Derechito a la poesía
Por: Jotamario
Arbeláez
Desde que tenía la
edad de la mayoría de los participantes en esta compilación bienal
de poesía estudiantil visitaba, sólo o en compañía de mis intrépidos
colegas del nadaísmo,
la por entonces revoltosa Universidad Industrial de Santander,
donde dictábamos unas conferencias plenas de humor y protesta que
terminaban en atronadores abrazos.
En ningún otro espacio recibieron tantos vítores las
encendidas proclamas de Gonzalo Arango, de Eduardo Escobar, de Elmo
Valencia y las baladas monocordes de Gallinazo.
Recuerdo el éxito de mi poema Santa
Librada College, escrito en enero de 1960,
recuento vindicativo del plantel que me negó el cartón de
bachiller por haber ingresado a ese movimiento que pretendía
derribar el establecimiento poniendo el mundo patas arriba.
Pero ese colegio fue también el epicentro en Cali de las
jornadas del 10 de Mayo que derribaron al general Rojas Pinilla, y
por ello continuó con el mote, a mucho honor, como Santa Pedrada.
Los insolentes últimos versos rezaban: “Santa
Librada / College / yo no te debo / nada”.
Ese poema muy pronto me granjeó cierta fama internacional e,
incorporado en el libro Mi reino por este mundo, acompañado por
Santa Librada College Two,
obtuvo el primer y único Premio Nacional de Poesía de la
editorial La Oveja Negra, por entonces de García Márquez.
Por ello algunos años después la amoscada Junta Directiva del
plantel decidió otorgarme el cartón de Bachiller Honoris Causa, con
misa incluida y ramo de flores de desagravio a mamá. Y
posteriormente la placa de Ilustre Egresado.
Y hace dos años bautizaron con mi nombre su Centro de convenciones,
que desafortunadamente se vino abajo, como amenaza hacerlo todo el
establecimiento, con mundo y todo.
La voz de la conciencia me llamó a reivindicar el final del primer
poema por “Santa
Librada / mi santa barbada / todo te
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lo debo /
no me debes nada”,
como remata Santa
Librada College Three, porque bien vale ser recurrente.
De modo que la poesía me sirvió más que cualquier carrera que
hubiere escogido,
más que cualquier diplomado en Harvard o La Sorbona,
porque con base en ese premio de oveja negra me llamaron de la
publicidad a seguirme pagando el monto del mismo premio todos los
meses hasta que logré pensionarme empezando el siglo XXI
y es así como hoy resido con mi adorable mujer, dos perros y
siete mil libros en La montaña mágica, una casa que hice en
Mara-Villa de Leyva
para dedicarme a escribir los poemas de mis últimos días y
pulir los borradores de algunos de los primeros que aún me persiguen,
y que ojalá sean largos y placenteros y puedan servir para
abonar el recuerdo, los días y los poemas.
Quiero decir con ello que la poesía es un derrotero superior a
cualquier derrota y no “la elección del fracaso”, cuento con el que
nos trató de engatusar Sartre para terminar de volvernos… prosa.
En esos años de
juventud de los que les estoy contando, todos los
jóvenes inquietos que eran la mayoría, andábamos con un poema
escrito en el bolsillo de la camisa,
que le
leíamos a los otros apenas nos encontrábamos, en el cafetín o en el
salón de billares o en el burdel, y luego cada uno continuaba la
letanía,
en tanto los anfitriones y hasta las prostitutas nos pedían de
su cuenta nuevas cervezas.
La poesía es el más bello talismán que puede hallar un joven en su
camino hacia lo que llegue. Que se convierte en trofeo cuando ha
llegado.
La poesía le da un aire sofisticado e ilumina sus pasos al
himeneo.
La poesía lo puede llevar, como a mí me ha llevado, a orinar
desde la punta de la torre Eiffel, para dar cumplimiento a uno de
mis primeros deseos.
Al Taj Mahal donde un emperador enamorado construyó un palacio
revestido en piedras preciosas en honor de su esposa muerta mientras
paría.
Al cantón de la China desde donde partió Mao Tse Tung a la
larga marcha.
A la Sierra Nevada, a la Sierra Maestra, a la Sierra Madre.
Al lago Titicaca, a los siete mares, a subir los 343 escalones
a la torre de la Catedral de San Esteban en Viena y a descansar a la
sombra de las muchachas en flor.
La
poesía hace que quien la porta se sienta más poderoso, el que se las
sabe todas, el que no tiene pierde. La voz de la tribu en el
tribunal de la vida.
En un momento dado y ante una consigna del por entonces triunfante
cantautor Pablus Gallinazo de que “Ahora es la guitarra eléctrica la
que tiene la palabra”,
los jóvenes abandonaron sus papelitos, se dejaron crecer aún
más los pelos y se dedicaron a rascar cuerdas.
Pero
como había que ponerle letras a ese estrépito, volvió la poesía por
sus
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fueros. Lo que
indica que la poesía nunca pierde, y cuando pierde arrebata, como
Jalisco.
Hubo los poetas desgreñados a los que les fue mejor cuando luego de
una buena mano de champú se peinaron.
Y hasta cuando les resultaron empleos empleando las mismas
palabras de los poemas, como en la publicidad y en el periodismo,
que son sus mejores recursos.
En ellos se desempeñaron García Márquez y Álvaro Mutis,
William Ospina y Santiago García. Héctor Abad y Santiago Gamboa,
Rogelio Echavarría y Fernando Soto Aparicio, y casi todos los
nadaístas cansados de hacerse la publicidad a sí mismos.
Trabajé en estas tres Pes y así no tuve necesidad de putearme.
Aunque no tengo nada contra la prostitución, pues aprendí que,
con la poesía, fueron las profesiones más antiguas del mundo.
Me es regocijante leer la estupenda producción lirica de esta
muchachada bumanguesa estimulada por la Universidad Industrial de
Santander y sus facultades de Derecho y Ciencia Política y Ciencias
Humana,
y estimular a los participantes en este libro que, bajo la
dirección del activo poeta Manuel Moreno que nos mantiene vigentes,
y con la participación de sus jóvenes Todoístas, que son los
Nadaístas cuando están en Todo,
compila a los participantes en los concursos de los dos
últimos años con el tema El
derecho a la poesía, el más humano de los derechos, después del
que se usa para el amor.
E incorpora a nuestra musa incipiente Dina Merlini, ahora
nadaísta por delante y todoísta por detrás, para hacerle juego a las
dos caras de la moneda poética.
Son poemas con la frescura de la juventud, como fue el
objetivo del primer nadaísmo: “Usted es joven luego es nadaísta,
usted es nadaísta luego es joven”.
Y por ello nos quedamos así. Los sobrevivientes ahora
ochenteros con el mismo arrebato en las suelas de los zapatos.
El que fue mordido por la serpiente que era el buen demonio de la
poesía y sobrevivió,
tiene todas las posibilidades de permanecer inmortal, como les
tocó a Eva y Adán.
Y como al rey Salomón y a San Juan el apocalíptico.
Y al mismo Cristo Jesús cuando en plena pasión terminó
escribiendo el poema INRI.
Por algo Jean Coteau lo dijo después de muerto: “Los poetas no
mueren, fingen morir”-
De modo jóvenes poetas que a perseverar con la poesía en el bolsillo
de la camisa,
que la música se la irán poniendo el amor y la fortuna que se
desprenden de ella.
La montaña mágica,
marzo 24-2021
Prólogo al libro
El derecho a la poesía
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