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COLUMNISTA

 

Pereira, Colombia - Edición: 13.047- 627

Fecha: Jueves 02-03-2023

 

Madre Coraje



Por: Jotamario Arbeláez

 


Con motivo del nombramiento por el gobierno de Petro de Patricia Ariza como Ministra de Cultura, me es grato reproducir la columna publicada hace 8 años en El Tiempo con motivo de otros reconocimientos mundiales.

Con motivo de la obligada renuncia de Patricia Ariza como Ministra de Cultura, reproduzco este texto publicado en este mismo sitio hace algunos meses, deplorando la despectiva actitud gubernamental.


El teatro antifascista y el ejemplo corajudo de Bertolt Brecht impresionaron nuestra juvenil insurgencia.

Los dos personajes más imponentes del teatro nacional, Santiago García y Enrique Buenaventura -y otros no pocos- se sumaron a su aventura.

Y al teatro y a la vida de Santiago adhirió muy pronto Patricia Ariza, y alzaron el Teatro La Candelaria, hace ya casi 50 años,

con al apoyo secreto y desinteresado de Álvaro Gómez, quien asistía entusiasta pero de incógnito a las obras conspirativas con un tupido bigote falso,

como el que usó cuando lo soltaron del secuestro y entró a tomar un whisky en Mr. Ribbs.

¿Y qué hubieras hecho si no te hubiera alcanzado la plata para pagarlo?, le preguntó el caricaturista Álvaro Montoya.

Me hubiera quitado el bigote, respondió el posteriormente asesinado sin asesino.

Brecht había fundado el Berliner Ensemble, apoyado por su segunda esposa, Helene Weigel, quien a su muerte continuó con la obra del director y dramaturgo alemán,

e interpretó magistralmente a Madre Coraje, una de sus obras señeras, en la película de

 

 

 

Peter Palitzsch.

Patricia Ariza nació en Santander, en Vélez, y huyendo de la violencia su familia se trasladó a Bogotá en 1948,

donde lo primero que oyeron fue: ¡Mataron a Gaitán!

Les quedaron los discos con sus discursos, que su padre ponía reiterativamente a todo volumen, para susto de los pequeños, que terminaron impetrando justicia.

Iniciando su juventud viajó a Medellín y se entregó al primer nadaísmo.

Gonzalo Arango le dio la alternativa e ingresó al Bar Metropol, en cuyos billares los poetas practicaban a Pitágoras.

La llamaban La Piaff pues cantaba en francés melodías de ayer.

Era el impacto en las cantinas donde comenzaban a entrar las niñas desgreñadas del nadaísmo, por sus piernas exuberantes y por sus medias de un velado existencialismo.

Hizo, con Dina Merlini y Helena Restrepo, parte del grupo de nadaístas de Medellín y Cali que viajaron a una isla perdida en el Pacífico con la idea de crear una nueva nación deshipotecada de tradiciones,

como quedó consignado en la novela Islanada, de Elmo Valencia.

Y fue una de las fundadoras y felizmente sobreviviente del exterminio de la Unión Patriótica.
 


Jota y Patricia. Foto Juan Domingo Guzmán

 

Acaba de recibir el Premio Nacional a la Defensa de los Derechos Humanos de la ONG sueca Diakonia.

Y simultáneamente el Premio Internacional de Teatro Gilder/Coigney, de The League of Professional Theatre Women, por sus 50 años de trabajo artístico.

Premio considerado el Nobel para mujeres del teatro, que obtuvo entre 21 candidatas de 19 países y que se le entregó en Nueva York,

previa ceremonia donde leyó algunos de los poemas de su libro Hojas de papel volando, también premiado por la pujante y perseverante Tertulia Poética de Gloria Luz Gutiérrez.

Es la persona que con más vehemencia ha

 

 

 

luchado porque el Estado ayude a los artistas a crear y a sobrevivir en la creación.

Ha logrado mantener, aun tras el alejamiento de García de las tablas, el entusiasta sacrificio del grupo de planta frente a menguados presupuestos,

dirige el Festival Alternativo de Teatro y el de Mujeres en escena, y monta obras que viajan por el mundo con víctimas del desplazamiento, con mujeres vejadas, transexuales y rastafaris.

Fue motivo de regocijo para sus amigos de siempre abrir el periódico El Tiempo y encontrar un editorial con el título: El reconocimiento a Patricia Ariza, donde se expresa:

“Que su obra esté siendo reconocida dentro y fuera del país no es sólo un reconocimiento a toda una generación que ha dado su vida al teatro, sino un síntoma más de que poco a poco esta sociedad considera la posibilidad de dejar la guerra atrás”.

Sorprendente, pues hace sólo 5 años, como lo cantó el mismo diario, un expediente de la policía -que le acarreó el ridículo a la institución-, la acusaba de los tres cargos más pesados para el establecimiento: de subversiva, de nadaísta y de hippie.

Es firme defensora del proceso de paz que se adelanta en La Habana.

Una verdadera madre coraje, no en el sentido del personaje brechtiano -que es una ferviente defensora de la guerra hasta que ésta le quita sus hijos-

sino en el sentido de su verraquera para afrontar con el arte los desafíos del presente.

En el último manifiesto, A la mierda con la guerra, firmado por Nadaístas por la paz, afirma, dirigiéndose a los integrantes de la mesa:

“No se levanten, por favor. Los nadaístas sobrevivientes estamos dispuestos a poner los manteles, a servir el café y el postre, a relatar la guerra como memoria histórica, a cantar a lo lejos canciones de paz. No lo hagan. Estamos preparando la celebración.”

Felicitaciones. Y sigue insuflándonos coraje, madre Patricia.

El Tiempo. Noviembre 16-2014

 

(Patricia y Jotamario. Foto Gilma Suárez)

 

 

 

 

  

 

 

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