Retrato de un nadaísta cachorro
Por: Jotamario
Arbeláez
Lecturas a
la abuela
Rezamos o leemos,
me pregunta mi abuela todas las noches después de persignarnos y
santiguarnos.
Ella va trayendo al escondido ─y después los devuelve─ algunos
libros de la biblioteca de Luis, el esposo de la tía Tina,
y me pide que se los lea pues ella, a pesar de lo viva que es, no
tuvo tiempo ni paciencia para aprender a leer y escribir.
Sólo cuando estoy muy cansado de haber jugado fútbol en el pasaje me
transo por las oraciones,
entre las que no fallan el Padrenuestro, el Avemaría, la Salve, el
Señor mío Jesucristo,
y una que me gustaba mucho y no volví a oír y rezaba:
“Bendita sea tu pureza / y eternamente lo sea / En tan graciosa
belleza / hoy todo un Dios se recrea / A ti celestial princesa /
Virgen sagrada María / yo te ofrezco en este día / alma vida y
corazón / Míranos con compasión / No nos dejes madre mía / en la
última agonía / morirnos sin confesión”,
además de una letanía adosada con recomendaciones al Padre, al Hijo
y al Espíritu Santo de una sarta de personajes muertos y vivos que
son los seres de la familia o del pueblo de quienes ella tiene
fresco el recuerdo.
Yo le pregunto quién es cada uno de ellos y ella me cuenta por
ejemplo que Pacho Martín fue su hombre,
quien enamoraba a todas las mujeres que lo sentían
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pasar a caballo y a quien nunca veían, ni cuando se
les metía a oscuras en sus habitaciones,
que éste era un sobrino a quien peleando en
una gallera en
Manizales le pegaron una puñalada
y él alcanzó a salvarse porque camino del hospital se iba bogando la
sangre que recogía del abdomen en una taza,
que éste era otro
sobrino que está en la cárcel porque no se dejó comer de un cacorro,
a quien con otros amigos le hundieron la cabeza con la tapa del
tanque del inodoro,
que aquel era el campanero de la iglesia de Rionegro que se fue para
Roma a hacerse bendecir por el papa y a los veinte años regresó
enmozado con una monja piamontesa a continuar tocando campanas,
que Pagalito andaba con pies chonetos y por eso le dice Pagalito a
todo el que ve que anda con los zapatos al revés,
que la loca Emilia creía que vivía en todas las casas,
y que Mercedes Ortiz gustaba de ser ostentosa en el vestir y
exagerada en lo que decía.
Nos acostamos a las ocho, ella en su cama grande y la mía contra la
pared de la pieza, donde todas las noches sacramentalmente me orino.
Antes de la sesión reglamentaria de paseo por la gran comedia humana
ella apaga la luz, se pone el camisón al oscuro y orina sentada en
la bacinilla con un chorrito cantarino que pone al aire a hacer
olas.
Enciende, abre el escaparate y saca de él una media de aguardiente
de la que bebe un trago largo, escupe en la bacinilla caliente, se
cobija y me da la orden de arranque.
Un centavo por página leída fue mi tarifa.
El primer libro que le leí por capítulos fue El hombre de la máscara
de hierro, del que quedé enamorado.
Después siguieron El Conde de Montecristo,
Veinte años después, lo que nos hizo devolvernos a Los
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Tres Mosqueteros, y La hija maldita (“Leéme una
miajita de Lucilamiller”, me pedía).
De allí pasamos a
La hija del cardenal (por error, pues me hizo suspender la lectura
cuando comenzaron
las bacanales de los clérigos),
El jorobado de Notre Dame, y empezamos Los Miserables,
pero tiré la toalla porque me mamó Víctor Hugo. Nos pasamos al
atormentado de Maupassant.
Y allí empezaron
mis migas con la literatura francesa.
Le metimos muela a
Balzac empezando con Ilusiones perdidas.
Después ensayamos los alemanes con Mario y el Hipnotizador de Thomas
Mann y el Juego de Abalorios de Hermann Hesse, pero este último se
nos hizo ininteligible.
A los españoles nos los saltamos y de los colombianos nos leeríamos
después El Cristo de espaldas de Caballero Calderón y Viento seco de
Daniel Caicedo.
Empezamos El alférez real, pero el tío Emilio se encaprichó con él y
se lo llevó para su casa donde terminó refundiéndose.
Años después me apasionaría por Vagas Vila, de quien llegué a creer
que era el mejor escritor del mundo y que yo podría llegar a ser lo
mismo si seguía por su camino. Mas ni lo uno ni lo otro.
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