Pereira, Colombia - Edición: 13.185-765

Fecha: Domingo 31-12-2023

 

 COLUMNISTAS

 

-11

 

Antologia de poemas colombianos

 

 

Por: Jota Mario Arbeláez


La lectura en tinieblas

 

 

Mi padre no me dejaba leer la Biblia
ni el Manifiesto Comunista
para que no gastara la poca luz
que podía pagar para la casa.
Me quitaba el bombillo y dormía con él bajo la almo hada remordiéndole la conciencia
pero al pie de la cama de mi cuarto también roncaba la nevera
e instalado a los pies de mi cama con la nevera abierta
leía de la medianoche al canto del gallo
de la crucifixión de San Pedro cabeza abajo,
del intento de lapidación de Pablo en Listra
y de la pasada por la espada de Santiago en los Hechos de los Apóstoles,
de las tribulaciones de Panait Istrati,
las duras prisiones de Nazim Hikmet
y las torturas de Julius Fucik en su reportaje al pie del patíbulo,
hasta que se me helaban los huesos.


Alguien barre la casa

 


¿Quién estará barriendo el ala norte de la casa

donde vivió mi tía, esta hora

de la noche en que duermen los restos de la familia,

los que vamos quedando con más puesto en la mesa de los recuerdos,

si los vecinos han salido de vacaciones con sus niños y gatos y servidumbre

y el tío Emilio fue de pesca,

esta hora de lobo que espanta las pesadillas

y despierta medio litro de sed en el pozo de la garganta?

No creo que sea la abuela.

Desde su desdichado accidente descendiendo del autoferro

que obligó al fémur de platino y a renunciar a los tamales

que preparaba los domingos para toda su parentela

sabemos que por nada del mundo se atrevería a tomar el palo de escoba

y menos para ir a la medianoche

a barrer los recuerdos de la hija más querida

a quien el corazón le jugó una mala pasada

mientras pintaba la puerta de su cuarto con un sapolín amarillo

dejándonos sin sus cariñosas respiraciones al espejo de los ojos.
 

¿Será Jorge Girando? Imposible,

 

 

 

si su esposo ha salido de cacería

 

con los ojos llorosos desde el día de sus funerales

y hasta el sol de hoy que no ha vuelto con un venado.

¿O tal vez es el viento con sus pasos de escobilla de jazz en el eternit?

¿O el comején cenándose el entablado?

Pero el caso es que alguien está barriendo la habitación donde la tía Adelfa aromatizaba,

escuchaba el radioperiódico, pespunteaba en su máquina de coser

tarareando esos aires de la montaña

a los que de vez en cuando pone mi padre la música de un silbido.

Yo no creo en fantasmas y mucho menos en el fantasma de mi tía Adelfa,

quien murió vestida de blanco rodeada por la corte de sus sobrinas

escuchando un pasaje bíblico que mi hermano le susurraba.

 

Después de la guerra

 


Un día
después de la guerra
si hay guerra
si después de la guerra hay un día
te tomaré en mis brazos
un día después de la guerra
si hay guerra
si después de la guerra hay un día
si después de la guerra tengo brazos
y te haré con amor el amor
un día después de la guerra
si hay guerra
si después de la guerra hay un día
si después de la guerra hay amor
y si hay con qué hacer el amor


Proceso de un apretón de manos

 

Quien da la mano da lo mejor de sí

Señor mendigo reciba usted esta bella sentencia

La mano que se estrecha vale su peso en oro

La mano que se estrecha no oprimida por un guante

No oprimida por la estrechez de la boca del jarro

Donde antes hubo flores

No la mano atrapada en la puerta

Despachando dolor en los cinco sentidos

La mano lavada la mano sin pedantería

Con la que se levanta una hostia o se compra un helado

La mano derecha de la amistad es fuerte como la trompa de un elefante

Y se usa para bendecir a las gentes que oran

Se usa para levantar las valijas

Se usa para llevarse el pan a la boca

 

 

 

Se usa también a veces para quitarse el sombrero de la vida con un arma de fuego

La mano izquierda es una mano de pocos amigos

 

La mano izquierda es una mano llena de ostentación

Por eso la mano derecha no conoce la hora

Que está sonando en la mano contraria

Por eso la mano derecha es el lugar que ocupa tu mujer en la cama

Por eso la mano derecha es el amigo que anda colgado de tu hombro

Apretando fuertemente su pistola para defenderte

Manos que se estrechan no pesan nada

Escribió maravillosamente Paul Eluard doce años antes de mi nacimiento

Y yo estrecho la mano de Paul Eluard

Ahora podrida bajo los cementerios de París.

Una mano agitada por el viento de la despedida

Una mano quemada al calor del afecto

Una mano acariciando unas piernas inválidas

Esas tres manos hacen de mí

El mejor de los hombres posibles

 

El más humilde del universo

 


Tú me hiciste el primer poeta de Colombia que no tiene dónde sentarse a escribirte. Era tu papel por lo menos darme recado, hacerme silla, distraer tu mirada de vigilancia demasiado pesada sobre mis hombros, meterme unos peniques en el chaleco, no hacer el oso.

Pero en vilo cargaste mi peso pluma, a golpes de martillo me forjaste un nombre de

 

plata y del anonimato pasé a la clandestinidad a caballo. Me enseñaste a cantar pero me desconectaste el micrófono, aplaudiste en mi cara a mis enemigos, desprendiste botones de mi chaqueta.

Aprendí piano tus lecciones. Cuando creíste que ya tenía la máscara dura me lanzaste a las plazas con un garrote. Al regreso te reíste de mis heridas en la corona, me dijiste que era jugando, jaque mate con las más negras me diste.

Me encerraste en el patio de tu colegio. Aprendí con las uñas que debemos ser tierra con todo el mundo, te busqué por los cielos con mi manguera, me juré ser el más humilde del universo, y esa pasión malsana por los sifones que encarno desde entonces a tu cuenta la cargo en el occipucioe.

Menos mal que engañaste a muchos antes y después que a ti mismo.

Vueltos a ti los ojos en el momento precioso, yerro por la ciudad como en mis primeras edades. Y encuentro tantos Cristos sin credenciales que me da por creer que sólo uno es falso. Por cada redentor que llega al Calvario cuántos hay que se ruedan en el camino.

A patadas de risa me van matando. Salvación para los salvajes. De qué vale que te perdone si no te perdonas tú mismo. Vuelve a burlarte del espejo.

Ahora soy el Pastor que deambula mudo por las bocas del lobo jugando sus ovejas a la ruleta. La Rosa de los Vientres a mí. Las profecías en portafolios esperando su vencimiento. El amor me lava los dientes. Hágase el amor.

Del Calvario en las faldas también quedaron.

 

 

  

 

 

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