LA PARTIDA, DE MONIQUE SAVDIE
Por: Jotamario Arbeláez
Qué país
sería Colombia si nadie matara a nadie, si nadie asaltara a nadie,
si nadie secuestrara a nadie.
Pero desde que salimos del Paraíso con una mano adelante y otra
atrás por una justificable desobediencia,
nos va a costar tiempo y esfuerzo y víctimas el poder regresar.
De la
muerte no se retorna, de los bienes robados se termina por
resarcirse, del secuestro hay la enorme alegría de la libertad,
cuando ocurre,
así se siga viviendo con una muerte en el alma por haber pasado todo
el tiempo en el filo de la sierra y de la navaja, por haber vivido
en tal forma desesperación y desesperanza.
Muchos
ciudadanos que del secuestro volvieron se sintieron en la necesidad
y casi en el deber de narrar su calvario, y lectores tienen, que lo
digan los editores, pues nada es tan atractivo como una tragedia
bien condimentada.
No para alegrarse por ellas, pero del sufrimiento humano se
nutrieron Shakespeare y Woody Allen, y no podemos quejarnos del
legado que recibimos.
De la carnicería de Troya debido al arrebato libidinoso del príncipe
Paris nos quedó la reina de las epopeyas.
Pero eran tiempos en que los guerreros eran quienes manejaban los
reinos y los imperios para ocupar su lugar en la tierra y en la
historia.
Ahora que ya está escrita toda la historia, sí es una vergüenza
continuar con la depredación, el asesinato y el secuestro.
Con este lexicón común a esta evocación infamante compone Monique
Savdié, en 45 párrafos tocados de poesía, y con la
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paciencia, el rigor y el ingenio de
un consumado ajedrecista,
la historia en acordeón de La
partida, publicada con exquisita filigrana por la valiente y sorprendente Ícono,
editorial la más cercana de mis afectos,
donde narra el periplo del plagio de
Dany, de acuerdo con las 24 jugadas dobles de La siempreviva, famosa partida de
ajedrez jugada por Adolf Andersen, polaco, y Jean Dufresne, alemán, en Berlín,
en 1852, y que es considerado un match insignia del juego ciencia.
¿Qué tiene que ver el ajedrez con la literatura? Me limitaré a un caso narrado
por el ruso Vladimir Nabokov, mi escritor favorito, no porque su personaje
Humbert Humbert hubiera seducido,
o dejándose seducir, como alegó ante el jurado, por Dolores Haze, lolita de 12
años, interpretada deleitosamente por Sue Lion en la película de Kubrich,
sino por su pasión por el ajedrez, que dejó consignada en su novela La defensa
Luzhin, de la cual hizo Marleen Gorris una notable película, protagonizada por
John Turturro.
El maestro ruso viaja a Italia, a Como, a celebrar una partida y allí impone su
recién creada ‘defensa’, mientras juega a su vez su partida amorosa, que termina
en suicidio.
Pero lo interesante, tal como lo señala Vladimir en el prólogo, es que “dota a
la descripción de un jardín, de un viaje, de una secuencia de incidentes
ordinarios, con la apariencia de un juego de habilidad y, especialmente en los
capítulos finales, con la de un ataque de ajedrez regular que demoliera los
elementos más profundos de la razón de pobre tipo”.
¿Y qué tiene que ver el ajedrez con el secuestro?
En la pasada Feria del Libro Planeta me invitó a presentar El triunfo de la
esperanza, de Sigifredo López, el único sobreviviente de los 12 diputados del
Valle secuestrados por las FARC.
En este libro testimonial cuenta cómo las dos instancias que le permitieron
sobrevivir, desde luego aparte de la obvia de la esperanza de volver a ver a los
suyos, fueron la poesía y el ajedrez.
La primera en su intimidad para
guardar su confidencia amorosa con su mujer y con la vida y su capacidad de
recrear el mundo con la palabra durante los siete años que duró su infierno
y la segunda en la socialización con sus amigos, lo que les permitía abstraerse
de su dura condena.
Y se conmocionó cuando supo que Monique, allí presente, había escrito y lanzaría
un libro basado en el secuestro de su futuro
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compañero, con base en una partida de
ajedrez legendaria.
Como contrapartida nos
contó el tema de uno de sus cuentos aun sin escribir pero que guarda en su
abultada memoria,
y es el de que un secuestrado juega una partida de ajedrez con su carcelero, en
descampado, una noche, y en un momento dado se dan las alarmas de que pasa
bombardeando el avión fantasma y que corran todos a protegerse.
Pero los jugadores, por completo ensimismados y abstraídos en la partida, sin
deseo de dejarse ganar del adversario, permanecen frente al combativo tablero
hasta que caen abatidos por la metralla.
De modo pues que quienes disfrutan con la literatura del plagio y sus
consecuentes historias de amor, aquí tienen para solazarse, pues Dany, una vez
fue suelto por sus captores,
cayó en poder de la autora de la historia todavía por contar.
Y a quienes gustan de la literatura original y recursiva, admirarán un relato
despojado del patetismo propio de un tema que tiende a lo farragoso,
y más bien incurso en la economía de la piedra preciosa y del fino perfume. Y
quienes tienen preferencia por ediciones de artista, pues aquí tienen un objeto
precioso.
No me canso de admirar y elogiar con sinceridad las obras literarias y
artísticas de Monique Savdie, cosa que ella percibe que lo hago por una
nabokoviana galantería.
Lo que sé es que Monique es tenaz y persistente y no se arrostra ante ninguna
dificultad.
Así como coronó escalando las cimas del Tibet así suele coronar sus proyectos
artísticos, transida de amor y compasión por la criatura humana y despojando de
patetismo los temas más álgidos.
Cuando realizó la serie Examen de visión, apelando a la cartilla de los
optómetras, a pesar de que mantuvo sin alterar el texto periodístico con las
confesiones de los autores de las matanzas, apeló a un recurso plástico pleno de
esteticismo y significación, invitándonos a no hacernos los de la vista gorda
frente a la infamia.
Bien pensado, bien sentido, bien escrito y bien impreso, La partida es una
historia que se lee con placer a pesar del padecimiento del héroe, como se llama
en literatura a todo protagonista.
A lo que nos incita la autora con su elaborada y minuciosa minuta, es a expresar
nuestra abominación por una práctica horrible, que esperamos que más pronto que
tarde sea erradicada, para regresar al Paraíso, o por lo menos sentirnos en un
país de santos.
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