Por el
Boulevard del río
Por: Jotamario
Arbeláez
Soy invitado, a través de Aura Lucía Mera, al Festival Oiga Mire Lea
que me tributará un homenaje y presentará mi libro Mi reino por este
mundo, edición del FCE. Mi anfitrión Leonardo Medina me invita a la
presentación en la Universidad del Valle del concierto de Ajazzgo
2023, que dirige Diego Pombo.
En medio del concierto un joven con aire de ultratumba que dice ser
fanático mío, me ofrece respetuoso un poco de cannabis, pero le
contesto con mi frase manida de que “fumé marihuana hasta que me
supo a cacho”. Me dice entonces que lo que requiero es un poco de
MDMA, el famoso éxtasis, que distorsiona la percepción sensorial y
temporal. Y que lo probara mañana porque dormido para qué. Me ganó
la curiosidad.
Muy bien, bañado y afeitado y bien locionado llego al Hotel
Boulevard del Rio, donde me alojo con desparpajo. Voy con el
milloncito en efectivo que me pagaron por participar en el Festival
anterior de poesía de la ciudad y lo pongo en la mesa de noche. El
hotel está enfrente de Bellas Artes, a cuya puerta encontré una
noche de 1961, ¡hace 62 años, cómo olvidarlo!, a esa modelito de
bellas artes que sabía hacer lo propio sin ropas, pero que aún
vestida era una belleza digna de Malthus. Por consiguiente me dije:
Esta es la mía, y le piqué arrastre. La historia completa con
infeliz final después de un glorioso forcejeo de siete años la vengo
narrando a la manera de Miller en Mi crucifixión rosada y en Nada es
para siempre de modo que para qué la repito.
Accedí a la droga del amor y salí del hotel a dar una caminata por
la Avenida Colombia que ahora se denomina Boulevard del rio, y en
una esquina hay una venta de licores cuyo aviso reza Boulevard del
río, en el edificio que los caminantes identifican como el del
Boulevard del río. Compré un vino para sentarme en un escaño de
enfrente a ensoñarla. El primer amor de mi pícara vida. De pronto la
puerta de antaño se fue abriendo con unos tenebrosos crujidos. Venía
con el mismo traje del día en que definitivamente rompimos, debido a
que descubrí que me estaba poniendo los cuernos que por lo demás me
los había puesto todo el tiempo de nuestra convivencia. ¿O de qué
creía yo que vivía? ¿De que la pintaran en bola? Ese día me recordó
la frase con que Gonzalo Arango me introdujo en Bogotá: “Les
presento a Jotamario, 20 años, no un poeta cualquiera sino el más
joven gigoló de la poesía colombiana”. ¿Y es que no sabía qué quería
decir la palabra gigoló? Yo ahora con 82 y ella de 27. Se me acercó
y me dijo: No cambias. Claro que no cambio, para qué y por quién voy
a cambiar. Estoy en el hotel Boulevard del Río, acompáñame. Y pronto
llegamos. Pero hubo el inconveniente de que no la dejaban acceder a
la habitación. No te preocupes, me dijo, sube tú. Entré al baño del
primer piso, oriné y subí. Ella ya estaba sobre la cama, como
posando para un cuadro de Courbet.
El reencuentro fue
absolutamente sublime. Repetimos las torvas sutilezas de nuestra
convivencia risueña. Más que vivir un sueño era saberse tirando con
un fantasma, por demás adorado. Cuando pasó el efecto del sildenafil
que tuve la precaución de ingerir en el orinal, ella se fue
vistiendo, y yo le expresé las gracias por semejante
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experiencia
paranormal. Cómo que gracias, murmuró ella, y qué cuento de
paranormal, ¿es que no me vas a pagar? Cómo le voy a pagar a un
espíritu, por más cola que me haya dado, eso no se ha visto ni en
las películas. Cómo que espíritu, maricón, no sabes lo que me costó
sobornar al portero, al ascensorista y a la camarera. ¿Y no sabes lo
que me cuesta retornar al sitio en que vivo, que no es la covacha
donde pernoctamos 7 años y de donde salí para darte esta sorpresa
que es una cortesía del éxtasis que ingeriste gracias a la largueza
de mi actual amigo? Quedé lelo. Dejé que se llevara el milloncito de
la mesa de noche, que para eso en este evento me iba a ganar otro
tanto, pero eso si, le dije que nunca más volviera, y que le dijera
a su actual amiguito que no me ofreciera más éxtasis, porque podría
terminar llegando a casa sin un chimbo, como se decía antes.
Soy invitado, a
través de Aura Lucía Mera, al Festival Oiga Mire Lea que me
tributará un homenaje y presentará mi libro Mi reino por este mundo,
edición del FCE. Se dice que la mayoría de los homenajes se tributan
cuando ya el héroe ha caído. Pero conmigo lo han hecho en forma
exagerada, merecida o inmerecida, tanto vivo como cuando estuve
muerto por cinco horas dada una falsa noticia. A lo mejor cuando
muera de verdad lo que venga sea borrarme del mapa, como creo que ya
se está tramitando.
Anoche mi anfitrión estrella Leonardo Medina me invito a la
presentación en la Universidad del Valle del concierto de Ajazzgo
2023, que ha mantenido vivo Diego Pombo, contrarrestando las
condenas presupuestales alcaldeístas con el lema “Gallo fino no se
rinde.” Impactante la presentación del maestro Hernán López Nussa
con su grupo “Habana a la gran manera”. En medio del concierto un
joven con aire de ultratumba que dijo ser fanático mío, me ofreció
respetuoso un poco de cannabis, pero le contesté con mi frase manida
de que “fumé marihuana hasta que me supo a cacho”. Entonces me dijo
que si prefería algo de perica a lo que le contesté que ni de los
palotes porque no quería ver el mundo mejor de como lo estaba
viendo. Me dijo entonces que lo que requería era un poco de MD, cuyo
efecto viviría al otro día, y me lo puso en la lengua. No podía
pecar de pacato.
Muy bien, bañado y afeitado y bien locionado llego en un taxi que no
me cobra al Hotel Boulevard del Rio, y me alojan en la misma suite
donde estuve hace un año, cuando deje una peineta el lado del cajero
del guardarropa. que encontré intacta. Voy con el milloncito en
efectivo que me pagaron por participar en el Festival anterior de
poesía de la ciudad y lo pongo en la mesa de noche. El hotel está
enfrente de Bellas Artes, a cuya puerta encontré una noche de 1961,
¡hace 62 años, cómo olvidarlo!, a esa modelito de bellas artes que
sabía hacer lo
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propio sin ropas,
pero que aún vestida era una belleza digna de Malthus. Por
consiguiente me dije: Esta es la mía, y le piqué arrastre. La
historia completa con infeliz final después de un glorioso forcejeo
de siete años la vengo narrando a la manera de Miller en Mi
crucifixión rosada y en Nada es para siempre de modo que para qué la
repito. Busquen los libros.
Del hotel salí a
dar una caminata por la Avenida Colombia que ahora se denomina
Boulevard del río, y en una esquina hay una venta de licores cuyo
aviso reza Boulevard del río, en el edificio que los caminantes
identifican como el del Boulevard del río. Compré un vino para
sentarme en un escaño de enfrente a ensoñarla. De pronto la puerta
de antaño se fue abriendo con unos crujidos como de Hitschcock.
Venía con el mismo traje del día en que definitivamente rompimos,
debido a que descubrí que me estaba poniendo los cuernos que por lo
demás me los había puesto todo el tiempo de nuestra convivencia. ¿O
de qué creía yo que vivía? ¿De que la pintaran en bola? Ese día me
recordó la frase con que Gonzalo Arango me introdujo en Bogotá: “Les
presento a Jotamario, 20 años, no un poeta cualquiera sino el más
joven gigoló de la poesía colombiana”. ¿Y es que no sabía qué quería
decir la palabra gigoló? Yo ahora con 82 y ella de 27. Se me acercó
y me dijo: No cambias. Claro que no cambio, para que voy a cambiar.
Estoy en el hotel Boulevard del Río, acompáñame. Y pronto llegamos.
Pero hubo el inconveniente de que no la dejaban acceder a la
habitación. No te preocupes, me dijo, sube tú. Entré al baño del
primer piso, oriné y subí. Ella ya estaba sobre la cama, como
posando para un cuadro de Courbet.
El reencuentro fue absolutamente sublime. Repetimos los polvoretes
más escalofriantes de nuestra convivencia risueña. Más que vivir un
sueño era saberse tirando con un fantasma, por demás adorado. Cuando
pasó el efecto del sildenafil que tuve la precaución de ingerir en
el orinal, ella se fue vistiendo a partir de la pantaleta y demás, y
yo le expresé las gracias por semejante experiencia paranormal. Cómo
que gracias, murmuró ella, y qué cuento de paranormal, ¿es que no me
vas a pagar? Cómo le voy a pagar a un espíritu, por más cola que me
haya dado, eso no se ha visto ni en las películas. Cómo que
espíritu, maricón, no sabes lo que me costó sobornar al portero, al
ascensorista y a la camarera. Y no sabes lo que me cuesta retornar
al sitio en que vivo, que no es la covacha donde pernoctamos 7 años
y de donde salí para darte esta sorpresa que es una cortesía del MN
que ingeriste gracias a la largueza de mi actual amigo? Quedé lelo.
Dejé que se llevara el milloncito de la mesa de noche, que para eso
en ese evento me iba a ganar otro tanto, pero eso si, le dijo que
nunca más volviera, y que le dijera a su actual amiguito que no me
volviera a ofrecer del tal DM porque podría terminar llegando a casa
sin un chimbo, como se decía antes.
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