Sus Santidades en Viena, 1983
Por: Jotamario
Arbeláez
El 10 de septiembre de 1983 aterricé en el aeropuerto internacional
de Schwechat, en la capital del antiguo imperio austro-húngaro.
Cumplía una gira con credenciales líricas en representación
de Colombia, que empezó en el festival poético de Macedonia, siguió
en Belgrado y Budapest, y continuaría por otras siete capitales
europeas.
El flamante embajador de Colombia en Austria, Gustavo
Rodríguez Vargas, político cascarero que resultó coronado con la
excelencia, me había advertido que, a diferencia de los embajadores
de Yugoeslavia y Hungría,
no tendría ocasión de atenderme, ni de enviarme el Mercedes
al aeródromo, ni de conseguirme un lugar para decir mis poemas,
porque estaría muy ocupado con la visita de su Santidad Juan
Pablo II.
Más que la
poetorragia, mi misión autoimpuesta era hablar del proceso de paz
que se adelantaba en mi país, cuyos protagonistas eran el presidente
Belisario Betancur y Jaime Bateman, líder del movimiento guerrillero
M-19, alguno de los dos merecedor del Premio Nobel de Paz.
Lo propuse
ante la Agencia de Energía Atómica de la ONU, que me procuró la
masonería. A ello apuntaba mi gestión, financiada con recursos
propios. Colcultura había aportado la designación y el pasaje.
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Me encontré, pues, solo, en Schwechat, en medio de una
multitud que corría a recibir el jet proveniente de Roma.
A mi lado, en la soledad de la sala, estaba “un simple monje
budista, ni más ni menos”, como después oí que se definía. Llegó por
él un corro de fervorosos.
Un amigo secreto que disfrutaba en Viena una vida de príncipe, se
dio cuenta de mi orfandad por mi otro amigo el ex embajador Armando
Holguín Sarria que lo llamó desde Cali, y se precipitó en mi ayuda.
Era Luís Miguel Urrego, de Pereira, quien me abrazó y
me dijo que me tenía posada en su palacete.
Y allá fuimos con las maletas, en su mayor parte llenas
de libros de poetas del mundo en sus idiomas originales.
¿Y quién sería ese enigmático personaje que me
acompañaba en la sala?
Es el Dalai Lama, que siempre viaja de incógnito a los
sitos donde va el Papa de Roma.
De modo poeta que vamos a celebrar, porque hoy en Viena
‘habemus’ 3 pontífices. Nos fuimos a la casa Beethoven.
Al otro día llegamos a la Catedral de San Esteban, de
fachada románica y alma gótica, subimos sus 343 escalones y allí
tuve a Viena y el Danubio a mis pies.
Por las calles circulaban remolinos de ciudadanos, a cumplir
la cita con el romano Pontífice, quien hablaría en la Plaza de los
Héroes,
en el mismo lugar desde donde Hitler proclamara la
anexión de Austria a Alemania.
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Luis Miguel me dijo que no podía soportar eso. Y me
invitó a dar un paseo por los alrededores en su
Wolkswagen. Llegamos a una vereda, La Capilla del Campo.
Un grupo de personas sentadas en la hierba rodeaba a un
iluminado de túnica naranja, mi solitario compañero de
sala en el aeropuerto,
Tentzin Gyatso, decimocuarto Dalai
Lama encarnado, Buda de la Compasión, líder de 6
millones de fieles.
Nos sentamos en la mejor posición de loto que
conseguimos y escuchamos sus palabras en alemán.
Mi amigo me tradujo lo que era el verso favorito del
Dalai tibetano, de Shantideva: “Mientras perdure el
espacio y existan los seres vivos, pueda yo también
continuar, para disipar la miseria del mundo”. Mi mismo
credo.
El santón ofreció a los asistentes el cumplimiento de dos
deseos. Pedí el Nobel para quien hiciera posible la paz
en mi patria, obnubilado en mis dos prospectos.
Una providencial blenorragia, adquirida a menosprecio
por los alrededores de la Plaza España, en Madrid,
impidió que el 27 de noviembre tomará el vuelo de
regreso a casa,
en el tristemente célebre avión Olafo de Avianca, que
se precipitó a tierra en Mejorada del Campo, en medio de
los gritos de pánico de Marta Traba
-quien viajaba a Colombia a cumplirle una invitación al
presidente Belisario-, de Ángel Rama, su esposo, y de
una veintena de artistas e intelectuales.
Y seis años después el Dalai Lama estaría en Oslo,
recibiendo el Nobel de Paz.
Tal vez sea esa la razón de su presencia hoy en
Colombia.
Contratiempo. El Tiempo. Mayo 10-06
P.D. de 2019: El Papa Juan Pablo II alcanzó la
canonización en 2014. Así como el Dalai Lama recibió en
1989 el Premio Nobel de Paz, en 2016 lo mereció un
presidente de Colombia que logró la firma de la paz tras
un conflicto de más de 50 años.
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