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COLUMNISTA

 

Pereira, Colombia - Edición: 12.947-527

Fecha: Martes 12 de Julio de 2022

 

Limitados libertinos

 

 

Por Jotamario Arbeláez

He pensado que después de que se instauró el amor libre —ahora se le llama liberación sexual— ,
     gracias a la sumatoria de aportes de la píldora que abolió la pesadilla del embarazo,
      el feminismo que desacreditó la fidelidad femenina,
      el hippismo que desencadenó una pacífica promiscuidad alucinógena,
      el desprestigio sexual de la moral eclesiástica,
      la elevación de la mujer con el acceso a los más altos cargos,
      la inminencia de la guerra exterminadora,
     el avance del sida entre la población de alto riesgo y la hora zanahoria que no da para menos,
     quienes acuden a los burdeles para satisfacer su libido deben ser seres muy aberrantes.

 

 

Deben buscar quizás emociones más fuertes que las simples del himeneo con la novia, con la amante, la amiga o la secretaria,
      para no mencionar el roce convencional con la esposa, más bien ajeno al erotismo.

     Toda una vida surtiendo de misionero,
     y ante el alud de provocaciones estrambóticas que brilla en las páginas de los avisos limitados de los periódicos del mundo,
      hasta el más casto se siente tentado a dar salto a lo prohibido.
     Pues posiblemente le despierten la nostalgia por aquello que nunca tuvo la oportunidad de probar.
 

    Eso que llaman los sexólogos las aberraciones y los psicólogos parapatías,

 

 

    

que en los caballeros rijosos deja muy atrás a la legendaria ninfomanía,
que se le achacaba a las mujeres poseídas por el demonio de lo insaciable.
     La gama es infinita e infinita la oferta satisfactora.
     Ahora el sexo oral no es el que antes se estilaba, sino el que se ofrece a través de las líneas del teléfono caliente,
     capaces de volverle a encender la imaginación a un ginecólogo.
     Y para aquellos a quienes el temor del sida les impide mantener en alto la bandera del erotismo,
      la pornocibernética es la panacea puesta al alcance de la mano
.

 

 

Tenía que ser él, publicitario y amante de las palabras, catalán de nacimiento y colombiano de corazón,
     con una larga estela de éxitos en Colombia, José María Raventós,
    quien tuviera la idea de recopilar 1200 anuncios reales, aparecidos en periódicos de Barcelona a Buenos Aires,
     para probar cómo la creatividad es también ingrediente decisivo en la oferta de servicios libidinosos y primeros auxilios sexuales.
     Ya he visto la obra impúdicamente expuesta en las librerías, y no me ha aguantado el deseo de poseerla.
     Y he decidido no prestarla, como antes no se prestaba la novia.

 

 

Sexo por palabras pretende ser un homenaje del autor a las chicas (y chicos) de la vida fácil —no entiendo por qué les dicen también de la vida airada, venga de ira o de aire—,

 

 

   

y el homenaje comienza por glosar ese término, pues considera que es una de las faenas más duras de un ser humano,
      echarse encima a otro muerto de las ganas de desfogarse.
     Ser presa del baboso besuqueo y tajada en dos por unos pesos más desvalorizados que su autoestima.
      Lo del oficio más antiguo del mundo está por probarse, yo pensaba que era la poesía.
      Por algo la han tratado siempre como la cuca del paseo.
El tema tiene su historia. Estos anuncios en un principio debían venir camuflados en secciones casamenteras o en ofertas de caballeros magnánimos a señoritingas en aprietos.
      Pero poco a poco fueron ganando espacio, con la punta de lanza de la oferta de masajes, relax y relaciones indiscriminadas.
     Cito algunos sugestivos ejemplos que provocarán más que una sonrisa:
     “Lourdes, milagro sexual. Tel...”,
     “Ejecutiva despedida por provocativa y distraer al personal. Llámame”,
     “¡Me caso! ¿Quieres poseerme antes de mi boda? Sólo hotel”,
    “Hombre casado de 42 años, gordito. Por problemas económicos me ofrezco para hacer tríos con parejas y mujeres de toda España”,
     “Yvonne, dulce fresa. Sólo me falta la nata”,
     “Labios carnosos monte pelón, grandes pechos, acepto todo”,
     “Prueba la silla erótica. Mari y Pili desde 2000”,
     “Vegetariana. 20 a. Me encantan los pepinos”,
     “Me falta calcio. Dame leche”.
   Ya Eduardo Escobar, empedernido buceador, había encontrado una perla: “Busco travesti con fines serios”.

 

 

Si la situación económica sigue como va —las entradas con gotero y exprimidos por los impuestos—, y no sobra ni un chimbo para invertirlo en tan refinados placeres caligulescos,
     me tocará volver por mis fueros e insertar el siguiente anuncio por palabras:
    “Publicista erotómano retirado ofrece redacción de avisos libidinosos irresistibles. Recibo pago en especies.”


El País. Contratiempo. Marzo 5-2003

 

 

 

 

 

 

  

 

 

  

 

 

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