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COLUMNISTA

 

Pereira, Colombia - Edición: 13.033-613

Fecha: Jueves-26-01-2023

 

Retrato de un nadaísta cachorro 

 

 

Por: Jotamario Arbeláez

 

Lecturas a la abuela

 

Rezamos o leemos, me pregunta mi abuela todas las noches después de persignarnos y santiguarnos.

Ella va trayendo al escondido ─y después los devuelve─ algunos libros de la biblioteca de Luis, el esposo de la tía Tina,

y me pide que se los lea pues ella, a pesar de lo viva que es, no tuvo tiempo ni paciencia para aprender a leer y escribir.

Sólo cuando estoy muy cansado de haber jugado fútbol en el pasaje me transo por las oraciones,

entre las que no fallan el Padrenuestro, el Avemaría, la Salve, el Señor mío Jesucristo,

y una que me gustaba mucho y no volví a oír y rezaba:

“Bendita sea tu pureza / y eternamente lo sea / En tan graciosa belleza / hoy todo un Dios se recrea / A ti celestial princesa / Virgen sagrada María / yo te ofrezco en este día / alma vida y corazón / Míranos con compasión / No nos dejes madre mía / en la última agonía / morirnos sin confesión”,

además de una letanía adosada con recomendaciones al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo de una sarta de personajes muertos y vivos que son los seres de la familia o del pueblo de quienes ella tiene fresco el recuerdo.

Yo le pregunto quién es cada uno de ellos y ella me cuenta por ejemplo que Pacho Martín fue su hombre,

quien enamoraba a todas las mujeres que lo sentían

 

 

 

pasar a caballo y a quien nunca veían, ni cuando se les metía a oscuras en sus habitaciones,

que éste era un sobrino a quien peleando en

 

una gallera en Manizales le pegaron una puñalada y él alcanzó a salvarse porque camino del hospital se iba bogando la sangre que recogía del abdomen en una taza,

 

que éste era otro sobrino que está en la cárcel porque no se dejó comer de un cacorro, a quien con otros amigos le hundieron la cabeza con la tapa del tanque del inodoro,

que aquel era el campanero de la iglesia de Rionegro que se fue para Roma a hacerse bendecir por el papa y a los veinte años regresó enmozado con una monja piamontesa a continuar tocando campanas,

que Pagalito andaba con pies chonetos y por eso le dice Pagalito a todo el que ve que anda con los zapatos al revés,

que la loca Emilia creía que vivía en todas las casas,

y que Mercedes Ortiz gustaba de ser ostentosa en el vestir y exagerada en lo que decía.

Nos acostamos a las ocho, ella en su cama grande y la mía contra la pared de la pieza, donde todas las noches sacramentalmente me orino.

Antes de la sesión reglamentaria de paseo por la gran comedia humana ella apaga la luz, se pone el camisón al oscuro y orina sentada en la bacinilla con un chorrito cantarino que pone al aire a hacer olas.

Enciende, abre el escaparate y saca de él una media de aguardiente de la que bebe un trago largo, escupe en la bacinilla caliente, se cobija y me da la orden de arranque.

Un centavo por página leída fue mi tarifa.

El primer libro que le leí por capítulos fue El hombre de la máscara de hierro, del que quedé enamorado.

Después siguieron El Conde de Montecristo, Veinte años después, lo que nos hizo devolvernos a Los

 

 

 

Tres Mosqueteros, y La hija maldita (“Leéme una miajita de Lucilamiller”, me pedía).

 

De allí pasamos a La hija del cardenal (por error, pues me hizo suspender la lectura

 

cuando comenzaron las bacanales de los clérigos), El jorobado de Notre Dame, y empezamos Los Miserables,

pero tiré la toalla porque me mamó Víctor Hugo. Nos pasamos al atormentado de Maupassant.

 

Y allí empezaron mis migas con la literatura francesa.

 

Le metimos muela a Balzac empezando con Ilusiones perdidas.

Después ensayamos los alemanes con Mario y el Hipnotizador de Thomas Mann y el Juego de Abalorios de Hermann Hesse, pero este último se nos hizo ininteligible.

A los españoles nos los saltamos y de los colombianos nos leeríamos después El Cristo de espaldas de Caballero Calderón y Viento seco de Daniel Caicedo.

Empezamos El alférez real, pero el tío Emilio se encaprichó con él y se lo llevó para su casa donde terminó refundiéndose.

Años después me apasionaría por Vagas Vila, de quien llegué a creer que era el mejor escritor del mundo y que yo podría llegar a ser lo mismo si seguía por su camino. Mas ni lo uno ni lo otro.

 

 

 

 

 

  

 

 

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