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COLUMNISTA |
Pereira, Colombia -Edición: 12.875 - 455 Fecha: Martes 25 - 01 -2022 |
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Intermedio Los dardos de Medardo
Jotamario Arbeláez
En la vida he leído algo más cerrero, escrito por alguien que posa de intelectual de tanta presunta trayectoria y alcurnia que aspiró al premio Vida y Obra de la Gobernación del Valle y quedó mamando. Que por su alineamiento político de ultraderecha, como el de algunos escasos especímenes en los terrenos de la intelectualidad colombiana, corre el riesgo de quedar como un cagajón en la historia, con la salvedad de que tampoco es ningún Vargas Llosa. Le he visto con simpatía ostentar una atildada presencia, cultura y roce internacional, que cierta respetabilidad le han brindado. Pero en reciente columna en este periódico se descargó contra eventos, obras artísticas, personajes típicos y personas que entregan su talento y actividad al empuje por la cultura. Se le voló el pedrero y decidió excretar públicamente todo el virus que lo continúa envenenando. |
Es un escrito rezumante de odio, que comienza señalando los signos de odio que se perciben en la ciudad, según él, amparados por el Alcalde, “cómplice del terrorismo urbano”. Como para que el paramilitarismo tome atenta nota. Qué es eso. Está bien que los escritores denuncien las injusticias, pero no que atropellen comunidades que expresan sentimientos represados por siglos. No hay que atacar indígenas, negros, ni zambos, cuando se embejucan, con sobradas razones. Tal vez menos en el caso de esta columna. En toda Latinoamérica, desde hace décadas, se están desmontando monumentos a los esclavizadores conquistadores que secuestraron recuas de fornidos, como él, africanos, cuando no daban para más los lentos indígenas. Así nos hayan traído el portentoso idioma que tanto utilizamos para ofendernos (y defendernos). Para lo único que servía la estatua de Sebastián era para que los urgidos en sus necesidades sintieran que el dedo del conquistador les ordenaba “A cagar o a tirar atrás”. Y me consta.
Sigue ahora con el ataque a un monumento respetable incluso por lo típico y picaresco en la historia de la ciudad como es la “demente delirante” Jovita Feijóo, quien aún sin sus cabales es menos cómica que la Cabal maestra del escribidor. Y, a renglones seguidos, la remacha contra el escultor que la homenajea, el magistral Diego Pombo, como lo ha hecho con otros personajes de la ciudad, tipo “el loco Guerra”. Y machuca contra la referencia de los
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“libros mamarrachos de escritores mediocres”, como el de la Vida y Obra premiados, que rodean su efigie, tan duramente recuperada por el escultor y aclamada por los muchachos de Santa Librada; con seguridad porque no figura uno suyo, porque él no es petrista. Qué mamarracho. Y allí aprovecha para despacharse sin mencionarlo contra Leonardo Medina, eficaz funcionario que mueve la cultura de la ciudad.
Y como tapa la agarra con que debe suspenderse el Festival Internacional de Poesía (¡habrase visto!), al que se invitan “poetas de primera línea”, haciéndome sentir salpicado por todas partes. Y dirige el dardo mayor a su directora, la espléndida poeta venezolana Betsimar Sepúlveda, no de “quinto atril” como la califica y al que más bien pertenece él. Ella desde hace años recibe la gratitud y el respeto ciudadanos por su intensa actividad cultural. Y aquí viene lo más procaz. Ella es la esposa del escritor Julio César Londoño, quien en varias ocasiones le ha apretado las tuercas. Y por ello aprovecha, de la manera más cobarde, para agraviarle en su parte más sensible, solicitando le suspendan su actividad.
Pleno de pleitesía invoca, como invocó al principio al dinosaurio también con ambiciones presidenciales Enrique Gómez, a la estatua viviente de María Fernanda Cabal, ánima bendita, en su solicitud de limpiar con pintura blanca los muros de la ciudad por los bárbaros mancillada. Habría que empezar por esa columna.
Lo siento, Medardo, pero como decíamos cuando muchachos, lo que es con Jovita, con Diego Pombo, con Betsimar, con Leonardo Medina, con los indígenas y hasta con la primera línea que incitas a destruir por la fuerza, es conmigo. Para eso tengo columna en El País, vecina de la tuya, donde nunca me han censurado. ¡Vergajo!
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