El
desayuno en la cama
Por: Jotamario
Arbeláez
Habría que permitir todo clase de amor.
Truman Capote. Desayuno en Tiffanys
1.
La mesera del restaurante del hotel donde estoy hospedado es tan
bella que no sé qué voy a hacer con ella.
Cuando ayer madrugué a desayunar la contemplé de espaldas y me
fascinó su menuda cintura que daba paso a un bien formado caderamen,
nalgatorio acorazonado, el tierno nudo de la cinta del delantal a la
altura del hueso sacro y su cabellera en cascada sobre la espalda
sedosa.
Al mirarla de frente desde mi asiento me pareció tan atractiva que
me hizo pasar saliva y despertó mi pensar lascivo, a mí, que en
estas cosas del sexo suelo limitarme a los placeres solitarios
sustentados en la narrativa rijosa y las láminas de Penthouse.
Sólo pienso en mi profesión de ingeniero de las basuras,
especializado en rellenos. Sin otro encanto que mi timidez
invencible. Pero por algo llegué a esta ciudad donde me trataré de
reponer de mis represiones.
Con una actitud entre pizpireta y coqueta, me enumeró los bocados
disponibles en el buffet, que se ofreció a traerme ella misma a la
mesa.
Cuando le manifesté de mis preferencias, la limonadita rosa con
miel, el parfait de frutos rojos, los huevos benedictinos con lomo
canadiense, los molletes con queso de cabra y el chocolate belga
caliente
me susurró que también me podía prestar el servicio de subirme el
desayuno a la habitación. Le pedí que lo hiciera a partir de mañana.
2.
Llega con el carrito portando una enorme bandeja con los mismos
requerimientos de ayer.
Me levanto en
piyama y me da una poca de vergüenza y de orgullo que se me note la
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empinadura.
“Puedo acompañar al señor mientras desayuna, no tengo prisa”, me
dice,
y permanece contemplándome mientras me aplico en el desayuno. Por
poner algún tema le inquiero por su procedencia.
Me habla de su infancia en Titiribí, que es un municipio aurífero en
el suroeste antioqueño con nombre de pájaro y de cacique,
Allí había tenido
sacrílegos amores, a los 17, con el sacristán de la iglesia, tres
años mayor que ella, quien le voló el virgo en la sacristía.
Luego del aborto, costeado por el padre, huyó de la casa
y en Medellín le dio refugio un tío, quien luego de ofertarla por
todas partes la colocó en el hotel
donde lleva desempeñándose un año y medio.
“¿Se le ofrece algo más al señor?”, me dice, obsequiosa, sin dejar
de mirarme la empuñadura. Entiendo perfectamente.
3.
Azuzado por los Sonetos del Aretino, que mantengo sobre la mesa de
noche, y del cual tengo resaltado “Zámpalo por detrás” que se me
ocurría impracticable, dada mi proverbial recato y las reticencias
al respeto de mi señora,
perdiendo todos los escrúpulos me le acerco por la retaguardia, le
rozo la bragueta y le sugiero con ternura que me permita sobársela
por encima.
“Adelante, nada me asusta. En el instructivo me enseñaron que así
comenzó, en el Hotel Mayflower, en Washington,
el ejecutivo John Boswell el día de la posesión de Trump, mientras
le decía a la camarera: ‘Esto está muy bueno. Me gusta esto’. ¿Cómo
le parece el vergajo? Se salvó de la cárcel pero tuvo que
compensarla con un platal. Pero conmigo no tenga cuidado.”
“Pues yo estoy que le digo lo mismo y a la única posesión que quiero
asistir es a la de sus posaderas, si me permite”.
“Pues siga adelante no más. Hay que saber ganarse la vida. Veo que
el señor es de plata”.
“De plata martillada”, le digo, mientras procedo a sumergírselo y a
martillarla con energía. Ella lo mueve al compás del reloj, como si
estuviera bailando rock. Es mi primera incursión por la grieta que
aprieta y donde no quepo del gozo. “Veo que le gusta”.
“Ni más faltaba. No soporto un aborto más. Como comprenderá, este
bocado extra no está incluido en el servicio. La propina es
voluntaria pero espero que sea tan generosa como lo que está
disfrutando.”
Luego de la erupción del Vesubio y del espantoso rugido le meto un
buen fajo de billetes en el bolsillo del delantal. Los honorarios de
mi conferencia sobre Recolección de basuras en la Edad Media,
contratada por un aspirante al oficio actual.. Quedo sin un centavo
y orgánicamente deshilachado.
4.
Un relámpago me pasa por la mente
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¿Y qué tal que me
suceda lo de Strauss- Kahn, el jefe del Fondo Monetario
Internacional
—millonario casado
con una de las mujeres más bellas y sensuales del mundo que
seguramente lo mantiene a pan y agua pero sin pan—,
quien fue expulsado del cargo y juzgado porque violentó a la
camarera Nafissatou Diallo, poniéndola a succionar arriesgándose al
tarascazo
y quien con su denuncia le hizo pagar una escandalosa indemnización
por el lánguido polvorete?
Yo en este caso sí no me dejaría interpretar por el hipócrita de
Gerard Depardieu en ninguna película. Hizo un papel de maravilla y
salió a declarar por la prensa que el personaje era despreciable.
La diferencia es
que uno debe saber hacer bien las cosas, no estoy violentando a
nadie, empezando porque quien comenzó con el acoso fue ella, la
camarera.
Además, es la primera y será la última vez que me embarco en un
rollo de estos.
5.
“¿Con quién tuve el honor?”, le pregunto. Me dice el nombre de una
linda flor que me reservo porque lo cachondo no quita lo caballero.
“¿Y usted?” “Llámeme Dapardieu”, le respondo.
Hay que cuidarse. Están de moda las denuncias por acoso sexual, así
sea por un piropo, una picada de ojo o una simple tocada de culo. El
hombre acosa y la mujer acusa. Y así la cosa haya sido al revés el
hombre lleva las de perder, pues las féminas se le vendrán en
gavilla con toda la resonancia en las redes enredadoras.
6.
Apenas voy terminando le suena el walkie talkie para anunciarle que
la esperan en el cuarto contiguo para que retire la loza.
Cuando más tarde retorna a retirar la mía me dice, mientras sigo
haciendo lo posible por reponerme, y por conjurar el aterrador
complejo por haber incurrido en la sodomía,
que como se trataba de buffet podía repetir, cariñito. “¿No tienes
más más ganas?”
Me dan ganas de denunciarla. Pero, ¿quién va a creerme?
7.
Envío:
Y ahora no me vayan a salir las adalid(a)s de la moral feminista con
que estoy menospreciando el género y el oficio.
Esta no es la confesión de ningún pecador sin arrepentir sino una
pieza literaria inspirada.
El hecho de que esté redactada en primera ´persona no significa que
el protagonista del escrito sea el infrascrito.
Ni siquiera en la ociosa historia registra un nombre para el
catedrático basuriego ni para su audaz seductora, para la ciudad no
el hotel.
Yo sólo escribo hasta donde me dicta la Diosa.
Medellín,
Julio 2018
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