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COLUMNISTA

 

Pereira, Colombia - Edición: 12.966-546

Fecha: Jueves 25 de agosto de 2022

 

Peggy Pegotes
 


Por: Jotamario Arbeláez
 


A Emilia Curtis Arbeláez

Foto: Efraín Llano Arango


Una vez hube terminado mi recital de poesía nadaísta en el consulado, en Miami, quiso mi amigo Rafael Vega-Jácome que lo acompañara a dar una vuelta por Coconut Grove,


          y parar en un sitio donde, podía jurarlo, vendían las hamburguesas más apetitosas de los Estados Unidos.


    Quería además que conociera, conociéndome, a la reina de las hamburguesas.



        Lo acompañé porque estaba en su patio y porque, donde fueres, haz lo que vieres.

 
      Debo ante todo dejar sentado que, en cualquier país de Europa, no me como una hamburguesa ni a palos.

     

 

 

 

Y no es porque me sobre dinero, ni padezca resentimientos comunistoides, sino porque me parece que estoy haciéndome el gringo en el viejo mundo,


       por más que la hamburguesa -como su nombre lo indica, procedente de Hamburgo-, fuera el inmigrante alemán con más suerte en USA, por cuanto desde su llegada a la Feria Mundial de San Luis, hace 122 años,


      devino a convertirse en la típica comida del invasor por el mundo, acompañada de la Cocacola -inventada por Pemberton- que cumplió los 100 hace 21.


     Claro que el bolo alimenticio de carne apelotonada había llegado a Alemania en el siglo XIV, a través de los tártaros de origen ruso que la invadieron,


       y que llevaron la carne de barato ganado asiático picada en tiras para hacerla más comestible, el famoso steak tártaro, que se comía crudo hasta que comenzaron a asarlo.

 
      Fue un genio, Fletch Davis, de Texas, quien tuvo la idea de incorporarla entre dos tajadas de pan tostado, añadirle unas rodajas de cebolla fresca, y dedicarse a engordar la economía norteamericana,


       y de paso a sus habitantes, necesitados de una comida rápida, económica y práctica, posible de consumir sobre sus escritorios o mesas de trabajo.


      La Coca-Cola, por su parte llegó a convertirse en el summun de la democracia, cuando quedó establecido que “un pobre bebe cerveza, un rico bebe champaña, pero con seguridad que los dos beben Coca-Cola.”


       El amigo Rafael me dejó sentado en el sitio donde despachaban las rivales de McDonalds, y me dijo que fuera comiendo mientras él iba a buscar a Luis Zalamea, que quería saludarme.


       Yo había reparado en una gorda rojiza que daba vueltas en el fogón a las masas carnívoras, a las que miraba con los ojos aún más ardientes.


      Como no había champán solicité una cerveza. Y a los pocos minutos allí tenía a la bastante a mi lado, colocándome la hamburguesa enfrente.


       “Perdón, señora, pero yo no he pedido algo que no puedo comer.”


        “¿Por qué, señor?”

     

 

   

“Mi religión me lo prohíbe”, atine a decirle. “¿O no sabe usted que trece religiones del mundo son ofendidas por la existencia de la hamburguesa,


       la hinduista, la taoísta, la judaísta, los hare-krishnas, los budistas, los shiks, los monjes rusos y los griegos ortodoxos, los adventistas del séptimo día, los zoroastristas, los mormones, los musulmanes, los católicos romanos los viernes santos, los rastafarios, los jainitas, casi todos por repudio a la carne de cerdo y a las carnes en general?


        Puede que el nadaísmo no sea todavía una religión, pero yo también me siento ofendido por este preparado para salir del paso.”


     “Pues usted se va a comer mi hamburguesa, mi querido señor nadaísta caleño, como que me llamo Peggy Pegotes, y como que nadie me ha dejado nunca con el bocado servido.


       Y si no quiere no me la pague, que con las que vendo tengo suficiente para tirar para el techo.


        Yo también soy colombiana y desde que llegué a este sitio soy una reina.


       Ya sé que viene usted a derrumbar los símbolos de este país al que su masticación ni falta que le hace.


       Mire cómo respira la carne, hágame el favor y me mira el pan, mire estos pepinillos picados, y estas cebollitas asadas, ¿quiere que le ponga más salsa?”

Huelga decir que cuando llegaron Rafael y Luis Zalamea, me encontraron en plena orgía con Peggy Pegotes, entregado a la deliciosa carne de su hamburguesa.

   

 

 

 

 

 

 

 

 

  

 

 

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