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Pereira, Colombia - Edición: 13.266-846 Fecha: Sábado 25-05-2024 |
COLUMNISTAS |
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Piedad con el que sufre
Por: Jotamario Arbeláez
Perder un hijo es
el dolor más grande para un ser humano. Se ha dicho, se ha repetido
y se ha terminado por aceptarlo. Preguntadle a María y a Charles
Lindberg. De ese sufrimiento difícilmente se reponen los padres. He
visto -y lo he sufrido en carne propia- a madres y padres
desquiciados por la desaparición de una hija o un hijo, al extremo
de no volver a pisar la tierra. "Mirad esta maraña de espinas", dice
el escritor Nabokov para describir su penar. Sucede que se pierden
en accidentes, o en asesinatos, víctimas del azar criminal, lo que
supone un imprevisto quebranto en los cimientos del alma. Pero
también sucumben bajo el peso de desgarradoras y prolongadas
enfermedades, para hacer más cruel el padecer del paciente y de sus
pacientes velantes. Y en algunos casos, por rabioso suicidio
impulsado por el mismo mal, por disturbios en el organismo como
efectos colaterales de una droga para una molestia corriente. Como
es el caso.
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como aconseja la Academia que se les diga, no es monedita de oro, como no lo es casi ningún escritor vivo. Se ha forjado un prestigio que le ha generado las previsibles malquerencias. Con los otros, como consigo misma, ha sido rigurosa, implacable y exigente. Su último premio le fue concedido por la Casa de América, en España, y a las pocas horas se despeñó la tragedia.
Recibió desde New York la
tajante noticia por el teléfono, de parte de su hija: "Mamá... se mató Daniel".
Luego del paroxismo, viajó con su esposo al edificio desde cuya terraza se
precipitara su niño, a recoger sus trebejos. Y como la literatura es y ha sido
su pasión y su centro, decidió a través de ella conjurar ese dolor y aun esa
muerte, expresarla sin ocultar las repelentes palabras esquizofrenia y suicidio,
y en menos de dos años tuvo listo el más conmovedor expediente. Como si
obedeciera un mandato: Parirás por segunda vez a tu hijo muerto con todo el
dolor de tu alma, la agnóstica se lanzó a hacerlo. Y lo logró. A partir de ese
libro, Lo que no tiene nombre, hoy Daniel tiene vida eterna gracias a la cuajada
obra inmortal de su madre coraje. Es un libro casi perfecto (no detecto el
defecto para sostener este casi) que va a permanecer en la historia de los
testimonios literarios, por su belleza a prueba de pesadumbre, a la manera de La
ceremonia del adiós, de Simone de Beauvoir.
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al destino ni a la crueldad de los dioses. A lo sumo, a los laboratorios que
producen el médicamente Roacután, contra el acné juvenil, que, de acuerdo con la
descripción de efectos adversos de uno de sus laboratorios, podría haber
desencadenado la esquizofrenia de su muchacho. Ella no lo afirma tajantemente,
no vaya a ser víctima de una demanda de las poderosas multinacionales que
trabajan la sustancia isotretinoina, y allí sí se le acaben de parrandear la
vida. Cuando quien debería demandar sería ella.
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