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COLUMNISTA

 

Pereira, Colombia - Edición: 12.942-522

Fecha: Jueves 30 de Junio de 2022

 

Se consolidó el espectro

 

Por Jotamario Arbeláez
Para Ana Lu Narváez

 

Mi ingreso a la política partidista de esta bella y dolorida Colombia, que ahora estoy viendo mucho más bella aunque no menos dolida, ocurrió 38 días antes de cumplir mis primeros 10 años,


    cuando la abuela Carlota Arbeláez de Rionegro me vistió muy cachaco y me llevó de la mano hasta la Casa Liberal, que era un solar con una caseta de madera de dos pisos en el barrio San Nicolás, del que éramos habitantes


    y donde esa noche hablaría el líder Hernán Isaías Ibarra, año y medio después del asesinato de Gaitán y el consecuente nueveabrilazo.


    Yo llevaba mi banderita confeccionada con una rama seca, una hoja roja de papel celofán y cinta pegante.


     La casa estaba atestada pero yo me movía entusiasmado como pez en pecera dando abajos a la godarria.


     En un momento dado entraron unos civiles, entre detectives y “pájaros” (como se llamaba a los paradetectives de entonces) dando bala,


     y cuando se retiraron entraron policías dando más bala,

 
     y cuando se retiraron entró el ejército dando bala más todavía.


     Con la abuela y muchos manifestantes nos refugiamos en un café que quedaba en la esquina de la carrera cuarta, y desde debajo de las mesas oíamos pasar las balas que entraban por la ventana.

 

   Hubo 22 muertos y 70 heridos. En ese momento se celebraba cerca de ahí el ascenso a General de Rojas Pinilla y su posesión como comandante de la Tercera Brigada,

 

  quien justificó la matanza diciendo que turbas liberales habían atacado con explosivos la sede del detectivismo (SIC). Lo cual era falso. Desde entonces resulté

 

 
 

 

invulnerable a los atentados.

El 7 de Agosto de 1956, en el mismo barrio de San Nicolás, en la 25, entre la estación del ferrocarril y el Teatro Roma y los billares donde me ponían bolas

 
    y de donde acababa de irme caminando para la nueva casa pues habíamos desocupado la de la cuarta con 20 para pasarnos al Barrio Obrero,


   estallaron 7 camiones cargados de dinamita que destruyeron varias manzanas a la redonda dejando 1300 muertos y 4 mil heridos.

 
   Se desconocen aún las causas de la explosión, pero el General Rojas Pinilla, que entonces era el presidente de facto de la República, aventuró que se había tratado de un “sabotaje político” de la oposición,


    en particular de Alberto Lleras y Laureano Gómez, firmantes de los pactos de Benidorm.

 

 

Le fui cogiendo tanta tirria al generalote que el 10 de mayo de 1957 fui uno de los más aguerridos tirapiedras tumbagobierno de mi colegio de Santa Librada, que desde entonces se conoció como Santa Pedrada.


   Salió corriendo rumbo al exilio. Fue declarado Indigno por el Congreso. Y siguió el Frente Nacional tan campante, de acuerdo con los pactos de España.


    Pero, oh sorpresa. Como el pueblo todo lo olvida, el General regresa para el último período de quienes lo desbancaron y con un millón y pico de votos gana las elecciones que le son birladas por fraude.

 

    Y los poetas nadaísta Elmo Valencia y Jotamario, en vista del supremo delito electoral que anula los turbios antecedentes, viajan a Bogotá a escribir El libro rojo de Rojas, con documentos que confirman el chocorazo.

 

    No logran el objetivo de hacer respetar el designio popular y por su mismo camino pero con reclamantes más guapos se crea

 

 

   

 la guardia roja de Rojas, o sea el M-19, guerrilla desde siempre desmamertizada, con la consigna: con el pueblo, con las armas, con María Eugenia al Poder.

 

 

    La Capitana se les zafa. Y ellos persisten, con buenas y malas artes, en la pelea. Con el tiempo firman la paz, entregan las armas, les matan a casi toda su dirigencia, participan en forma destacada en la nueva constitución, se toman el Congreso, ocupan importantes cargos públicos,


   algunos se tuercen, un político nadaísta logra la firma de la paz con las Farc en el gobierno de Santos, que la derecha por poco volatiliza, en la era uribista se presenta el holocausto de jóvenes colombianos que se denominó falsos positivos, con 6402 muertos inocentes confesos en parte por militares involucrados,


    Gustavo Pedro se prepara por 30 años para hacerse digno de la Presidencia de la República ante el terror de las gentes por los desmanes de las Farc y lo miran asustados como un espectro, lo intenta tres veces y a la tercera es la vencida, con la consigna del cambio, no en primera sino en segunda, con 11 millones largos.

 

 

Y aquí está. Se llama Gustavo Petro y es nuestro presidente.

 

Nota bene: Aunque ahora el General no tenga nada qué ver, y ya no tiene ningún sentido ni el Libro rojo ni la guardia roja de Rojas, debe mirarlo desde lejos como una bonita revancha. Porque, va la madre, el fraude electoral es una cosa muy fea.

 

 

 

 

 

 

  

 

 

  

 

 

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