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COLUMNISTA

 

Pereira, Colombia - Edición: 13.035-615

Fecha: Martes 31- 01- 2023

 

Abuela se quema

 

 

Por: Jotamario Arbeláez

 

El 31 de diciembre Jorge Giraldo llega a la casa cargado de cohetes, triquitraques, papeletas, tronantes, volcanes, buscaniguas, totes, diablitos y bengalas para quemar esta noche a las doce.

La tía Adelfa lo recibe con un beso y un aguardiente, el pickup moliendo a todo full un pasillo.

En la cocina están preparando la cena con las guaguas cobradas en la cacería del fin de semana.

Papá se ha hecho motilar y todos se ríen de la trasquilada. Mamá está embarazada de Estela, de Graciela o de Toño, para el caso es lo mismo pues esta historia sucede todos los 31.

Tío Emilio ha venido a almorzar con Ismela y a darnos el feliz año, dejando sobre la cama de la abuela un rimero de cigarrillos sueltos para el consumo de la casa.

Como él trabaja de maquinista en la Colombiana de Tabaco, los fines de año le regalan todos los cigarrillos sueltos que pueda sacar sin ayudarse de ninguna clase de chuspas. Él se rellena los bolsillos y por dentro de la camisa.

Yo hace una semana que no hablo porque el niño Dios no me trajo lo que con tanto berrinche le había exigido, un revólver de fulminantes de los dorados que venden en el Comisariato.

Papá me dice que lo más probable es que me la traigan los Reyes Magos el 6 de enero.

Desde las siete de la noche comienzan a desfilar las “carangas” del añoviejo, un largo palo de guadua conducido en hombros por dos muchachos,

otros dos o tres que con palos sobre ella tocan un pertinaz redoble de muertos, una camilla también de guaduas sobre la que llevan un muñeco de paja muerto que es el año que acaba,

una viuda de negro con una mantilla que le tapa la cara y unas enormes tetas y nalgas realzadas con trapos, que va llorando y estirando un cepillo para que le den una

 

 

 

limosnita por el amor de Dios que se me murió mi marido mire ahí lo llevan,

 

un esqueleto que es la muerte que nos espera con su calva de yeso y su costillar blanco contra la trusa negra y un demonio que es el mismo diablo con los cuernos al cielo y una cola que termina en punta de flecha también pidiendo limosna y tomando trago.

Cuando pasan por la ventana yo me estremezco con la viuda porque es un hombre, con el diablo y la muerte, y chillo para que salga la tía a darles la limosnita.

A veces los coge las doce de la noche al frente de nuestra casa y en ese momento sacan una candela Ronson y le prenden fuego al muñeco.

Y alcanza el máximo arrebato la quemadera de pólvora, donde la abuela lleva la voz mandante.

Picuenigua, le dice a Jorge Giraldo, echá los cohetes mientras Marito les va poniendo las mechas, y que Jesús con Adelfa y Elvia eleven los globos.

Los cohetes salen disparados a asustar al cielo. El globo se demora en los preparativos, mientras lo llenan de aire con la ventiadora de las arepas y prenden la mecha empapada en petróleo para que pueda encumbrarse

y el caso es que se les incendia el primero antes de arrancar para desconsuelo de todos, con lo caros que están para que estos cajetos no los sepan encender bien, se queja la abuela,

pero al fin uno logra elevarse y perderse en las alturas donde siempre se gloría a Dios y tal vez caerá sobre una choza de paja de las afueras acabando con el nido de amor de alguna pareja de negros.

Los vecinos, Ernesto y misia Justa y sus hijos, nos miran con aire de reprobación desde su ventana,

ya que somos los únicos en la cuadra que nos atrevemos a quemar pólvora en estos tiempos violentos, lo que puede ser aprovechado por los “pájaros” para pasar echando bala.

La abuela acapara las bolsas de papeletas y tronantes, que va encendiendo con un pucho que sostiene en la otra mano y tira al centro de la calle para que exploten

 

mientras yo acuclillado sobre el andén raspo los diablitos que se prenden en un hormigueante chisporroteo.

 

Los buscaniguas pasan serpeando fugaces entre todos nosotros que saltamos para que no nos quemen los pies.

 

 

 

De pronto una chispa de la mecha de un tronante recién encendido por la abuela cae en la bolsa y le revientan por lo menos cincuenta mientras ella grita hijueputas me quemé, me volé la mano,

y se agarra el brazo que acostumbran picarle los alacranes.

Vuelve a presentarse la corredera, que traigan unos gajos de cebolla larga, que le unten vaselina, que le metan la mano en agua, que corran a la farmacia a avisarle al practicante.

Tan de buenas esta Lota, dice Jorge Giraldo, que no se voló la mano sino que sólo le quedó entumecida, y yo corro a abrir el escaparate y sacar la media de aguardiente para pasarle un trago.

En vista del bochorno del accidente y para agradecer a Dios que no fue más grave dejamos la cena de medianoche para el desayuno del primero de enero y nos entramos a acostar antes de que nos suceda una verdadera desgracia.

Jorge Giraldo aprovecha para volarse de parranda adonde sus otras mujeres

y a la mañana siguiente nos damos cuenta de que después de que nos dormimos pasó el carro fantasma haciendo unos tiros contra la fachada de nuestra casa

 

y que la sirvienta de la casa vecina que había peleado con el novio se envenenó con unos totes que encontró abandonados en el andén y la llevaron al hospital de San Juan de Dios donde le están prestando los primeros auxilios.

 

 

 

 

 

  

 

 

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