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"Hemos hallado el secreto de la vida"
• James Watson y Francis Crick descifraron la estructura
del ADN hace hoy 50 años
• El considerado mayor avance científico del siglo XX
fue obra de dos investigadores jóvenes, muy brillantes y
con escasos medios
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Arriba, el físico Crick (izquierda) y el
biólogo Watson pasean por Cambridge
(Inglaterra) en una imagen de los años 50.
Foto: ARCHIVO |
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Foto: ARCHIVO |
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Abajo, los científicos hoy en día, convertidos
en celebridades.
Foto: ARCHIVO |
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ANTONIO MADRIDEJOS
BARCELONA
The Eagle es el pub más famoso de la historia de la
ciencia. Está en Cambridge (Inglaterra), cerca de la
prestigiosa universidad, y en los años 50 era un
cenáculo donde investigadores de altos vuelos dirimían
sus dudas con soda y cerveza. Su momento de gloria le
llegó el 28 de febrero de 1953, hace hoy medio siglo,
cuando el suave rumor fue interrumpido por la entrada
apresurada de Francis Crick, un investigador del
Laboratorio Cavendish. "Hemos hallado el secreto de
la vida", clamó a la clientela. Así lo cuenta su
compañero James Watson en un libro muy recomendable,
La doble hélice, y así lo recuerdan los otros
presentes. Había empezado una revolución científica.
Lo que habían logrado el británico Crick y el
norteamericano Watson era descifrar la estructura de la
molécula de la vida: el ácido desoxirribonucleico (ADN),
el soporte químico donde reside la información
hereditaria (los genes).
La investigación vio la luz en un artículo, hoy célebre,
publicado dos meses después por la revista Nature:
"Deseamos sugerir una estructura para el ácido
desoxirribonucleico. Esta estructura tiene aspectos
novedosos que son de un interés biológico
considerable...". El texto lo había mecanografiado
la hermana de Watson, que se hallaba en Cambridge de
visita; el modelo a escala era obra de Odile, la esposa
de Crick.
En España, por cierto, "el hallazgo pasó casi
inadvertido, reflejo del tradicional desprecio por la
investigación", como recuerda Francisco Fernández
Buey, profesor de Historia de la Ciencia en la
Universitat Pompeu Fabra (UPF). Años después, La
doble hélice, el superventas de Watson, también
"pasó sin pena ni gloria por las librerías".
Watson, nacido en Chicago en 1928, se doctoró en
biología cuando tenía sólo 22 años y emprendió viaje
hacia Europa. Era un extraordinario estudiante.
Fascinado por los trabajos de Maurice Wilkins, intentó
infructuosamente entrar en su grupo en el King's College
de Londres, pero acabó en el laboratorio Cavendish, a
las órdenes del no menos prestigioso Max Perutz. Fue en
1951. El mismo día de su llegada conoció a su futuro
socio. Crick (Northampton, 1916) preparaba el doctorado
en cristalografía.
Sus caracteres eran diferentes, incluso irreconciliables
(se separaron en 1955), pero su trabajo en común logró
un éxito memorable. Se hicieron famosos, recibieron el
premio Nobel y hoy existen cátedras y centros de
investigación bautizados con su nombre. Sus principios,
sin embargo, no fueron nada alentadores.
La escuela de la genética
Watson y Crick no partían de cero. A finales del siglo
XIX, Miescher descubrió el ADN, aunque nunca supo lo que
tenía entre manos, y Mendel propuso con acierto las
leyes de la herencia, pero sin saber dónde residía la
información genética. Décadas más tarde, en 1944, Avery
y McLeod proporcionaron la primera prueba experimental
de que el ADN era el material genético de todos los
seres vivos. Asimismo, en 1953 ya se sabía que la
molécula de ADN estaba formada por un esqueleto de
azúcar (la desoxirribosa), bases nitrogenadas de cuatro
tipos (adenina, citosina, guanina y timina, conocidas
como A, C, G, T) y unos enlaces de fosfatos. Chargaff
había demostrado un año antes que siempre había igual
número de A que de T, y lo mismo de G que de C. La
cantidad variaba en función de la especie, pero la
proporción siempre era idéntica.
Es entonces, en 1953, cuando ocurre un hecho esencial:
Watson y Crick tienen conocimiento de unas radiografías
de la molécula de ADN realizadas por Rosalind Franklin
--a las órdenes de Wilkins en el King's College-- que
muestran una forma en cruz, típica de las estructuras en
hélice. Ya sabían lo que buscar. Los trabajos de
Franklin fueron esenciales en el éxito de sus colegas,
pero en la atmósfera sexista de la época no se le
tributó el homenaje merecido. "Enseguida que vi las
imágenes, mi pulso se aceleró", escribió Watson. La
excepcional Rosalind murió de cáncer en 1957, con sólo
37 años.
Los dos investigadores habían trabajado con pocos medios
durante 18 meses. Watson recuerda que no se les permitía
la entrada al laboratorio principal de ADN del Cavendish
y que debían realizar los modelos con hojalata. "Yo
era un desconocido y Watson era considerado demasiado
entusiasta como para ser tomado en serio", explicó
Crick décadas después. No obstante, iban por buen camnio:
estaban convencidos de que al descifrar la estructura
del ADN también podrían conocer el mecanismo mediante el
cual se transmite la información genética.
El 28 de febrero de 1953, pero por la mañana, Watson
estaba jugando con unos recortes de cartón que imitaban
los elementos del ADN cuando llegó su "momento
eureka", como lo define él mismo. Logró unir el
rompecabezas: el ADN está formado por dos largas cadenas
hechas de bases que se enrollan en forma de doble
hélice, como si fuera una escalera retorcida. La gracia
del sistema es la complementariedad: sea cual sea el
orden de las bases (AATCGCAGTC), una cadena se enlaza
con la cadena paralela manteniendo el orden intuido por
Chargaff, es decir, siempre A con T y siempre G con C.
Si una cadena se separa, cada una de las partes puede
reconstruir a la otra, es decir, pueden reproducirse,
copiarse.
Una estructura sencilla con combinaciones inmensas.
Cincuenta años después, el hallazgo figura por méritos
entre los hitos de la ciencia. Gracias a aquella
revolución, hoy conocemos que ciertas enfermedades están
vinculadas a determinados genes, como la hemofilia o el
cáncer de pecho; también podemos determinar la
paternidad de un niño o descifrar un crimen si su autor
se ha dejado un cabello. En un terreno más teórico,
hemos descifrado el genoma de varios seres vivos,
incluido el hombre, y gracias a ello hemos determinado
los vínculos evolutivos entre especies. Ahora empezamos
a comprender hasta qué punto nos determinan los genes de
nuestros padres y cómo nos influye el medio ambiente.
Hemos creado nuevos vegetales y animales transgénicos.
Hemos avanzado en la fabricación de tejidos y
vislumbramos un futuro repleto de terapias preventivas o
reparadoras basadas en la genética. Y también, por
supuesto, nos anuncian niños clónicos y nos amenazan con
test de ADN para determinar si somos buenos obreros.
Todo por culpa de un biólogo y un físico.
Watson y Crick, junto con Wilkins, recibieron el Nobel
de 1962. El primero siguió su rumbo en la Universidad de
Harvard, asumió en 1968 la dirección del laboratorio
Cold Spring Harbor y fue el primer jefe del Proyecto
Genoma Humano. Crick, por su parte, continuó en los
laboratorios de Cambridge hasta que en 1976 fue
contratado por el Instituto Salk de San Diego. Hoy, en
una vejez muy juvenil, ambos siguen al pie del cañón con
clases y conferencias.
Muchos estudiosos opinan que lo que hicieron Watson y
Crick fue un trabajo de interpretación --incluso se
apropiaron de las investigaciones de Franklin sin que
ella lo supiera--, pero lo hicieron muy bien. Llegaron
donde otros no pudieron. "¿Qué habría ocurrido si
Watson o yo no hubiéramos descubierto la estructura del
ADN?", se preguntó años después Crick en otro
artículo, también en Nature. Tarde o temprano,
alguien los habría imitado. "Dudo de que sea
relevante que Colón descubriera América. Lo que
importaba era que hubiera gente y recursos para explotar
el descubrimiento una vez hecho", concluía.
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