Antologia
de poemas colombianos
Por: Jota Mario
Arbeláez
La lectura en tinieblas
Mi padre no me
dejaba leer la Biblia
ni el Manifiesto Comunista
para que no gastara la poca luz
que podía pagar para la casa.
Me quitaba el bombillo y dormía con él bajo la almo hada
remordiéndole la conciencia
pero al pie de la cama de mi cuarto también roncaba la nevera
e instalado a los pies de mi cama con la nevera abierta
leía de la medianoche al canto del gallo
de la crucifixión de San Pedro cabeza abajo,
del intento de lapidación de Pablo en Listra
y de la pasada por la espada de Santiago en los Hechos de los
Apóstoles,
de las tribulaciones de Panait Istrati,
las duras prisiones de Nazim Hikmet
y las torturas de Julius Fucik en su reportaje al pie del patíbulo,
hasta que se me helaban los huesos.
Alguien barre la casa
¿Quién estará barriendo el ala norte de la casa
donde vivió mi tía, esta hora
de la noche en que duermen los restos de la familia,
los que vamos quedando con más puesto en la mesa de los recuerdos,
si los vecinos han salido de vacaciones con sus niños y gatos y
servidumbre
y el tío Emilio fue de pesca,
esta hora de lobo que espanta las pesadillas
y despierta medio litro de sed en el pozo de la garganta?
No creo que sea la abuela.
Desde su desdichado accidente descendiendo del autoferro
que obligó al fémur de platino y a renunciar a los tamales
que preparaba los domingos para toda su parentela
sabemos que por nada del mundo se atrevería a tomar el palo de
escoba
y menos para ir a la medianoche
a barrer los recuerdos de la hija más querida
a quien el corazón le jugó una mala pasada
mientras pintaba la puerta de su cuarto con un sapolín amarillo
dejándonos sin sus cariñosas respiraciones al espejo de los ojos.
¿Será Jorge
Girando? Imposible,
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si su esposo ha
salido de cacería
con los ojos
llorosos desde el día de sus funerales
y hasta el sol de hoy que no ha vuelto con un venado.
¿O tal vez es el viento con sus pasos de escobilla de jazz en el
eternit?
¿O el comején cenándose el entablado?
Pero el caso es que alguien está barriendo la habitación donde la
tía Adelfa aromatizaba,
escuchaba el radioperiódico, pespunteaba en su máquina de coser
tarareando esos aires de la montaña
a los que de vez en cuando pone mi padre la música de un silbido.
Yo no creo en fantasmas y mucho menos en el fantasma de mi tía
Adelfa,
quien murió vestida de blanco rodeada por la corte de sus sobrinas
escuchando un pasaje bíblico que mi hermano le susurraba.
Después de la
guerra
Un día
después de la guerra
si hay guerra
si después de la guerra hay un día
te tomaré en mis brazos
un día después de la guerra
si hay guerra
si después de la guerra hay un día
si después de la guerra tengo brazos
y te haré con amor el amor
un día después de la guerra
si hay guerra
si después de la guerra hay un día
si después de la guerra hay amor
y si hay con qué hacer el amor
Proceso de un apretón de manos
Quien da la mano da
lo mejor de sí
Señor mendigo reciba usted esta bella sentencia
La mano que se estrecha vale su peso en oro
La mano que se estrecha no oprimida por un guante
No oprimida por la estrechez de la boca del jarro
Donde antes hubo flores
No la mano atrapada en la puerta
Despachando dolor en los cinco sentidos
La mano lavada la mano sin pedantería
Con la que se levanta una hostia o se compra un helado
La mano derecha de la amistad es fuerte como la trompa de un
elefante
Y se usa para bendecir a las gentes que oran
Se usa para levantar las valijas
Se usa para llevarse el pan a la boca
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Se usa también a
veces para quitarse el sombrero de la vida con un arma de fuego
La mano izquierda es una mano de pocos amigos
La mano izquierda
es una mano llena de ostentación
Por eso la mano derecha no conoce la hora
Que está sonando en la mano contraria
Por eso la mano derecha es el lugar que ocupa tu mujer en la cama
Por eso la mano derecha es el amigo que anda colgado de tu hombro
Apretando fuertemente su pistola para defenderte
Manos que se estrechan no pesan nada
Escribió maravillosamente Paul Eluard doce años antes de mi
nacimiento
Y yo estrecho la mano de Paul Eluard
Ahora podrida bajo los cementerios de París.
Una mano agitada por el viento de la despedida
Una mano quemada al calor del afecto
Una mano acariciando unas piernas inválidas
Esas tres manos hacen de mí
El mejor de los hombres posibles
El más humilde del
universo
Tú me hiciste el primer poeta de Colombia que no tiene dónde
sentarse a escribirte. Era tu papel por lo menos darme recado,
hacerme silla, distraer tu mirada de vigilancia demasiado pesada
sobre mis hombros, meterme unos peniques en el chaleco, no hacer el
oso.
Pero en vilo cargaste mi peso pluma, a golpes de martillo me
forjaste un nombre de
plata y del
anonimato pasé a la clandestinidad a caballo. Me enseñaste a cantar
pero me desconectaste el micrófono, aplaudiste en mi cara a mis
enemigos, desprendiste botones de mi chaqueta.
Aprendí piano tus lecciones. Cuando creíste que ya tenía la máscara
dura me lanzaste a las plazas con un garrote. Al regreso te reíste
de mis heridas en la corona, me dijiste que era jugando, jaque mate
con las más negras me diste.
Me encerraste en el patio de tu colegio. Aprendí con las uñas que
debemos ser tierra con todo el mundo, te busqué por los cielos con
mi manguera, me juré ser el más humilde del universo, y esa pasión
malsana por los sifones que encarno desde entonces a tu cuenta la
cargo en el occipucioe.
Menos mal que engañaste a muchos antes y después que a ti mismo.
Vueltos a ti los ojos en el momento precioso, yerro por la ciudad
como en mis primeras edades. Y encuentro tantos Cristos sin
credenciales que me da por creer que sólo uno es falso. Por cada
redentor que llega al Calvario cuántos hay que se ruedan en el
camino.
A patadas de risa me van matando. Salvación para los salvajes. De
qué vale que te perdone si no te perdonas tú mismo. Vuelve a
burlarte del espejo.
Ahora soy el Pastor que deambula mudo por las bocas del lobo jugando
sus ovejas a la ruleta. La Rosa de los Vientres a mí. Las profecías
en portafolios esperando su vencimiento. El amor me lava los
dientes. Hágase el amor.
Del Calvario en las faldas también quedaron.
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