Coqueteando con la parca
Jotamario Arbeláez
Con el ángel de la guarda
Por Jaime Rendón
Siento que es la ocasión de aplicar un toque de romanticismo,
movimiento sentimental del que había abjurado con el fin de hacer
más descarnada la seducción carnal y la expresión literaria.
Ello me lleva a encender el candelabro de bronce de triple vela y
apagar la luz al iniciar el ascenso que me ha de conducir por la
rampa a la cámara donde me espera la desposada de hace 33, todavía
joven y bella, dispuesta a suspender la veda de carne amada,
impuesta desde antes de que apareciera la peste.
Por lo menos eso creí oír cuando estaba a punto, en la sala, de
estar con la aparecida caderona Perséfone, reina de las sombras del
Hades, dispuesta a sembrarle más cuernos al pobre Plutón.
Ni el propio diablo se salva de los cachos supernumerarios, leí por
ahí.
De la que me libró mi ángel doméstico, porque hay que saber que
quien pretende echar un polvo con la muerte, y lo logra, en polvo
quedará convertido.
Está profunda, trato de despertarla con palabras delicadamente
obscenas pero no da señales, parecería que se estuviera haciendo la
muerta, lo que podría ser un aliciente para este continente forzado.
Lo estará haciendo para no vivir en consciencia el ofrecimiento de
que “puedes hacer conmigo lo que te provoque”’. Pero esto de hacerle
el amor al dormido, que antes podía considerarse una obra de
misericordia, ahora puede interpretarse como un delito, y es mejor
no meneallo.
Levanto la sábana, le toco la nalga y se yergue, ella.
“¿Qué pasa?”
“Me llamaste. Que estabas dispuesta”.
“¿Yo? ¿Cuándo?”
“Me encontraba a punto de acoplarme con la personificación de la
muerte e irme con ella, y con tu llamado me contuve y la conjuré. Y
aquí estoy”.
“No te he llamado para nada, así haya sentido que conversabas con
una mujer en la sala. Hasta me alegré de que pudiera ser para ti una
aventurilla tranquilizante. Un desfogue para que sigas escribiendo a
tus anchas, como dices que lo requieres. Y ya cálmate con tus
delirios fantasmagóricos. Acuéstate en tu sitio que estás bebido,
déjame dormir”.
Bendito. Hasta allí había llegado la pretendida invitación
fantasiosa. El caso es que seguía vivo, menos mal, aunque no menos
calenturiento.
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Decidí volver a bajar por el resto de whisky para continuar con la
lectura de La filosofía del tocador, del divino Marqués, que hervía
sobre mi mesa de noche, en novedosa traducción recomendada por una
amiga por la que muero, de ganas, naturalmente. ¿Y qué veo?
Aquí vacilo en continuar con mi narración. Van a pensar que sigo con
mi antigua consumición de cannabis. Pero ya he sido muy claro con
que fumé marihuana hasta que me supo a cacho, cosa que pasó hace
muchos años. Y me pasé a la perica. Y en vista de que me eran las
palabras fundamentales, cambié la coca cola por la cola sola. Con
semejante maestro sadiondo (sic). Lo que pudo ser la causa de mi
suspensión.
El que quiera creer, que crea. Algunos iniciados han vivido
situaciones similares y podrán dar fe de que no alucino. Narraré
sólo hasta el momento de la oferencia, pues en un escrito con
innegables pretensiones espirituales y trascendentes no caben las
delectaciones rijosas. “Las puertas del cielo deben ser abiertas en
casa”, dice la placa de Lowels que preside mi palacete.
Qué encuentro sobre la misma silla donde unos minutos antes había
estado aposentada la golosa señora del Hades.
Una figura divina -aquí si casa el adjetivo-, un ángel de luz, luz
en sí misma aunque no ilumina la estancia, luz hacia adentro.
Innecesario describir su sobrenatural belleza, aunque viene ataviada
como esas damas burguesas que me engolosinaban en los cocteles.
Nunca pensé estar enfrente de un ángel, y menos con abrigo de piel y
lujosos collares.
Por Hernán Dario Correa
Me le siento enfrente y percibo que yo también ilumino.
“Soy Graciel, la gracia de Dios, y me ha correspondido ser tu ángel
guardián. Eres querido en la Mansión Celeste por el compromiso
adquirido de preparar el Advenimiento. Pero hemos visto preocupados
que le vienes coqueteando a la Muerte, tal vez para controlarla.
Pero, en adelante, a la Muerte, ni el saludo. Suspende ese croar
meloso de escribiente y escriviviente. La puedes volver loca con tus
piropos y, aunque ya está puesta a raya, va a querer poseerte”.
“Menos mal que me salvó mi mujer llamándome, aunque ahora me dice
que no lo hizo”.
“No fue tu mujer la que te llamó sino yo, imitando su voz, cuando vi
que estabas a punto de caer en las garras de la pelona. Me han
enviado para salvarte, porque los maestros espirituales que te
acolitan no te pueden dejar marchar antes de que formules tu sagrado
testimonial. Ese que llevas media vida escribiendo a tu forma, sin
divorciar la Divinidad de la divina sensualidad. Tal vez no era lo
esperado, pero esperaremos el resultado. En vos confiamos.”.
“Si has sido mi ángel guardián, veo que el
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haber transitado mis años por esa concupiscencia de la que fui
revestido, ha tenido tu permisión. Y que no incurrí en falta, en lo
que tal vez me fue sugerido por Buda, Zoroastro o Mahoma, de que la
hazaña más virtuosa del ser humano era lograr el mayor número de
contactos. ¿Acaso interpreté mal?”.
“No he sido tu ángel guardián vitalicio. Hasta hace una hora te
custodiaba Muriel, la Muerte en mano de Dios, que te permitió todos
tus excesos, hasta provocarla al punto donde llegaste. Para extender
tus días sobre la Tierra decidieron cambiar a Muriel por Graciel, a
fin de acompañarte hasta que pongas el punto final a esa obra
prometida y glorificante que te dará acceso al Empíreo”.
“No podría terminar de hacerlo antes de tener el sublime final
contacto amoroso que contemple lo divino y lo terrenal. Sería algo
así como “la corona de la obra”, de la que hablan los esotéricos.
Creo que me lo merezco antes de partir. Ayúdeme ángel mío usted que
todo lo puede.”
“Veo que confías en exceso de aquello del “Pedid y se os dará”. Sin
que lo hayas pedido, desde hace más de 50 años se te viene
concediendo todo. Amores, comodidad y sabiduría. Y ahora, por algún
quebranto casero en tus exigencias de sátiro, aspiras a poseer el
cielo y la tierra en un solo abrazo. Hasta se vuelve graciosa y casi
demónica esa aspiración desmedida”.
“Creo en Dios Padre Todopoderoso, creador del Cielo y de la Tierra.
Aunque me sigue preocupando no saber dónde existía el Eterno antes
de crear el Cielo, que es su morada. Y la de los que iremos
llegando. Pero no hay que ponerle lógica a la divinidad. Y casi que
ni a la vida. Todo es maravilla. Todo es perfecto. Todo fluye.
Empezando y terminando por y con el abrazo desnudo. Cuando en el
colmo del éxtasis se siente la mano de Dios recorriendo el mundo y
nuestro espinazo. Esa ha sido la base de mi predicamento”.
“¿Y hacia dónde quieres desembocar, oh mortal con ínfulas de
elegido, por si fuera poco poeta, antes de que se te cierren los
ojos, que te puedo aseverar que no será pronto? A no ser que tú
mismo decidas irte para darle un mentís a la muerte. Pero eso, ya a
tu edad, no te luciría.”
“Desde que asumí lo poético terrenal comprendí que el amor era la
extralimitación triunfal del deseo. Y mi máximo deseo en esta vida
precaria fue acariciar algún ángel”.
foto Carlos Zatizábal
“Aunque eres un ser de luz, conmigo no puedes tener ningún contacto
porque soy espíritu puro. Ni sexo tengo. O si lo tengo no es para
eso. Pero para conciliarte, en vista de tu poder de convicción y tus
auto- proclamados merecimientos, me puedo transformar en el ser que
más desees en este momento. Y darte toda la satisfacción que tu
libido requiera. Así, tendrás acceso al placer de los inmortales. Y
la muerte no tendrá predominio”.
Llegué a pensar en la castigadora de mi mujer, pero sentí que me
podría arruinar el milagro. Y pensé en ti. Namasté.
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