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COLUMNISTA

 

Pereira, Colombia - Edición: 12.962-542

Fecha: martes 16-08-2022

 

El cielo es el límite

 


Jotamario Arbeláez
 

 

Foto Claudia Jaramillo por Salvador Arbeláez

“El cielo es el límite, y no el tejado”. Foto Salvador Arbeláez

 

Hasta el borde de los 30 años –y después de haber paladeado hasta el pozo de las delicias y hasta el foso de los tormentos ese primer amor que nunca termina porque reencarna en los romances que vienen–,


    me mantuve dándole patadas al mundo porque tal era la consigna. El mundo había quedado mal hecho y había que acabárselo de tirar. Para eso estaban los ladrillos y la palabra, que mejor usados en lugar de construir destruyen. Y a morir juntos.


     Pero cuando ya se abría el abismo bajo los rotos de mis zapatos recibí el llamado de ciertas potencias espirituales que me ofrecieron llevarme de la mano hacia la plenitud en todos los órdenes –de esto hace ya 50 años–,


    con la condición de que cumpliera ciertas misiones con el verdadero Cristo como bandera, el Cristo pobre de la teología de la liberación pero a la vez el Jesucristo Superstar de los acuarianos.


    Lo cual no casaba con nuestro ateísmo de cafetería, el mío y el de mi

 

 

 

 

 

 

cofradía de poetas que nos presentábamos como los profetas del fin.

 

    No estaba para ponerle peros a lo real maravilloso, o al realismo mágico, o a la realidad encantada, o a la salutación de los ángeles. Mi malograda conciencia era un saco vacío dispuesto a ser llenado con lo que fuera, y mejor con lo irracional o lo incoherente.


    Si estaba siendo un escogido, así no viajara a caballo como el de Tarso, mal podría escabullirme por segunda vez, como lo hice en aquella encarnación anterior cuando fui Jonás.


    Si posaba de profeta sin credenciales, ¿por qué habría de negarme a recibir la licencia? Además si se me prometía como compensación hacer realidad mis deseos.


    Con cierta discreción, modestia y desinterés, pues no mencioné el dinero constante y altisonante, pedí el poder de conquistar muchas mujeres, tener muchos libros, conocer muchos países, ingerir muchas copas y ganar muchos premios.


    Mis amigos cercanos se extrañaban –y sospecho que se burlaban–porque se me estaba corriendo la teja con desvaríos angélicos y místicos y deístas.


    ¿Estaría metiendo cannabis Golden? ¿Yagé del Putumayo sin taita? ¿Hongos de La Miel pasados de silocibina o ácido lisérgico pasado de lisergina?


    Pero me veían asistir impecable de ropa y comportamiento a los empleos publicitarios que se me fueron abriendo.


   El principal requerimiento de esta actividad, que no conocía, era el don creativo verbal, que me venía de la infancia cuando al no disponer de juguetes me engolosinaba jugando con las palabras.


    Y muy bien, cumplía con los eslóganes que se me presentaban en sueños, asistía a la agencia donde escribía mis columnas, dejaba el saco sobre el espaldar de mi silla
 

    y me iba a los supermercados a ver el comportamiento de las amas de casa ante los productos, y de paso a las librerías, a los bares y a los cinemas,
 

    con la tolerancia lírica de don Álvaro Arango el señor gerente de Sancho que me becó de por vida. Beso su mano.
 

    Con lo que ganaba compraba libros y más libros que leía en la oficina para

 

 

 

inspirarme: “Con sólo un Kilométrico de Papermate Cervantes hubiera escrito todo el Quijote, y sin una sola mancha”.

 

  Y me fueron lloviendo premios de literatura. Y de adehala invitaciones a cercanos y lejanos países. En cada uno de los cuales leí a sus autores, bebí de sus licores y me abracé con la guía. Sin olvidar el cumplimiento de mis misiones espirituales secretas. Dios sea loado.


    Como publicitaba a los escarabajos de Varta que hacían triunfar en el deporte a Colombia, mi gerente me propició que sacara la cara por el país con la poesía, andaregueando el mundo por largos meses.


     Y me cayeron amores providenciales, de los que nombro uno, la Maga, de la mano de María de las Estrellas, su niña de 3 años que se fue convirtiendo en una poetisa genial hasta que tuvo un accidente que se la llevó a los 13, hace 39,  


    y el próximo año el brillante traductor Boris Monneau lanzará sus obras completas en París, su libro de poemas El Mago en la Mesa y su novela ganadora en el Congreso Mundial de Brujería de 1975.


    Así las cosas, un día llegó a las puertas de mi departamento creativo Claudia Jaramillo, de 26, con un mensaje sugestivo escrito en una gigantesca hoja de álamo y La Casa del Ladrón Desnudo, el libro ganador de María debajo del brazo,


    vestida con una túnica negra hasta los tobillos rosados, una cabellera cobriza hasta el punto sacro y una sonrisa tímida que hacia juego con el rojo de sus cachetes,
 

    con el embeleco de realizar una entrevista para la emisora de la Universidad Javeriana, que no hemos podido terminar por el tira y afloje del cuestionario.


    Me salió a pedir de boca la torcacita. Han pasado 32 años. Nuestra hija Salomé está a punto de dar a luz. Levantamos casa en las afueras de Villa de Leyva. Yo tengo 80. Ella hoy está cumpliendo 58.


    Gracias les doy a mis maestros San Nicolás y San Agustín por la bienaventuranza. Y espero haberles cumplido en lo encomendado. El verdadero Cristo dirá.


La montaña mágica. Marzo 18-2020

 

 

 

 

 

 

  

 

 

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