10 -

 

COLUMNISTA

 

Pereira, Colombia - Edición: 13.047- 627

Fecha: Martes 28 -02-2023

 

Retrato del nadaísta cachorro
 


Por: Jotamario Arbeláez
 

Abran en nombre de la ley

 

Es sábado y estamos todos en casa, hasta Emilio que ha venido a almorzar trayendo su generosa remesa de cigarrillos de la Compañía Colombiana de Tabaco donde trabaja,

que abuela corre a esconder debajo de la almohada de mi cama.

El aroma de la picadura me produce mareo mientras estoy dormido, alterando el tejido habitual de mis sueños.

A esta sensación debe contribuir el que ingiera por lo menos diez cada noche de los papeles que envuelven los cigarrillos, que en razón de la goma saben a dulce.

En la casa, pues, hay cinco chimeneas ambulantes, y los ceniceros, las matas, el foso del inodoro y hasta la escupidera se mantienen llenos de puchos.

Mi sensibilidad agraviada me impedirá encender a lo largo de mis años un cigarrillo.

Durante el día la puerta de la calle está abierta y los visitantes penetran el zaguán y golpean en el contraportón.

Sobre esta frágil puerta se oyen unos soberanos golpes de puño de tres hombres malencarados.
 

Jorge conversa con Jesús, Adelfa con Elvia, mi hermana Stella pelea con mi hermana Graciela y a mi pequeño hermano Rupi lo estará bañando la abuela.

 

 

 
Tipi ladra y salta contra los cristales.

Salgo a ver de qué se trata y se trata de nada más y de nada menos que de la ley. Que abran en nombre de la misma, dicen.

El hombre me muestra su chapa de detective y me dice que viene de casa en casa con el inspector y el funcionario del juzgado, revisando si se tienen armas o mercancías sustraídas durante los saqueos del 9 de abril.

Pienso enseguida en el yatagán que me regaló Torres y Torres y me siento conducido al patíbulo.

Me considerarán un nueveabrileño, un pequeño cachiporro disociador.

Picuenigua les pide la orden judicial para efectuar el allanamiento y ellos se ríen. Para algo son conservadores y son del gobierno.

Mientras comienzan a hacer el inventario de lo que ven por la casa, Jorge Giraldo sale a la tienda a llamar a la Gobernación, pues él ha sido conductor del Secretario de Hacienda Ciro Molina Garcés y lo tienen que respetar.

¿De quién es esta máquina de coser y desde cuándo y en qué forma fue adquirida? Es mi herramienta de trabajo dice orgulloso mi padre y la tengo desde toda la vida como tengo estas tijeras y este paño de agujas.

¿Qué hacen todos estos cigarrillos desparramados, que no están en sus cajetillas con su estampilla? ¿No serán, de golpe, cigarrillos falsificados?

Miren, señores, soy maquinista de la Colombiana de Tabaco, dice el tío Emilio orgulloso, y a los maquinistas nos dan la gabela de sacar los cigarrillos que nos quepan entre las manos.

¿Y de quién esta escopeta y esta cantidad de cartuchos? ¿Y me pueden mostrar el salvoconducto?

Es la escopeta de cacería de mi esposo, dice Adelfa, y el salvoconducto lo debe tener

 

 

 

en el bolsillo, pero él ya viene.

Arma de fuego decomisada, por posesión ilegal y explicación no satisfactoria, dice el detective y el inspector apunta en un libro.

¿Y de quién es esta cadena de oro macizo con esta cruz, que no se compadece con la pobretona familia que visitamos?

Es una herencia de la madre de mi madre, dice mi madre mostrando clase.

Su origen se remonta a la conquista española y a quien la roba lo persigue una maldición.

Jajá, dice el funcionario del juzgado, cruz y cadena decomisadas por sospechas de robo. Pero esta vez el inspector no apunta en el libro.

¿Y adónde conduce y que esconden en ese desván en lo alto de la cocina? Hagamos una escalera humana para subir a inspeccionar.

Es allí cuando irrumpe Jorge Giraldo con dos policías militares amigos enviados de la Gobernación, quienes portan en sus manos el salvoconducto de la escopeta.

El tío Emilio denuncia que se están tratando de robar una cadena de oro de su cuñada, que no la han anotado en el libro y la tienen entre el bolsillo. El funcionario la saca de su bolsillo y la tira al patio.

Inspector, detective y funcionario ─a quienes Picuenigua les grita pícaros─

son sacados a empellones por la policía militar, mientras mamá recoge la cadena y la guarda, yo respiro aliviado de que no detectaran el arsenal

y la abuela sale del baño secando a mi hermanito muerta del susto

y se dirige a su escaparate en busca de un aguardiente.

A medianoche una bala atraviesa la madera de la ventana de la sala de Picuenigua y va a dar a la escupidera.

 

 

 

 

  

 

 

EL IMPARCIAL

Submit

 

 

© El Imparcial Editores S.A.S  |   Contacto 57 606 348 6207  

 

    © 1948-2009 - 2023- El Imparcial - La idea y concepto de este periódico fue hecho en Online Periodical Format (OPF) que es un Copyright de ZahurK.

    Queda prohibido el uso de este formato (OPF) sin previa autorización escrita de ZahurK