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COLUMNISTAS

 

Pereira, Colombia - Edición: 12.947-527

Fecha: Martes 12 de Julio de 2022

 

Democracia Directa Liberada

 

Por: Edgar Cabezas

 

La revolución burguesa que derrotó hace más de 200 años al régimen monárquico feudal, secuestró en cabeza de las fuerzas militares y de policía la democracia constituyente de los estados nación. La celebración de la fiesta patria se conmemora de manera simbólica con desfiles de las fuerzas militares y de policía que representan el pago permanente de la deuda ancestral y permanente que se les ha de pagar por la defensa de la independencia y la libertad que disfruta en el presente la ciudadanía.


En Colombia las fiestas patrias del 20 de julio y el 7 de agosto son los días calendarios, en que por conmemoración a la independencia y a la libertad, el presidente de la República instala el 20 de julio las sesiones del Congreso y el 7 de agosto se posesiona ante el Congreso el presidente electo de la república.

 

Este periodo que corresponde a 19 días entre el 20 de julio y el 7 de agosto de 2022. la Asamblea Popular Constituyente del Censo Electoral puede y debe declarar como la fiesta de la civilidad que clausura el secuestro de la democracia y la declara en libertad.


La verdad histórica de nuestra realidad nos exige como imperativo categórico e hipotético y conforme a la comisión de la verdad, superar la política de la muerte, dejar en el pasado el fratricidio colombiano, reconciliarnos, desarrollar las políticas públicas que aseguren los derechos fundamentales de la ciudadanía y la naturaleza, sentar las bases de una paz estable y duradera y así, realizar la transición hacia la ejecución de la política de la vida que cure las heridas y nos permita recordar sin dolor las atrocidades cometidas contra las personas civiles, militares y alzados en armas.


Por las razones anteriormente expuestas es necesario cancelar el desfile militar del 20 de julio fecha de la independencia y autonomía del territorio nacional y las entidades territoriales que lo constituyen, así como la rendición de honores militares al presidente de la república el 7 de agosto.

 

Estos días deben ocuparse en hacer que se concreten las propuestas de los congresistas del poder legislativo electo y el equipo de empalme de la rama del poder ejecutivo electo, de la seguridad ciudadana y de la defensa del territorio nacional para presentar la reforma a las fuerzas militares y de policía sobre la institucionalización de la seguridad ciudadana, la educación en la democracia y en las libertades individuales y los derechos humanos, revisando y sustituyendo la doctrina de la seguridad interior y el régimen especial de seguridad social.


A los representantes del poder constituido en las ramas de los poderes ejecutivo y legislativo se les invita a que imiten a las organizaciones sociales entre el 20 de julio y el 7 de agosto, con la estelar fiesta patria del “traje”, en que se cocinarán los alimentos, se servirá la mesa de la abundancia y se marchará la palabra dialogante de la espiritualidad del amor. La fiesta de traje de congresistas y ministros que dicen, “yo traje la papa, yo traje la yuca, yo traje…”

 

En estas fiestas patrias la ciudadanía debe estar atenta en sus respectivos hábitats a lo que de manera simbólica va a acontecer entre el 20 de julio y el 7 de agosto.

 

Preparen asados, sancochos, tapaos y ajiacos porque vamos a liberar la democracia de quienes la tienen secuestrada con las armas a nivel planetario.

 

 

El Camino fácil

 

Por: Linda Cubillos Vizcaíno.


Todos, sin excepción, nos hemos encontrado alguna vez frente a una disyuntiva, una dicotomía, un dilema moral. Y cada uno ha tenido que decidir, según sus principios y su realidad, aquello que le ha sido más favorable o conveniente. Resulta que esto es más sencillo cuando estamos solos, cuando únicamente se trata de nosotros mismos. Total, en ese orden de ideas, el único argumento a considerar es el propio y, en tal caso, cualquier posibilidad de disenso está neutralizada.

No obstante, la situación toma otro tinte y se pone un tanto más compleja, cuando se trata de la sociedad, de pensar estos dilemas morales en comunidad, de decidir según principios y estructuras morales diversas, lo que resultará -o por lo menos, lo que se espera que resulte-, más favorable para todos.

 

Aquí se trata de conciliar muchas realidades diferentes, de unificar criterios, de moldear un contrato social, un pacto. Tarea nada sencilla, puesto que supone ceder a otros, parte de lo que uno espera para sí. Implica renunciar a ciertos privilegios, discutir sobre temas álgidos, y llegar a consensos que con seguridad serán debatidos y cuestionados por otras generaciones, y que, con una probabilidad muy alta, provocarán el descontento de un sector de la población, que sentirá

 

 

que el acuerdo logrado, no representa sus intereses individuales.

 

Pensar en colectivo, pensar el bien común y la satisfacción de necesidades ajenas, no es tan difícil como se cree. Todos estamos en capacidad de hacerlo. Lo hemos hecho desde que conocemos a nuestros padres, a nuestros hijos, lo hemos hecho por nuestros amigos, por nuestros animales. Es decir que, pensarnos de esa manera, con empatía y consciencia de la otredad, no es lo complicado. Le tememos a este tipo de discusiones porque no hemos sido entrenados éticamente, ni  argumentati-vamente para ello.

 

Estamos habituados a defender nuestro pequeño espacio personal, incluso con rapacidad y violencia. Hemos hecho de nuestro instinto auto-protector, una ideología. Obedecemos más a nuestra amígdala cerebral, que a otra cosa, cuando de sobrevivir se trata.

 

La cuestión es, que no siempre estamos frente a situaciones de supervivencia, máxime en la actualidad, cuando es de  conocimiento de todos, que en efecto  existen en el mundo los recursos suficientes para satisfacer las necesidades básicas de los seres humanos que habitan la Tierra.


Ahora, reduciendo este espectro magnífico, a la escala de nuestro país, podríamos plantearnos: ¿qué tan difícil puede ser para una comunidad que tiene la fortuna de haber nacido sobre una tierra que lo produce todo, llegar a construir un pacto en el que todos tengamos participación y todos seamos beneficiados? Si sabemos, a ciencia cierta, que todos somos capaces de identificar aquello que hace la vida insoportable o que, por el contrario, la hace agradable de vivir, y que, en términos generales, ambas condiciones son compartidas por todos los seres humanos, ¿por qué entonces insistimos en sobre valorar lo que nos divide y perpetúa, tanto la ideología como el accionar primitivo basado en defender la propiedad, sobre la vida y la dignidad humanas?

Por qué es tan extraño para los colombianos que aparezca alguien con un discurso de unidad, de respeto por la diferencia, de generar mejores condiciones de vida, no sólo para un sector de la sociedad, como ha sucedido por décadas, acaso por causa de estas ideas primarias y egoístas basadas en una necesidad de batirse por la supervivencia –cuando esa necesidad es anacrónica-; y que se plantee una idea de igualdad, de crecimiento, de mejoras en la calidad de vida de todos, y que así mismo, todos observemos un compromiso ostensible asumiendo su cuota de responsabilidad en medio de la materialización de esas ideas?


Siempre será más fácil seguir defendiendo la pequeña fracción de suelo que creemos poseer. Siempre será más fácil ponerle cercos a nuestra conciencia, como a aquello bajo nuestro dominio material. Tratar de acallar el dolor ajeno, el hambre, el frío, la enfermedad que no nos toca, y continuar en la indiferencia esperando que sea el mundo exterior el que cambie, o que se encargue de eso el caudillo bajo el ojo mediático del huracán, siempre será el camino fácil.

El difícil, pero virtuoso y que quizá enorgullezca a las generaciones futuras, es el que conlleva la propia transformación. El que implica abandonar las críticas prejuiciosas, la reproducción de narrativas que, en lugar de sumar, restan e implantan en la mente del colectivo, más miedos de los que ya harto ha tenido que soportar, y otros por hechos que ni siquiera han sucedido.

Pensemos al otro, transformemos nuestras propias necesidades, seamos realistas con la temporalidad de nuestra propia existencia y apoyemos las causas que nos inviten a la unidad y a generar un nuevo pacto social. Ningún logro histórico se ha dado, siguiendo el camino fácil.

 

 

Vocación confirmada
 


Por Benhur Sánchez Suárez

Uno no puede determinar dónde va a estar, ni siquiera al día siguiente. Por eso los expertos aconsejan vivir el momento. Ese hedonismo, así lo llaman los conocedores, puede volver a la humanidad irresponsable. Pero en la vida contemporánea, mediada por el tema de lo económico y lo tecnológico, no dejamos de proyectar futuros que, en efecto, uno no sabe si se van a concretar.
 

 

Carlos Orlando Pardo - Benhur Sánchez Suarez - Jorge Eliecer Pardo


En 1973, cuando me desempeñaba en el cargo de director del Instituto Huilense de Cultura, cinco años después del Primer Congreso celebrado en Pereira, quise emular aquel estimulante encuentro.

 

No era mi obligación, por supuesto, pero 

 

 

aún alegraba mi espíritu esa experiencia y en el fondo deseaba que se repitiera para  beneficio de las gentes de mi región. Convoqué un evento nacional que resultó más amplio.

 

Sólo que yo no lo llamé Segundo Congreso, como debí hacerlo en homenaje a Zahúr, sino Primer Encuentro Nacional de Escritores. Inauguré, sin proponérmelo, el prurito de llamar Primer Encuentro o Primer Congreso, a cuanta reunión de escritores se hiciera en el país.

 

Nadie quería ser segundo, que no secundario, porque cada organizador ambicionaba ser precursor de estos encuentros para sus contemporáneos. En el fondo también para su localidad. Entre ellos el hoy famoso Encuentro Internacional de Escritores de Chiquinquirá, Boyacá, al que asistí en sus primeras ocho convocatorias.

Por supuesto que a este primer Encuentro de Neiva invité a quienes consideraba los consagrados y también a las promesas por esos años de una literatura colombiana renovada.

 

Amigos y conocidos, además. Los más cercanos a mis afectos, claro, aunque también llegaron de los otros, los que años después llegaron a ser grandes pero no eran de mi círculo conocido. Semejante cantidad de escritores reunidos en la pequeña ciudad parecía increíble.

 

No había presupuesto suficiente. Costaba demasiado, como en realidad costó, no pude evitarlo. Por fortuna el gobernador del departamento, Héctor Polanía Sánchez, me respaldó, como en otras actividades culturales.

Recuerdo con gratitud que aceptaron mi invitación, entre otros escritores: Manuel Zapata Olivella (1920-2004), Fernando Soto Aparicio (1933-2016), Eutiquio Leal (1928-1997), Arturo Alape (1938-2006), Jorge Valderrama Restrepo (1944-2002), Roberto Ruiz Rojas (1938-1978), Humberto Tafur Charry (1935-1985), Jairo Mercado Romero (1941-2021) y su hermano José Ramón (1936-2022), Camilo Pérez Salamanca (1949-2019), Isaías Peña Gutiérrez (1943) y su hermano Joaquín (1950), Germán Santamaría (1950), Humberto Rodríguez Espinosa (1943), Jorge Eliécer Pardo (1949) y, por supuesto, Carlos O. (1947) Faltó Zahúr (1943), pero ya había partido para los Estados Unidos.


 Primer Congreso de Escritores Jóvenes de Colombia (noviembre 1968, Pereira )


Fue en este encuentro donde los hermanos Pardo presentaron en un evento especial, por decirlo de algún modo de carácter nacional, su primer libro de cuentos, titulado “Las primeras palabras” (1972), conformado por cuatro cuentos de cada uno de ellos. En ese pequeño libro comencé a admirar sus calidades narrativas. Recuerdo que Humberto Tafur Charry lanzó su novela “Tres puntos en la tierra” (1973).

El encuentro trascendió no sólo nacional sino internacionalmente. Las conclusiones del Encuentro fueron divulgadas en periódicos y revistas nacionales, así como en la revista Casa de las Américas, en La Habana, Cuba. Durante algunos años se habló del Encuentro, su repercusión fue realmente notable y eso justificó con creces la inversión realizada.


Ahora me parece increíble. Dos encuentros de escritores, el de Pereira y el de Neiva, dieron inicio y consolidaron esa amistad que a partir de entonces hemos sostenido con Carlos O.

Después hubo largos períodos en los que poco pudimos dialogar, debido quizás a la distancia, pues yo residía en Bogotá y él en Ibagué, cada uno absorbido por los trabajos desempeñados pero siempre atentos a nuestra mutuas producciones literarias. En los primeros años de la década de los ochenta Carlos O. est

uvo radicado en Barcelona, España, donde comenzó a escribir su primera novela. A partir de los encuentros y como una coincidencia afortunada, los dos publicamos libros casi en el mismo año o con una diferencia muy escasa. O quizás sea sólo mi imaginación, que en medio de la oscuridad adiciona detalles que sólo viven en mi interior. Pero lo que me permitía mantenerlo siempre presente en mi memoria fueron esos cuatro cuentos de su autoría que se publicaron en “Las primeras palabras”.

(Fotografía: suministrada por Carlos O. de su archivo personal: Con Carlos Orlando y Jorge Eliécer, en la época en que se usaban las patillas largas).

 

 

 

 

  

 

 

  

 

 

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