Pintura
blanca
Por: Jotamario Arbeláez
¿Qué tal el senador Roy
en nombre del cambio poniendo
barreras al arte porque le parece machista y feo?
Debo advertir que dentro del gobierno de Petro me cae bien
Roy Barreras. Lo considero un político impetuoso, valiente,
atrevido, filudo, sin pelos en la lengua, y que en el gobierno
actual fue la persona indicada para manejar el Congreso. Pero esas
mismas cualidades como político le han hecho incurrir muy
penosamente en territorios de la cultura. Y yo diría más
precisamente, en este caso, de la incultura. Cosa que ni le cabe, ni
le luce, a tan gentil cultivador del verso. Pudo haber sido un
dislate de su carácter, que se lo trataré de hacer ver, sin el menor
ánimo de ofenderlo como la ofuscada oposición acostumbra. Me remito
a la reflexión de Bolívar respecto del mandatario, al que “no se le
profesa amistad verdadera y pura si no se le habla la verdad y se le
aconseja el bien”.
Supongo que hay ímpetus que inducen a tratar de
echarse al bolsillo, como se dice, a personas, grupos, etnias,
tendencias, y el tener un desempeño descomedido o exagerado genera
lo contrario de lo buscado.
Según el mismo senador lo divulgó por las redes -con
anexo de grabación arrogante-, invitó a la ministra de Cultura, la
nadaísta y camarada y defensora de la paz y de la mujer Patricia
Ariza, a pasear por el Capitolio para mostrarle uno de sus murales,
precisamente el ejecutado por el maestro antioqueño Ramón Vásquez
Arroyave en el techo del Salón de la Constitución, señalándolo como
“machista, misógino y además feísimo”, y solicitándole lo aboliera y
cambiara por otro. ¿Pretenderá que con el actual presupuesto de la
cultura, que es de migajas?
Trinó: “Invité a Mincultura a cambiar este mural del
Salón de la Constitución. Un mural machista, misógino y racista.
Sólo “próceres” machos, una sola mujer empequeñecida y los únicos
dos afros están encadenados y de rodillas. Los indígenas no existen
en esta “historia blanca”… Sólo machos. El esclavo encadenado. La
única mujer que está en una esquina es una monja, como un fantasma.
Son los próceres. Hay más caballos que mujeres. Le estoy pidiendo a
la Ministra que nos ayude a
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cambiarlo para
hacer justicia con la historia de las mujeres y la diversidad
cultural del país.” Pero si así era. Los esclavos andaban
encadenados. Lo interpreto como una manera de denunciar o recordar
el oprobio. No los iba a pintar sentados en canapés tomando mojito
al lado de los próceres de la carta magna.
Y a continuación le planteó a la Ministra una
advertencia con cariz de amenaza: “Si no somos capaces de cambiar
ese mural, vengo en diciembre y lo grafiteo, le echo pintura blanca
porque es una ofensa para las mujeres de Colombia”. La Ministra, muy
discreta y tal vez no muy convencida, respondió: “Vamos a buscarle
una solución”.
¡Ah! Con lo peligroso que era grafitear en nuestra
alborada, así fuera un ¡Viva! o un “Abajo”. Como se consideraba un
delito, cuántos cayeron al piso o al calabozo. “Me tocó correr
perseguido / por los jeeps de la defensa civil / empeñados en
hacerme tragar / mi galón de alquitrán”. Hasta que el grafito se
convirtió en un arte, por cierto bien estético y respetable. Pero no
con el estilo royesco, de empapar un mural oficial con pintura
blanca.
Siguió explayándose el senador: “La decoración del
Salón de la Constitución es una ofensa contra las mujeres
colombianas y la diversidad del país, por lo que tapar esa obra será
parte del cambio cultural que busca el nuevo Gobierno”. No veo que
esa sea una acertada forma gubernamental de plantear el cambio, ni
en las conciencias ni en la cultura. ¿A punta de grafiteo y de
baldados de pintura blanca contra una costosa obra de arte se
homenajeará a la mujer y las etnias? Me cuesta encontrarle sentido.
Intervengo, sin comunicarlo previamente a Patricia
Ariza, porque considero que no es manera de tratar a una dama, a una
artista, a una poeta nadaísta, a una Ministra. Eso sí es, en verdad,
una feísima muestra de machismo político. Le solicito templanza al
señor presidente del Senado por alguien que milita y ha militado en
mi movimiento, donde los agresivos hemos sido siempre nosotros. A
mucho honor, o si no pregúntele a su amigo, el doctor De la Calle,
el confeso nadaísta al que le devolvieron la paz embadurnada en
pintura blanca que veremos cómo se limpia.
Leo en Las dos orillas: “Lo de menos son las
motivaciones del congresista, el hecho es que ni él ni la ministra
pueden disponer de un bien público como es el Capitolio, donde hay
valiosísimos obras de artistas nacionales como Ignacio Gómez
Jaramillo, Santiago Martínez Delgado, Alejandro Obregón. El Congreso
y las obras que están en su interior constituyen un bien de interés
cultural con la máxima protección patrimonial”.
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El senador Gustavo
Bolívar comentó con suma educación a la propuesta de eliminar el
mural. “Me parece buena la intención de Roy de exaltar a la mujer.
Pero uno no puede intervenir una obra artística de tantos años. Ese
fresco tiene derechos morales de autor. En el salón hay muchos
espacios donde se puede hacer nuevas pinturas y murales donde la
mujer sea protagonista”. Aunque el senador Bolívar no sea santo y ni
siquiera beato de mi devoción, por primera vez estoy de acuerdo con
él por encima del señor presidente del Senado.
Una pintura en sí no es machista ni misógina. Y
vemos que al autor tampoco le caben esos epítetos. Sobre el también
irrespetado artista Ramón Vásquez sabemos que no era ningún pintado
en la pared ni encumbrado racista. Nació en Ituango en 1922 y murió
en el 2015. Para educarse acudió su familia a la ayuda de damas de
la caridad y a la Sociedad San Vicente. Recibió beca para estudiar
en el Instituto de Bellas Artes. Trabajó como carpintero y como
locero. Fue un artista muralista reconocido en el país. Profesor
fundador de la Universidad de Medellín.
El
mural lo elaboró entre los años 82 y 86, durante todo el gobierno de
Belisario Betancur, no muy dado a contratar esperpentos para
incorporarlos en Palacio y otros lugares oficiales. Como los que le
barrió Virgilio cuando llegó a sucederlo. Debió costar una
millonada. Y tenía como propósito conmemorar el centenario de la
carta del 86. No era el motivo la exaltación de la mujer, ni la
raza. Y la imagen femenina que aparece de manera discreta –“como un
fantasma”– es una especie de monja que en nombre de la religión y de
la mujer, bendice la escena de los legisladores. Con fragmento de
ese mismo motivo se elaboró la estampilla famosísima donde aparecen
Núñez y Caro.
¿Y por qué se cambiaría el dicho mural? Se les da
tema a los malpensados de que se estaría fraguando una cuantiosa
contratación muralística. Aunque es posible que con el anunciado
grafiteo y la baldeada con pintura blanca –y ojalá de otros colores–
que haría por navidades el senador, resulte una obra maravillosa, al
estilo Jackson Pollock. Que sea motivo de aplauso internacional. Así
no exalte a la mujer sino de manera abstracta.
¿Qué tal el senador Roy en nombre del cambio
poniendo barreras al arte porque le parece machista y feo? ¿En
referencia vergonzosa pero nada qué ver con los impresentables
mamarrachos de Dévora Arango? ¿No será una forma de censura como la
que aplicó Laureano Gómez en el 48 cuando en el Patio de los
Ciudadanos del Congreso, para ocultarlos a la mirada de la
Conferencia Panamericana, mandó tapar con pintura blanca –felizmente
removible– los murales de Ignacio Gómez Jaramillo sobre la abolición
de la esclavitud y sobre los comuneros?
Habría que ver lo que decidiría el senador si en vez
del mural de Vásquez Arroyave se hubiera encontrado con esa obra de
autor machista y misógino conocida como La última cena, donde no
aparece una mujer ni para remedio. ¿Pintura blanca?
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