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Pereira, Colombia - Edición: 13.228-808 Fecha: Martes 19-03-2024 |
COLUMNISTAS |
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Retrato
del nadaísta cachorro
Por: Jotamario Arbeláez
Estamos sentados a la mesa del comedor Jorge y Adelfa, mi papá y mi mamá, mi tío Emilio y yo que acabo de llegar del partido de fútbol en el pasaje Sardi, luego de las clases de la mañana. La abuela nos sirve arroz y fríjoles con chicharrón y carne molida y las arepas barrigonas sin sal ligeramente doradas. En el cuarto de la tía, donde Arnulfo está ordenando los cartuchos de la escopeta de cacería de Picuenigua, por Radio Pacífico están transmitiendo el radioperiódico del mediodía. Como perdimos el partido contra la barra de la 22 ─que nos tiene armada la guerra a los de la 20─ y además me duelen las piernas por los correazos que me diera papá por haber pelado las punteras de los zapatos, no tengo apetito y he corrido el plato hacia el centro de la mesa, ante lo que mi mamá me hace abrir la boca a la fuerza apretándome los carrillos y tomando por su cuenta la cuchara me la introduce hasta el gaznate. Mi pataleta no deja escuchar la radio. Arnulfo aparece en el comedor con los ojos desorbitados y señalándose la oreja para que nosotros callemos. La abuela se acerca al radio y grita: ¡Hijueputas! ¡Mataron a Gaitán!
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Todos se levantan al tiempo volcando los trastos de la mesa. Jorge corre a su
cuarto a cargar la escopeta de cacería. Papá está lívido. Por la radio se dice
que el pueblo se ha sublevado. A la abuela le da un ataque pero no hay quien se
acomida a traerle el aguardientico. Adelfa corre a prender una veladora que
coloca en el suelo, al frente del retrato de hombre que era un pueblo, como
después le diría papá, quien lo había colgado con el brazo en alto en el
corredor al lado del mono Olaya. Picuenigua piensa que la muerte del “negro” hay
que cobrarla con la guerra contra los godos. Mi papá le recuerda a Jorge que
muchos liberales deben estar pensando lo mismo y que al primero que van a
acribillar va a ser a don Sixto, quien es conservador pero gran amigo de nuestra
casa. Entonces montan veloces en la camioneta y van a rescatar al amigo, a quien
encuentran debajo de la cama y lo sacan y trasladan camuflado a la casa del
doctor Rosales, el homeópata liberal a quien todo el mundo respeta, y lo dejan a
buen recaudo. |
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La turba armada se dirige a tumbar al gobernador Oscar Colmenares y pone en su
lugar a un amigo de casa, a Jordán Mazuera. Nos devolvemos para el barrio pero
en el camino vemos que la marabunta amotinada ataca La Voz del Valle y el Diario
del Pacífico. Tratamos de integrarnos, enardecidos por la ira popular que sin
entender compartimos, pero echamos a correr cuando escuchamos que allí viene el
ejército con severas instrucciones del coronel Rojas Pinilla de disparar a
matar. Es la primera vez que oigo hablar de este tipo. |
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