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COLUMNISTA |
Pereira, Colombia -Edición: 12.865 - 445 Fecha: Sábado 01-01-2022 |
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Fracaso
Hay lectores que deliran con mis evocaciones y otros que rabian a morir cuando exprimo los frutos de la memoria. No porque los consideren apócrifos, sino porque se les hace insufrible que hable de mí. Ya estás muy viejo, me espetan, para seguir meneándome el incensario, como si narrar las propias tristezas tuviera por objeto despertar las iras de los demás.
Creo haber sufrido tanto como Chaplin y Woody Allen, pero a mí se me nota menos porque sólo me duele cuando me río. Y quién no desconfía de aquel a quien descompone la carcajada. Lo que a duras penas me salva, me dijo el estilista, es el estilo que me gasto para escribir cualquier nadería, ya ni siquiera para ganarme la vida, que desde que dejé de trabajar la tengo ganada. Hay que ver lo pleno que me sentía cuando erraba por el mundo sin dejar huellas, con mis resobadas paticas de mosca muerta. Pasaba por entre quienes consideraba mis semejantes semejanzas sin romperlos ni mancharme porque era transparente como una uva. Ni siquiera el espejo del lavamanos se tomaba el trabajo de reflejarme. Sabía peinarme de memoria y al azar me apretaba las espinillas. A nadie le quitaba el espacio y a nadie le hacía perder el tiempo, a casi nadie le echaba tierra y a nadie le ofrecía fuego. En el colegio se palpaba cómo el conocimiento me resbalaba. Ni siquiera aprendí a nadar en un vaso de agua. Hacía inverosímiles carambolas tacando burro.
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No escogí profesión para no ser la competencia de nadie a quien le pudiera ganar en algo.
Como no protestaba, en la casa me servían las patas de la gallina. Las mujeres en vano me picaban los ojos.
Un maestro zen que como quien no quiere la cosa me vino a hacer la visita quedó maravillado con mi nulidad aparente. Si seguía así, con seguridad que iba a alcanzar a salir de la rodada rueda de encarnaciones. Se explicó que perteneciera al movimiento nadaísta por el hecho de que no me movía. Para ponerme a prueba me regaló una máquina de escribir. Y hasta allí llegó mi profunda y silente sabiduría. A partir de ese momento me llevó el patas. Para ensayar la cinta lo primero que escribí fue un poema. Me pareció tan bueno que escribí un cuento. Que me pareció tan genial que comencé una novela. Y a pergeñar mi propia filosofía. Que me dediqué a difundir escribiéndole cartas a todo el mundo. Merced a esto de la escritura fui tomando masa corpórea. Y por ende comencé a hacerme pesado, inoportuno e incluso fastidioso con mi presencia de bulto y de pensamiento. En esas estaba cuando me llamaron de los periódicos, donde al decidirme a escribir por amor al prójimo y a la prójima me fui llenando de malquerientes.
Hace más de veinte años que luzco sembrado en la prensa de una manera sistemática, mandoble va mandoble viene contra tanta maleza que nos tratan de vender como yerba fresca. Y ni siquiera es lo que pienso sino lo que me trasmite la máquina de escribir del maestro zen.
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Mi pacifismo me alejó del panfleto, del ludibrio y la cuchufleta. A duras penas esgrimo el sarcasmo, la ironía y el chascarrillo. Que terminan por resultar más molestos que una mosca al oscuro en un ataúd. Es como si mi actual teclear en el mundo generara ejércitos de desplazados de la escritura.
No de otra forma me explico por qué reciba tantas anónimas vaciadas cada vez que pongo mi firma. Apenas atenuadas con algunos panegíricos tan honrosos que parecen dictados por el doble de mi otro yo.
Dos críticos macarrónicos se han referido al premio internacional que con sus chavos chavistas me sacó de pesares y me hizo sentir más fresco. El uno, al no encontrar cómo descalificar los cantares cualificados, se despachó contra la fotografía de la carátula. El otro observó que en 50 años de ejercicio poético se me había ido cayendo el pelo y pontificó que todos mis reconocimientos no son más que la confirmación de mi fracaso en la poesía. Lo que debe ser extensivo a mis notas de prensa, si hemos de atenernos al panteón de vociferantes por internet. Hasta con amenazas de muerte. ¡Qué susto! Mientras me crece sin control el cabello caído sobre los hombros.
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