La novia
dijo no
Por: Jotamario
Arbeláez
¡Qué más retiro
que lo más retirado posible!
Así pensamos los nadaístas cuando descubrimos la isla de San Andrés,
-que no fue Colón quien tan sólo de pasada durante el cuarto viaje
le echó un vistazo-,
y nos propusimos fundar en ella -mejor aun en Providencia, la isla
gemela-, nuestro Nadasterio de los Monjes Juguetones.
Pero así anduviéramos en el zen, enemigos de las antenas conectados
al infinito,
nos tragaron las urbes de cemento fresco, donde deberíamos dejar
impreso nuestro mensaje: Estamos desafiliados.
Nos tomó media vida esperar a que se secara el grafito.
Y ahora que la publicidad que le hicimos a los productos que
combatimos con la poesía nos ha dado casa, carro y beca
y un amor que se ha disgregado además en dos hijos
llegamos a estas islas de la memoria, donde el profeta Gonzalo
Arango nos bautizó para sucesivos milagros,
de la mano de
nuestra prometida y sus hijos, María Salomé y Jotamario Salvador a
contraer matrimonio.
La primera llamada que recibimos es del brujo Simón González desde
Cartagena,
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donde quien ha
sido tres veces Gobernador de las Islas acaricia y mima su neurosis,
para decirnos que el mejor homenaje al amor es el no-matrimonio.
Todo el mundo piensa que estoy traicionando la causa, desde los
amigos de la onza hasta los sacerdotes de lo absoluto.
Cómo decirles que no lo hago por entrar en las convenciones, que me
importan cinco peniques,
ni para darle satisfacción a la suegra ni al presidente de la
empresa que ya sin ceremonia financió mi desbarajuste
ni estatus de legitimación a los hijos
sino para
divertirme escandalizando a los que escandalizan a la sociedad con
sus desacuerdos.
Las emisoras no dejan de batirme por haber dado en forma definitiva
el brazo a torcer,
a nombre de esas fans que nunca envejecen,
y que no se resignan a mi frase famosa de que de las fans no queda
sino el cansancio.
El brujo Pepa, que es la potencia espiritual y mágica de la isla,
y a quien le vamos a encomendar la celebración del ritual me dice
que lo piense bien.
Que él piensa que mi verso famoso El amor es eterno mientras dura,
que García Márquez descubrió que pertenecía al brasilero Vinicius De
Moraes,
debería transfigurarlo para darle más originalidad a la imagen.
Lo tengo. Rápido como el hombre del revólver de oro -¿o era del
brazo?-,
mi verso ha quedado así, para el próximo diccionario del diablo:
“El amor es eterno mientras dura/dura.”
Soy un genio. Así me lo dice al reconocerme el botones del Decamerón
donde amarizan nuestras maletas.
La isla no puede estar más bella, porque por lo menos ni el sol ni
la arena están contaminados de narcotráfico.
Los maleteros nos suben las valijas con las obras del profeta que
nos metió en esta aventura, quien había dicho:
“Profeso una aversión a la literatura comprometida y al amor
comprometido,
porque tengo fe en que el amor durará toda la vida, como los
cigarrillos Pielroja.”
¡Ay Dios mío!, como decía Borges cuando confesaba que Dios no debía
existir estando el amor.
El padrino Samuel, quien ha sido marino y del mar y el amor conoce
todos los nudos,
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me invita a
despedir la soltería, que es algo más duro de perder que el himen,
si existe,
en los quilombos de los dieciséis vientos caribes.
Un grupo de reggae repite hasta el cansancio esa canción isleña que
dice
Matildá, Matildá, Matildá robó mi plata y se fue a Venezuela.
Se nos sientan al lado una puertorriqueña y una dominicana.
Alguien nos da de fumar un cigarro turco.
Cuando regreso al
barco y entro en el camarote a celebrar por anticipado el santo
sacrifico de la boda la novilla no me da ni la hora.
La pobre debe estar mareada.
Se tendieron multitud de pancartas.
Diez grupos de reggae se presentaron en la tarima.
El océano Caribe se hizo presente con sus mejores olas.
Los metelones de siempre no podían faltar.
Nuestros padrinos Samuel Ceballos y Fanny Salazar,
después de 30 años de posar sus sandalias en el territorio donde
fulguró
Mercurio,
tienen los brazos llenos de flores oceánicas.
El Pirata Morgan se levanta de su cueva y nos da las señales de su
tesoro.
Alguien nos regala un cucurucho de jalea real.
El brujo Pepa eleva su mirada al infinito.
Jotamario Salvador y María Salomé con sus trajes de pajecitos
persiguen un cangrejo que se ha salido de entre las páginas de La
Biblia.
El niño me dice mirando el sol:
Papi, yo creo que
esto es un sueño. Estoy dormido en Bogotá soñando que estoy aquí.
Lo que me da susto es que si me despierto en Bogotá voy a estar
solo.
En la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte u otro amor los
separe, se pare o no se pare, cacarea el brujo, ¿se comprometen
ustedes?
Tomo la mano de la
novia.
¿Quieres ser la
mujer del poeta? No, musita.
¡Qué vida tan berraca! A las mujeres hay que tenerles más miedo que
compasión.
Se devuelven regalos en la calle 68 # 4-08.
16
julio-96
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