para transformarse en una cuestión central en la neurología y la neurociencia. El estrógeno no solo activa receptores neuronales, también se convierte en neuroesteroides con efectos tan diversos como la reducción de la inflamación o la mejora del flujo sanguíneo cerebral. Y aunque no todos sus efectos son necesariamente positivos, su potencial terapéutico es innegable.
 

Un ejemplo notable es el de la alopregnanolona, un metabolito de la progesterona que se utiliza para tratar tipos específicos de epilepsia. Incluso se encuentra en ensayos clínicos como posible terapia para el alzhéimer. Y es que el vínculo entre las hormonas sexuales y las enfermedades neurológicas no es reciente, aunque sí subestimado. El neurólogo Hyman Schipper, de la Universidad McGill, afirma que muchas terapias de la medicina reproductiva podrían ser reutilizadas en neurología. Él mismo ha encontrado que el uso prolongado de estrógenos, al menos en roedores, puede envejecer ciertas áreas

 

 

cerebrales. “Ninguna de estas hormonas hace solo una cosa”, advierte.

 

Un caso paradigmático que impulsó esta línea de investigación fue la esclerosis múltiple. En 1998, la neuróloga Rhonda Voskuhl observó que durante el tercer trimestre del embarazo, las mujeres con esta enfermedad reducían sus recaídas en un 70 %. El culpable no era otro que el estriol, una forma de estrógeno producida por la placenta. Voskuhl probó su efecto en un ensayo clínico en 2016 con 164 mujeres. El resultado fue alentador: menos recaídas, mejor cognición y menor atrofia cerebral.

El estriol demostró ser seguro y eficaz, y como no se une con fuerza a los receptores mamarios, no incrementa el riesgo de cáncer de mama como otros estrógenos. Hoy, Voskuhl explora su uso más allá de la esclerosis, aplicando su experiencia en un tratamiento hormonal llamado PearlPAK, que busca mejorar la salud cognitiva de mujeres en menopausia. La evidencia aún se está recogiendo, pero las primeras observaciones son prometedoras.

Sin embargo, la historia de los estrógenos en neurología también ha tenido tropiezos. A principios de los 2000, se pensaba que la terapia hormonal era una especie de panacea contra el envejecimiento cerebral. Todo cambió en 2003 con los resultados del estudio Women's Health Initiative Memory Study, que mostró un aumento del riesgo de demencia en mujeres mayores de 65 años tratadas solo con estrógenos. El revuelo fue tal que muchos médicos dejaron de recetarlos, y las mujeres, de usarlos.
 

Pero ese resultado, se supo después, solo era válido para quienes empezaban la terapia una década después de la menopausia. En mujeres más jóvenes, entre los 50 y 55 años, los efectos eran neutros e incluso potencialmente beneficiosos. La neuroendocrinóloga JoAnn Manson, quien lideró un metaanálisis sobre el tema, lo resume así: “El momento oportuno lo es todo”.

El vínculo entre la caída del estrógeno y el alzhéimer ha cobrado fuerza recientemente. Las mujeres, que representan dos tercios de los casos de esta enfermedad, experimentan cambios metabólicos cerebrales al llegar a la menopausia. Brinton

 

 

 

 

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