Declaración de amor
contra la guerra
Por Jotamario Arbeláez
Por culpa de un idilio famoso se desató la legendaria guerra de
Troya.
De la picaresca a la épica, siendo el conquistador de la dama el
héroe más cobarde en la arena.
Del desempeño de los amantes sobre el tálamo la Ilíada no nos brinda
mayores detalles,
pero es explícita en
informarnos a quienes
transportaba cada una de las
naves de guerra,
argivos reclutados por el
hermano de Menelao para
lavar la afrenta.
Cuando lo que se había de lavar ya no tenía caso.
El episodio del paraíso, años antes, donde se gestara el primer
romance, también tuvo que ver con la guerra.
Porque desde que aparezca alguien con una espada de fuego, así sea
un ángel,
signo es de que las cosas empiezan a calentarse.
De allí surgen, antes del éxodo, los primeros desplazados.
En parajes de guerra cuajaron amores bíblicos, o escaramuzas
amorosas para ser más precisos.
Sansón perdió por Dalila los pelos de la cabeza, amén de los ojos,
pero en la arremetida final, ya recuperada la pelamenta,
acabó consigo mismo y con todos los filisteos,
incluido el niño que lo puso entre las columnas del templo.
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En guerras sucesivas hemos visto el papel jugado por espías y
mataharis.
Polvos a cambio de informaciones secretas y contratos para
abastecimiento de gorras militares,
stripteases para extraer fórmulas bélicas, bunkers permeables al
cachondeo.
A las guerras mundiales se envían platinadas hollywoodenses
para que levanten la moral de las torpes tropas.
Y en nuestras guerras intestinas, desde la comunera y de
independencia hasta la que nos ocupa actualmente –la incivil contra
los civiles–,
se ha visto el desfile de las abnegadas barraganas y la feroz
participación de combatientes con támpax en las toldas subversivas.
¿Qué elementos químicos serán comunes al amor y a la guerra que
tanto los emparienta?
He declarado mi amor en la guerra y mi amada me ha declarado la
guerra
y es el mismo amor el que ronda por todas partes buscando camorra.
Porque es en el conflicto donde mejor se rozan los cuerpos,
que no en los arrumacos ni en el masaje tántrico de los embaucadores
de moda.
Amor y guerra han sido tomados casi siempre como términos
antinómicos.
Pero yo creo que más bien pueden ser sinónimos.
¿Qué es un enamoramiento bien bravo, por no decir un encoñamiento,
si no una guerra abierta y declarada, que comienza con la
declaración de amor y se prolonga en los coitos,
que son las representaciones más fieles de las batallas?
No tuvo empacho Góngora en proclamarlo en sus Soledades:
“A batallas de amor, campo de plumas”.
Cuando los amantes se desvisten es como si se pusieran las
armaduras.
Por lo menos el hombre, quien mientras más desnudo más duramente se
arma.
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Pero el sexo de la mujer no es ningún escudo, sino una espada
cóncava.
Por eso no se sabe quién penetra a quién, quién conquista a quién,
tratando mutuamente de destruirse.
Las vainas femeninas embistiendo el estoque macho. El hombre
tratando de extraer el orgasmo como un atisbo de la muerte de la
pareja para cantar victoria,
o terminar eyaculando –lo que implica una rendición.
Se gasta más energía en un solo coito que en una temporada de lucha
libre.
Es de admirar que después de tirar
un hombre y una mujer se sigan hablando,
cuando de lo que trataron fue de hacerse pedazos.
No hay frase más agresiva y a la vez más provocadora que aquella
amenaza: “Te voy a romper el culo.”
Y es el traste el que hay que romperle a la guerra a ver si se
amansa.
Colombia debe dejar de ser un país que pelea para ser un país que
magrea.
En la guerra por la guerra mueren miles de seres. En la guerra por
el amor se aventuran los nacimientos.
Cuando éramos ingenuos y peludos decíamos: Hagamos el amor y no la
guerra.
Ahora lo que tenemos que hacer es el amor en la guerra.
Y, si somos tan berracos, hacerle el amor a la guerra, hasta
extenuarla para que se rinda.
Entre mis colegas escritores debe haber los suficientemente dotados
para respaldar mi propuesta. Ningún ser humano tiene por qué morir
en aras de una ciega disputa.
Abajo las putas armas de la guerra exterminadora, tanques,
minas, metras, aviones. Arriba las armas del amor, contemplados el
viagra, el condón y la vaselina.
El Tiempo. Contratiempo, 2010
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