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COLUMNISTA

 

Pereira, Colombia - Edición: 13.057-657

Fecha: Jueves 23-03-2023

 

El paso del tiempo

 

 

Por: Jotamario Arbeláez

 

A Andrés Jaramillo

 

Sentado frente a la nada de la página en blanco y de un cielo igualmente blanco como presagio de lluvia -ya la palabra presagio es una especulación sobre un tiempo que ha de venir-,

voy ‘a emplear el tiempo’, pues nunca me atrevería a decir ‘a matar el tiempo’,

en una reflexión sobre el tiempo antes de que el tiempo se agote.

“Hay tiempo para todo”, dice optimista el Eclesiastés, y el filósofo pesimista concreta: “hasta para que los tiempos se acaben”.

De un tiempo para acá filosofo con el martillo de Nietzsche, pero suspendo a tiempo cuando caigo en la cuenta de que carezco de clavos.

Sólo por llevar la contraria, pienso que tiempo que se va es tiempo que vuelve, como vuelven las modas, los cometas y los vientos de agosto.

El dios Cronos nos dio los presentes del pasado y el futuro, y contando lo presente que ya estaba ahí, en esos tiempos hemos vivido, vivimos y viviremos.

Para muchos el pasado es la verdadera vida, porque ya no lo cambia nada ni nadie

y de él se conservan vivos recuerdos, represados en el álbum de la existencia.

Viven de la nostalgia, con tanta vehemencia que llegan a pensar que la remembranza es lo único que queda del paraíso vivido.

Para otros sólo el presente es válido, porque es el momento cuando nos pellizcamos,

 

cuando cantamos en la ducha, recordamos los sueños que son otro tiempo que no cuenta temporalmente, partimos la torta de

 

 

 

 los cumpleaños o aplaudimos en el teatro, acariciamos unas piernas amadas o firmamos la escritura de nuestra casa.

 

Piensan ellos que lo que pasó pasó y lo que va a pasar no ha pasado. O sea que lo que no es presente es cuento viejo o expectativa fantasma.

Pero para muchos la única vida posible y deseable es la del futuro, cuando tal vez se realicen sus esperanzas hasta el momento frustradas, se desvanezcan sus temores o se cumplan las profecías.

En ese territorio anhelado tal vez al fin dé frutos su espera. Y en ese tal vez tal vez discurre una satisfacción por venir.

Otros van más allá, hacia la futura vida ultraterrena donde, en el seno de una divinidad sin cronómetro, discurrirán una eternidad sin problemas.

 

Los sueños son otro tiempo diferente del pasado, el presente y el futuro, como del aquí, del allá y del más allá. En los sueños los tiempos y los espacios se juntan en una superrealidad que nos es gozosa.

 

Los muertos están vivos y los amores vuelan como los cuervos y como la serpiente emplumada, y pueden pasar siglos en décimas de segundo.

Borges, en una de esas reverberantes revelaciones apócrifas, plantea que no es el pasado el que pasa por el presente empujándonos al futuro,

sino que es el futuro el que viene a nosotros, de retro, tragando presente.

 

Y que es el único tiempo existente porque el presente es inasible, ya que mientras uno pronuncia la palabra presente ya saltó al futuro.

Para cuántas personas el tiempo no pasa, y siguen viviendo como niños ya avanzados en su madurez.

 

Porque la prueba contundente de que el tiempo pasa es que envejecemos, ay, con todas sus terribles secuelas. El tiempo que a todo, hasta a las piedras, arruga.

Yo vivo los tres tiempos al tiempo, y estoy tan lleno de bellos recuerdos como de vivencias insólitas como de promesas de vida.

 

 

 

No mido el tiempo por los minutos que pasan sino por los besos de amor que voy recibiendo y las copas de vino que voy libando y los libros de cabecera que voy leyendo.

 

Y disfruto la fugacidad del presente que me da la oportunidad de reflexionar y escribir sobre ello como quien se está leyendo el futuro.

Si hemos de posar de filósofos temporales, digamos que el tiempo no pasa, que el que pasa es uno, a través del tiempo.

Leí en alguna parte de las que he vivido que uno vive al mismo tiempo todos los días de su vida, que hoy que tiene 70 también está viviendo los 7, y los 77 si llegan,

aunque por una convención misteriosa la aguja sólo esté marcando un presente convencional para darle un sentido de progresión a la vida y de registro a la historia.

Y por ello la memoria no es sólo el recuerdo sino otra estación del tiempo que se detuvo en el momento perpetuo.

El romance de Romeo y Julieta se rebobina todos los días, como las escenas de Lo que el viento se llevó, como el día de su bautizo y el mío.

Nadie sale del río al que entró a bañarse. Ningún beso termina. El día de la muerte no llega.

Ocurrirá el tiempo en que por Internet nos llegue el periódico con las noticias de pasado mañana.

Así tendremos la oportunidad de burlar al destino, no tomando el avión que se ha de estrellar contra el cerro

ni compartiendo la velada con la persona que te ha de propinar la puñalada trapera.

Es hora de salir a la calle a rebuscar para los gastos del día. Porque con esta digresión a duras penas me gané la mitad.

 

“Qué va a saber el reloj en qué horas anda uno, préstame un peso”, decía mi amigo Cachifo, que al fin nos dejó descansar en paz.

 

Espero no haberle hecho perder a usted un tiempo precioso, sin haberle hecho pasar unos minutos todavía más preciosos.

Marzo 29-11

 

 

 

 

  

 

 

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