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COLUMNISTAS

 

Pereira, Colombia - Edición: 12.923-503

Fecha: Martes 17-05-2022

 

Cuál paz, guerrero

Jotamario Arbeláez

 

Los escritores públicos, y aun los privados de público, nos sentimos casi obligados -ahora que el Presidente puso a sonar el son de la paz-  

a ir sentando a la mesa nuestros principios.  

Esto, para no quedar como pazguatos incapaces de hablar de pazología, después de medio siglo de cantar la tabla. 

Los principios dejémoslos para el final, manifestó el jefe de una facción armada que terminó plegada a la paz  

y hoy ostenta sobre sus hombros la segunda carga política del país. 

 

 

En la guerra nadie se luce –porque matar nunca es glorioso–; acaso quienes rescatan rehenes.  

Una guerra sin fin no les conviene ni a los guerreros.  

Le sacan partido los que la sostienen para lucrarse, los que sostienen que tal guerra era inexistente y los que de ella medran con la quejumbre.  

La guerra es una cortina de humo, la peor, pues no deja ver nada claro. 

La paz podrá ser apacible pero no boba. Luego de tanto salvajismo, y ya con las cartas puestas, habrá que imponerla, así sea a la brava.  

Esto es, con todaaa discreción, ¡firmes!

 

 
 

Nuestra paz ya no será blanca, con la mancha tremenda que la antecede.  

Contentémonos con que resulte de un rosa pálido.  

Sin campos minados, los soldados podrán regresar completos a casa.  

Y los campesinos también. No los que ya perdieron las patas, sino los que todavía no. 

 

Que se acabe la guerra, pero no para seguir delinquiendo en paz.  

 

La paz no es el fin de la guerra; el fin de la paz debe ser el comienzo de la guerra a la corrupción. Lo cual sería otra manera de volverla a empezar. 

 

 

Que nadie quiere reclutar a reinsertados en sus empresas. Pues que ingresen a reforzar el ejército y la policía.  

Ya vienen entrenados en las disciplinas del combate y en la alta obediencia a los superiores. Estarán a salvo de que no les den chumbimba en la calle.  

Podrían ser muy útiles en la vigilancia de las fronteras, oleoductos y torres de energía, que bien los conocen. En velar por las comunidades indígenas. En mantener a raya a los que sabemos. O en crear empresas de vigilancia privada. 

Aunque con la plata en las arcas de las Farc, que recaudarían dos billones anuales, tendrían para una liquidación que les daría para vivir sin trabajar hasta nueva orden. 

 

Dice la sabiduría popular que el que la hace, la paga.  

En Colombia, donde nos pasamos de generosos, a los que la hacen les pagan. 

Imprescindible como hacer el amor es hacer la paz. Y la paz, como el amor, no se hace sola. ¡Ponga su parte! 

 

   

Los islamistas en la India no se limpian el ano con papel sino con la mano, porque en papel está impreso el Corán.  

Y con la izquierda, porque la derecha es para pasar las páginas del Corán.  

¿Por qué provocar a tan sensibles adoradores del Libro proyectándoles una torpe película que se mofa del Profeta? Del profeta no se burla nadie, coreamos los nadaístas, ala. 

 

OK que Obama no tenga la culpa de ese video que puede disparar una guerra santa mundial.  

¿Y si esa producción obedeciera a una autoprovocación islámica para reaccionar?  

 

No me refiero al muslime raso, incapaz de tocarle al profeta un pelo, sino a siniestros provocadores de un nuevo septiembre 11. ¿O a una intromisión de los sabios de Sion? 

Como todo es posible cuando todo es inexplicable, ¿qué tal que el detonante provenga de un fanático republicano para tirársele a Obama la resurrección? 

 

 

Se firme o no la paz en Colombia, sería insufrible que persistiera la guerra entre los poetas. 

 

Todos deberían armisticiarse con todos, menos con uno. Que para eso está acostumbrado a pelear solo.  

Aquí los poetas, o son convidados de piedra o son invitados de Roca.  

O actúan como los nadaístas, o como Los nada que ver.  

Bienvenidos los grandes bardos mexicanos José Ángel Leyva y Margarito Cuéllar, auspiciadores de paz. Lamentable no tener una casa de la poesía para acogerlos. 

 

El Tiempo. Sept. 18-2012 

 

  

 

 

  

 

 

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