Retrato del
nadaísta cachorro
Por: Jotamario Arbeláez
Abran en nombre de la ley
Es sábado y estamos todos en casa, hasta Emilio que ha venido a
almorzar trayendo su generosa remesa de cigarrillos de la Compañía
Colombiana de Tabaco donde trabaja,
que abuela corre a esconder debajo de la almohada de mi cama.
El aroma de la picadura me produce mareo mientras estoy dormido,
alterando el tejido habitual de mis sueños.
A esta sensación debe contribuir el que ingiera por lo menos diez
cada noche de los papeles que envuelven los cigarrillos, que en
razón de la goma saben a dulce.
En la casa, pues, hay cinco chimeneas ambulantes, y los ceniceros,
las matas, el foso del inodoro y hasta la escupidera se mantienen
llenos de puchos.
Mi sensibilidad agraviada me impedirá encender a lo largo de mis
años un cigarrillo.
Durante el día la puerta de la calle está abierta y los visitantes
penetran el zaguán y golpean en el contraportón.
Sobre esta frágil puerta se oyen unos soberanos golpes de puño de
tres hombres malencarados.
Jorge conversa con Jesús, Adelfa con Elvia, mi hermana Stella pelea
con mi hermana Graciela y a mi pequeño hermano Rupi lo
estará bañando la abuela.
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Tipi ladra y salta contra los cristales.
Salgo a ver de qué se trata y se trata de nada más y de nada menos
que de la ley. Que abran en nombre de la misma, dicen.
El hombre me muestra su chapa de detective y me dice que viene de
casa en casa con el inspector y el funcionario del juzgado,
revisando si se tienen armas o mercancías sustraídas durante los
saqueos del 9 de abril.
Pienso enseguida en el yatagán que me regaló Torres y Torres y me
siento conducido al patíbulo.
Me considerarán un nueveabrileño, un pequeño cachiporro disociador.
Picuenigua les pide la orden judicial para efectuar el allanamiento
y ellos se ríen. Para algo son conservadores y son del gobierno.
Mientras comienzan a hacer el inventario de lo que ven por la casa,
Jorge Giraldo sale a la tienda a llamar a la Gobernación, pues él ha
sido conductor del Secretario de Hacienda Ciro Molina Garcés y lo
tienen que respetar.
¿De quién es esta máquina de coser y desde cuándo y en qué forma fue
adquirida? Es mi herramienta de trabajo dice orgulloso mi padre y la
tengo desde toda la vida como tengo estas tijeras y este paño de
agujas.
¿Qué hacen todos estos cigarrillos desparramados, que no están en
sus cajetillas con su estampilla? ¿No serán, de golpe, cigarrillos
falsificados?
Miren, señores, soy maquinista de la Colombiana de Tabaco, dice el
tío Emilio orgulloso, y a los maquinistas nos dan la gabela de sacar
los cigarrillos que nos quepan entre las manos.
¿Y de quién esta escopeta y esta cantidad de cartuchos? ¿Y me pueden
mostrar el salvoconducto?
Es la escopeta de cacería de mi esposo, dice Adelfa, y el
salvoconducto lo debe tener
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en el
bolsillo, pero él ya viene.
Arma de fuego decomisada, por posesión ilegal y explicación no
satisfactoria, dice el detective y el inspector apunta en un libro.
¿Y de quién es esta cadena de oro macizo con esta cruz, que no se
compadece con la pobretona familia que visitamos?
Es una herencia de la madre de mi madre, dice mi madre mostrando
clase.
Su origen se remonta a la conquista española y a quien la roba lo
persigue una maldición.
Jajá, dice el funcionario del juzgado, cruz y cadena decomisadas por
sospechas de robo. Pero esta vez el inspector no apunta en el libro.
¿Y adónde conduce y que esconden en ese desván en lo alto de la
cocina? Hagamos una escalera humana para subir a inspeccionar.
Es allí cuando irrumpe Jorge Giraldo con dos policías militares
amigos enviados de la Gobernación, quienes portan en sus manos el
salvoconducto de la escopeta.
El tío Emilio denuncia que se están tratando de robar una cadena de
oro de su cuñada, que no la han anotado en el libro y la tienen
entre el bolsillo. El funcionario la saca de su bolsillo y la tira
al patio.
Inspector, detective y funcionario ─a quienes Picuenigua les grita
pícaros─
son sacados a empellones por la policía militar, mientras mamá
recoge la cadena y la guarda, yo respiro aliviado de que no
detectaran el arsenal
y la abuela sale del baño secando a mi hermanito muerta del susto
y se dirige a su escaparate en busca de un aguardiente.
A medianoche una bala atraviesa la madera de la ventana de la sala
de Picuenigua y va a dar a la escupidera.
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