Retrato
del nadaísta cachorro
Por: Jotamario
Arbeláez
41. Árbol
de familia
Qué familia hemos
sido los Arbeláez Ramos, los del padre sastre de Rionegro Antioquia
don Jesús Arbeláez, hijo de Carlota, y Elvia la hija del sastre de
Ambato Ecuador don Luis Ramos y doña Zoila Raza.
Los Ramos Raza se vinieron para Cali con todos los arrestos de
sastrería y peor o mejor aún, con sus 12 sastres.
Habían oído que Cali era la capital de la elegancia y que los
hombres a pesar del calor usaban vestido completo, aun con chaleco,
sombrero y muy buen calzado, adquirido en los almacenes de la
carrera décima.
Jesús Antonio que andaba a caballo por los pueblos de Antioquia
acompañado de un burro lleno de paños ofreciendo sus confecciones a
los alcaldes y concejales también tuvo noticia de ese tibet del
esnobismo, vendió los equinos y se vino hacia la capital del Valle
en autoferro.
Tuvo la suerte de reemplazar a uno de los doce de la mesa de
sastrería de don Luis y allí conoció hasta el enamoramiento a la
dieciseisañera hija del jefe y le hizo la corte hasta doblegarla.
Del primer beso nací yo en la carrera cuarta del barrio San Nicolás,
que se compartía con la abuela Carlota, con su hija Adelfa y
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su marido Jorge Giraldo, gran
liberal a quien más se conocía como “Picuenigua”.
De los besos siguientes
surgieron Stella, Graciela y Toño, y en una segunda tacada María Eugenia, Marta,
Elizabeth y Cecilia.
Cuando la vecina explosión del
siete de agosto de 1956 papá, mamá y los tres mayores partimos para la casa que
papá había logrado con sus prolongados parcos ahorros en el barrio Jesús Obrero,
donde me iniciaría en la pachanga.
La abuela se iría con Adelfa y con Picuenigua para Bretaña llevándose a Toño, y
luego adoptarían a Martha pues Adelfa resultó infértil.
Por no haber seguido carrera y meterme de poeta desde antes de los 18 fallé en
la responsabilidad familiar y me precipité por los precipicios y rodé por las
faldas y me propuse cambiar la arquitectura del mundo cuando no había sido capaz
de arreglar el techo de casa.
Menos mal que las hermanas se desempeñaron en empleos favorables, lo que nos
permitió ir progresando hasta lograr adquirir casa en San Fernando.
Allí pasó papá feliz sus últimos tiempos si la felicidad fuera compatible con el
cáncer de colon.
Lo acompañé durmiendo en su cama y leyéndole -ahora me doy cuenta de la
crueldad-, los relatos de la violencia en Colombia que él y Picuenigua conocían
mejor que yo.
Qué dolor la muerte del padre pero qué milagro me trajo pues automáticamente
después de ella me llamó la publicidad y pude comenzar a ganarme la vida que
mantenía en saldo rojo. Y hacer al fin les debidas consignaciones para la casa.
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Mis hermanas andaban en sus
noviazgos. Stella que trabajó en Fantasías femeninas terminó casándose con
Héctor Velásquez y de ese matrimonio surgieron Gustavo, Luz Stella y Johanna.
Era un tipo pujante pero
rezongón contra el mundo pues a cada punto de su funcionamiento le veía el
pierde.
Tenía sus resabios pero era amoroso, generoso y pundonoroso.
Martha viajó a los Estados Unidos y de allá regresó años más tarde con Carlos
Humberto Barragán y aquí dieron a luz a Dalila, quien casó en Usa con un Daniel
Benz y de allí surgió Émelie.
Mariú casó con su primo Carlos
y dieron a lumbre a Lina Marcela y Carlos Mario.
Elizabeth tuvo a Andrés Felipe y a Adrianito en su feliz unión con don Andrés
Castro.
De una trombosis murió mamá. La que centralizaba las reuniones con su orgullo y
con su elegancia maduras después de haber pasado las verdes.
Nos arropamos todos con un dolor que no cesa. Y luego la muerte de Mariú, la que
nos arropaba con su ingenio y alegría generosa.
El romance de Graciela Edilma
fue de leyenda. Se conoció con Harold Sánchez en la misma oficina de viajes y
despegaron por su cuenta al romance más intenso del que tengamos noticia desde
hace sesenta años.
No hubo nunca un día de separación. En la casa familiar Harold era siempre quien
ponía el tema y exponía sus teorías con una profundidad no exenta de humor.
Con su muerte a todos los suyos el dolor se nos aposentó en el alma. Ay mi
Chelita.
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