El poder del NADAÍSMO
Por: Jotamario
Arbeláez
Foto Agüita y Juan Domingo Guzmán
Han pasado 64 años
desde que un profeta antioqueño, el memorable Gonzalo Arango, a
través de un primer manifiesto convocó a la juventud a hacer parte
del Nadaísmo, su doctrina recién inventada y. como buen militante de
la generación del fracaso, caí en la redada. Aun ahora, nadie sabe
lo que es el nadaísmo, ni siquiera los militantes sobrevivientes. Se
lo consideró una filosofía sin filo, una teología sin dioses, una
ética sin moral, una estética sin belleza, una revolución sin patas
como la calificó acertadamente Armando Romero.
Tenía 18 años,
había perdido el bachillerato en Santa Librada y el prepucio en la
zona de tolerancia, no tenía rumbo fijo, acababa de leer a Nietzsche
y a Schopenhauer y a Malaparte y a Vargas Vila. Cuando cayó en mis
manos tal manifiesto nadaísta, que rezaba en sus apartes finales:
“NO DEJAREMOS UNA FE INTACTA, NI UN ÍDOLO EN SU SITIO.
“La sociedad colombiana necesita esta revolución Nadaísta. Destruir
un orden es por lo menos tan difícil como crearlo. Aspiramos a
desacreditar el ya existente por la imposibilidad de hacer las dos
cosas, o sea, la destrucción del orden establecido y la creación de
uno nuevo.
No disponemos de recursos económicos ni elementos humanos para
realizar semejante empresa transformadora. Al intentar este
Movimiento Revolucionario, cumplimos esa misión de la vida que se
renueva cíclicamente, y que es, en síntesis, luchar por liberar al
espíritu de la resignación y defender de lo inestable la permanencia
de ciertas adoraciones.
En esta sociedad en que “la mentira está convertida en orden”, no
hay nadie sobre quien triunfar, sino sobre uno mismo. Y luchar
contra los otros significa enseñarles a triunfar sobre ellos mismos.
Al proponer a la juventud colombiana este Movimiento para que se
comprometa en una lucha revolucionaria contra el actual orden
espiritual y cultural del país, yo sacrifico, tanto como ella, lo
que esa sociedad podría ofrecernos a cambio de nuestro silencio. En
la alternativa de claudicar para merecer los honores y las
recompensas de la sociedad cuya mentira vamos a combatir o de
renunciar a eso para quedarnos en el martirio, elegimos el martirio
como una vocación, como el acto más puro y desinteresado de nuestra
libertad intelectual.
Aceptada esta
decisión, la misión es esta:
No dejar una fe intacta, ni un ídolo en su sitio. Todo lo que está
consagrado como adorable por el orden imperante en Colombia será
examinado y revisado. Se conservará solamente lo que esté orientado
hacia la revolución y que fundamente, por su consistencia
indestructible, los cimientos de la sociedad nueva.
Lo demás será
removido y destruido.
¿Hasta dónde llegaremos? El fin no importa, desde el punto de vista
de la lucha. Porque no llegar es también el cumplimiento de un
Destino”. Al leer estas palabras me caí del caballo como San Pablo y
me raspé el culo. Sentí que Zaratustra bajaba de la montaña para
reclutarme al camino que a ninguna parte conduce. Me preparé para
transmitir este evangelio de la nueva oscuridad, como lo llamaba el
profeta, y calcé las sandalias del pecador. Los seguidores del
profeta fueron legión. |
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Había nadaístas
hasta en el pueblo más lejano, donde llegaran los suplementos de los
periódicos y el trueno de las emisoras. Pero en el grupo central se
presentaron tendencias: la de los izquierdistas duros, como la
teatrera y poeta Patricia Ariza, el pintor Pedro Alcántara, el
cantautor Pablus Gallinazo, el escritor Jaime Espinel, el crítico
Álvaro Medina, y el mismo Eduardo Escobar, quien con el correr del
tiempo se abochornaría de esa militancia; adeptos de Krishnamurti
como Alfredo Sánchez y Augusto Hoyos; e incipientes adeptos del Zen
como ElmoValencia y yo.
En el
año 2014 los nadaísta suscribimos un manifiesto instando a la rápida
firma de la paz entre el Gobierno y las Farc. Sobre todo porque
quien comandaba las negociaciones además de político era un confeso
monaguillo
del nadaísmo, de nombre Humberto de la Calle Lombana. A él se debió
finalmente esa firma de la paz con la mala suerte de que aquellos de
los que hablaba López Michelsen nos la devolvieron, y lo único que
resultó de rebote fue el Premio Nobel de paz para el presidente
Santos, cuando lo que debió haber sucedido sería que el negociador
nadaísta alcanzara la presidencia. Pero ya vendría otra oportunidad.
Me permito leer la introducción y unos párrafos de la incansable
luchadora por el arte y por la paz Patricia Ariza en el citado
manifiesto. Dice el introito:
“Los participantes en este compendio, escritores y artistas
vinculados al Nadaísmo de vieja data y descreídos hasta la médula de
las componendas políticas, manifiestan su respaldo y compromiso con
las conversaciones de paz que se adelantan en La Habana entre
representantes del Gobierno y de la guerrilla –entidades a cual más
desacreditadas pero de las únicas que depende pactar la paz con la
decidida mediación de Humberto de la Calle Lombana.
Consideran que su misión de denuncias con papel y tintas y cuerdas y
en las tablas durante casi todo el tiempo del vergonzoso salvajismo
patrio, les permite acoger el proceso como una oportunidad de paz
imperdible, merecido destino de una Colombia desfigurada en masacres
pasadas y presentes que indignados repudian. Valoran que, aunque no
se superen todos los problemas internos de seguridad, pues
subsistirán narcotráfico, bandas criminales, delincuencia común y de
cuello blanco más los agazapados y desembozados enemigos de la paz,
será una gran conquista que la guerra no declarada se declare al fin
cancelada, concluyen que actuar de otra forma o no actuar, sería
aupar los esfuerzo inaceptables de quienes prefieren la continuación
de una guerra impredecible a una paz donde haya razonables
concesiones de parte y parte. Ante una crucial circunstancia
histórica que los deja sin evasivas, y cuando se ha atizado una
guerra sucia contra las posibilidades de paz, expresan con toda su
vehemencia a la mesa de conciliación en La Habana: ¡A LA MIERDA CON
LA GUERRA!”
Y esta son las
palabras de Patricia Ariza, quien ahora dirige la cultura en
Colombia: “Nosotros éramos de ese país que se moría en una violencia
sin fin. Y lo que intentamos hacer fue retar con la poesía y con los
cuerpos esa muerte lenta. Vivimos como castigo el desafecto y la
exclusión. Pero también tuvimos, por fortuna, nexos profundos y
complejos con el otro país no formal, el de la resistencia, el de la
fiesta, el de los inconformes con la cultura y la política… Y ese
país fue el que comprendió lo que representó y representa el
Nadaísmo en lo que tuvo y tiene de ruptura y nacimiento. Esa
generación fue fundacional en el arte. Relató lo que nos sucedía en
la poesía y en el teatro, en la literatura y en la plástica… Han
pasado muchos muertos y hemos tenido momentos de profundo
escepticismo, pero también de celebración, hemos enterrado mucha
gente, pero también henos celebrado la noche, la oscuridad y la
fiesta como resistencia.” |
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Que me llamo
Jotamario Arbeláez, tengo 82 años pero sigo como un toro dando lidia
donde me dejan, nací y pasé la infancia en el barrio San Nicolás, en
cuya iglesia de San Nicolás me bautizaron, en cuya escuela de San
Nicolás me catequizaron, en cuyo parque de San Nicolás me levanté la
primera novia, Olga García, que vivía en el cuarto piso del
Sindicato Ferroviario del Pacífico, y en cuyo Teatro San Nicolás
vendía cigarrillos, fósforos, chicles, mentas, chocolatines, maní de
sal el maní.
Desde que adquirí el uso de razón, por la época del asesinato de
Gaitán y esa masacre consecuente que se llamó “la Violencia”,
comprendí que había caído por voluntad de los astros en el país más
salvaje del mundo, apenas comparable con alguno del África.
Como en ocasiones anteriores, de pantalón corto y sombrero
encintado, el 22 de octubre de 1949 acompañé a la abuela Carlota a
la Casa Liberal, una cuadra arriba del Hospital de San Juan de Dios,
donde hablaría el líder Hernán Isaías Ibarra.
De pronto, cuando este político, refiriéndose a Laureano Gómez, lo
tildó de asesino, entraron unos bandidos disparando plomo a diestra
y siniestra matando a casi todos los asistentes menos a mi abuela y
a mí, que nos refugiamos en una tienda bar de la esquina y nos
incrustamos bajo las mesas.
Después de los primeros matones que debían ser “chulavitas” entraron
policías uniformados y siguieron echando plomo, y luego ingresaron
soldados del ejército a continuar con la matazón. Oí después que el
jefe de brigada por entonces era un militar de apellidos Rojas
Pinilla. El mismo que cuando el 7 de agosto a la una temprano del 56
estallaron los camiones de dinamita era el presidente de facto.
Mi primer acto de barbarie ocurrió el 13 de junio de 57, el día
cuando tumbamos al tirano y asesino de estudiantes Rojas Pinilla.
Armado de piedras de repetición salí del legendario Santa Librada
College, que hoy se está cayendo en vísperas de su segundo
centenario, y me dirigí con mis compañeros a caza de pájaros
llegando hasta la fachada de Caracolina, comerciante de una pomada
del mismo nombre contra los dolores del cuerpo.
Como la casa era inaccesible vi cómo un amigo y tocayo de mi
padrino, Jorge Giraldo, penetraba por una ventana a buscar al
“pájaro”. Minutos después se abrió la puerta y salió Caracolina
corriendo revólver en mano perseguido por Jorge Giraldo revólver en
mano. La multitud hizo presa del primero y le aplicó cruelmente la
ley de Lynch. Y por equivocación, creyendo que era otro “pájaro”, y
a pesar de mis gritos de que se trataba de un gran liberal, tuvo la
misma suerte. Lloré.
“El nadaísmo es el segundo movimiento más importante del país. El
primero es la violencia, con 300 afiliados”, escribió el compañero
poeta X- 504. El mismo que se quejó cuando le censuraron un escrito
en la prensa:
“Porque en este país, donde matan 50 campesinos diariamente, no
soportan un poema donde se haga el amor humanamente una sola vez. A
propósito me decía López Michelsen cuando empezamos su biografía
finalmente inconclusa: “La violencia en Colombia obedece a que somos
un país mal tirado”. A lo que no tuve reparo en contestarla: “Por
eso hay tanto malparido”.
Y me propuse diferenciarme de los colombianos atrapados en ese
trauma. El nadaísmo me daba libertad para todo. Empezando por alzar
faldas en Cristo Rey. Pero también a maniobrar escaramuza
subversivas, así fueran ingenuas, como regar tachuelas por donde
pasarían los tanques, o escribir el peligroso grafiti “Más libros,
menos armas”, con alquitrán.
Pero aún así, cuando en 1970 Elmo Valencia y yo nos enteramos del
fraude electoral que birlaba el triunfo electoral a Rojas Pinilla,
quien con papel higiénico se había limpiado mote sancionador de
Indigno que le había clavado el Congreso, decidimos irnos para
Bogotá a denunciar ese timo escribiendo El libro rojo de Rojas, a la
manera del Libro rojo de Mao, que por entonces circulaba a montones.
Creímos que nos volveríamos millonarios pues si el General tuvo
1.270.000 electores tendríamos el mismo número de lectores.
Pero no sospechamos que los de la Anapo eran analfabetas y el libro
se vendió poco. Pero de allí salió una especie de Guardia roja de
Rojas, como en el caso de Mao, que se llamó M-19. Uno de cuyos
exponentes hoy ostenta el poder. |