10 -

 

COLUMNISTA

 

Pereira, Colombia - Edición: 17.007-587

Fecha: Sábado 26-11-2022

 

Los verdes 80

 

 

Jotamario Arbeláez

 

 

Jotamarionada en su acuario. Recreación de Hernán Darío Correa

 

Nadie pensó que llegaría a cumplir 80 años, y menos respirando la plenitud en una preciosa casa de campo,


     con Claudia mi mujer, mis dos hijos Salvador y Salomé, mi yerno Jeff Curtis y mi esplendorosa nieta reciente, Emilia,


     con los poemas completos a punto de publicarse y sin ningún mal en el
cuerpo ni en el espíritu.
 

     Y me lo celebraron ayer unos pocos pero entrañables amigos con unos wiskis y un sancocho cocido en leña. Más cientos de mensajes abrazadores.

Imbuido por el pernicioso pensamiento existencialista que desestabilizó a mi generación, como se imponía por esa época,

    no le puse fe a nada, ni a la felicidad, estado de gracia que no correspondía con el caminar del confrontador.


    Sin embargo, caminé tanto que llegué al punto de partida, donde todavía me esperaba la dicha.
 


Salomé, Jotamario. Claudia, Salvador.

 

Mantengo la misma estatura de los 20 y de los 40, los mismos dientes sonrientes, más pelo, los mismos apetitos gastronómicos y sensuales, dado que me encuentro en el cénit con el demon de midí,


    pues de la operación de la próstata salí mucho mejor dotado.
 


     X-504, poeta que está a punto de los 90, me dice por teléfono que no pasó un solo día de su vida postrado en cama por cuenta de
alguna dolencia.


    Yo tampoco. A no ser que la peripecia digital amorosa producto de las continuadas consultas del Kamasutra sea considerada un
trastorno venéreo.

Desde que me volvió a crecer el pelo y rompí todas mis fotos de calvo los sombreros adquiridos en países exóticos permanecen en el perchero.


     Sigo en la redacción del mismo poema que se muerde la cola como la serpiente emplumada
 

    que ya va por las diez mil páginas a doble espacio, realizadas a mano, en máquina de escribir, en máquina eléctrica, en procesador de palabras y en este computador HP.
 

    Y eso que no he podido darle mate a los títulos largamente anunciados de La casa de las agujas, la Autobiografía no autorizada de Nerón Anticristo, la Vida y milagros de San Satanás, ni los cuentos pandémicos de El Sexamerón.
 

     Pero acabo de culminar a satisfacción El

 

 

 

 

séptimo piso, que cubre las peripecias de la década que terminó ayer.

 

Sé que no es justo cantar victoria porque ello puede ofender al que sufre.

 

    Y más ahora en esta pandemia que no perdona raza ni condición social.
 

    Pero qué hacemos los que durante una vida sólo cantamos derrota, incapaces de mejorar el mundo que nos legaron.


    Dejamos por lo menos el testimonio de nuestros reclamos en buena prosa, desde ahora en la colección de archivos de la Biblioteca Luis Ángel Arango.
 


El profeta, en sus 80, en su casa. Foto Salomé Arbeláez

 

Me doy el lujo momentáneo de usar botas pantaneras para atravesar hondonadas, tenis para pisar con delicadeza los prados recién podados,


    mocasines para visitar la taberna del pueblo, crocs para pasear por la biblioteca,


     sandalias y báculo para errar con los perros como un predicador por el yermo.

Vivo de la pensión que me paga el estado por haberme pasado la vida suspirando y conspirando con la poesía y con la prosa.


     El hecho es que nunca bajé la guardia y coticé rigurosamente para que no me sorprendiera la vejentud con los calzones abajo.


    Y los premios de poesía sirvieron para dar vueltas por el mundo cuando el mundo era todavía visitable.
 


El profeta y su nieta en La montaña mágica. Foto Salvador Arbeláez

 

Estoy incurso en los 7 mil volúmenes de mi biblioteca, al fin desempacados luego de cuatro años de sucesivos trasteos,


    enterándome de los títulos evaporados y gozando los reencuentros con los sin cesar subrayados.


    Como un regalo de la vida ayer descubrí por casualidad que puedo leer sin gafas.


     y sin ellas contemplar todas las mañanas el resplandor de mi nieta a quien entran en brazos a saludarme con las pomposas pintas de herencia de sus contemporáneas de la familia,


    y siento que debo sacar del corazón todo el álbum de mis quereres pasados


    para que el amor por esta chiquilla quepa tan holgadamente como merece.

Otra muestra de maravilla para este mortal que no tuvo signos visibles a la hora de su nacimiento


    fue que a la hora de cumplir los 80, o sea a las 2:32 de la madrugada,

 

   se sucedió un eclipse penumbral de luna, que ocurre cuando pasa a través de la sombra de la tierra..
 


Luna en eclipse penumbral, Foto Totó Mayorga.

 

   

 

Los cuadros de los pintores cercanos y lejanos colectados en el periplo, entre los cuales hay tesoros obsequiados por Marta Traba y otros por los mismos pintores que han sido el soporte de mis emergencias,


     la mayoría con cierto tinte sensual acorde con los temas que serpentean por mis prosas cuando me pongo en vena.

 

    Siempre pensé llegar a tenerlos a la vista cuando me sobraran paredes para inspirarme,


    pero se apilan en el último rincón del depósito para no espabilar a los visitantes menores. O porque no se consideran con mayor gracia.


    Pero cuando requerimos de recursos mayores acudimos a ellos con complacencia organizando exitosas ventas de garaje.

Duermo con mi señora en la misma cama, bien lavadas las manos y a los dos metros reglamentados por la pandemia.


      Supone que ya no es hora de andar en los arrechuches que conducen a la arrechura, como si hubiera llegado la fecha de vencimiento


    pero yo no veo por qué tengamos que ponerle peros a Eros. Para eso tomo vino Sansón.
 


La gata sobre el tejado caliente. Foto Salvador Jaramillo

 

    Ella es rigurosa, hacendosa, higiénica y fotogénica.


    Desde niña anheló vivir con un poeta y en una bella casa campestre. Se construyó la más bella y en un sitio maravilloso, las afueras de MaraVilla de Leyva.


     Alzamos en un año con esfuerzo y delicadeza la estructura mediterránea por donde me deslizo a través de rampas.


    Al pie del cerro donde comenzó el paraíso para los muiscas.
 

    Todo un palacete, un templete, la casa del amor que cantaba Eliana.
 

    Pero un bromista en un sueño me sopló que estaba viviendo en un rancho de pajas.


     Cuando los sueños se cumplen no dejan de mantener un resquicio para la risa.

La idea de la muerte no me ha rondado, en el entendido de que me siento más vivo que nunca por tanta vida vivida.

    A lo sumo la evoco como sustantivo para ser tratada en mis prosas, que no evaden tema escabroso como el incesto, la coprofagia, la traición a la patria y la gonorrea.


    No me arisca, y con mi salud de hierro la enfrento. Una salud como la de Whitman a los 37 cuando comenzara a cantar la hierba.


   El día que venga por mí, así no esté señalado ni por el dedo poderoso ni en mi agenda de ejecutivo poeta, me iré de gancho con ella como lo he hecho con mis doce pares de costillas,


    de las cuales me queda el privilegio de conservar la flotante.
 

    No le temo a la muerte pues he muerto tantas veces que no soportaría una nueva resurrección.

Para satisfacer mi último afán, acudiría por la red a la última fan, corroborando así que la palabra acariciante de la poesía es el eterno curalotodo. Y habré llegado.

 

La montaña mágica, Nov. 29 - Dic.1-20

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  

 

 

EL IMPARCIAL

Submit

 

 

© El Imparcial Editores S.A.S  |   Contacto 57 606 348 6207  

 

    © 1948-2009 - 2022 - El Imparcial - La idea y concepto de este periódico fue hecho en Online Periodical Format (OPF) que es un Copyright de ZahurK.

    Queda prohibido el uso de este formato (OPF) sin previa autorización escrita de ZahurK