Pereira, Colombia - Edición: 13.273-853

Fecha: Jueves 06-06-2024

 

 COLUMNISTA

 

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“EDUARDO, EDUARDO”

Por: Jotamario Arbeláez

 

“¿Por qué ya no contestas al teléfono, Eduardo, Eduardo? / ¿Por qué ya no contestas al teléfono, si lo tienes a tu lado, Oh?” / “¡Oh! Porque aquí donde estoy no existe energía eléctrica. / No existe energía eléctrica ni ánimo para contestar a las propias preguntas, Oh!”

“Si estabas en lo mejor de tu vida y de tu obra, Eduardo, Eduardo, / si estabas en lo mejor de tu obra y de tu vida, ¿por qué dejaste que la flaca te apagara las luces, Oh?” / “Que me apagara las luces, venga, pero ni siquiera me dejó encender el último cigarrillo. / El último cigarrillo que pensaba que nunca se apagaría. ¡Oh!”

“Oh poeta del alma de quienes dejas, tus hijos, tus amigos y tus amores, / Poeta del alma de quienes dejas, Eduardo, Eduardo, ¿qué podemos hacer por ti desde este mundo breve, Oh? / “¡Las cuatro letras que dejé impublicadas bien podrían volverse públicas, Oh! / Son sólo cuatro letras o un poco más, que considero dejé por fin bien escritas y dignas de ser leídas. ¡Háblense con un editor que sepa valorarlas, Oh!”

“Así haremos Eduardo, Eduardo, ¡Oh! Velaremos por tu obra, por tus libros y por tu puñado de tierra, / donde tenías una piscina siempre llena de agua templada pero en desuso con esas tres palabras cruciales que resumirían tu filosofía del desapego: NADIE NADA NUNCA ¡Oh!”

 

 

A Eduardo Escobar, el poeta amigo de la vida que hace poco recibió tiquete para el viaje sin retorno, le envié hace muchos, pero muchos años -en reciprocidad por la “Canción de amor de J. Alfred Prufrok”, de Eliot, que me entregara-, una balada anónima escocesa del siglo XI, titulada “Eduardo Eduardo”, recogida por el obispo Thomas Percy en 1765, en Reliquies of 

 

 

 

Ancient Poetry, poema que nos rajó la cabeza. Con base en él me permití, con ese irrespetuoso ánimo juguetón que me concierne, ensayar la anterior parodia.

Desde los comienzos del Nadaísmo, ese estrepitoso movimiento social y literario nacido en Medellín y Cali, como tantos otros percances, Eduardo se presentaba como un bello y talentoso arcángel nervioso en peligro de que el viento se lo llevara. Antes de que cumpliera los 20, el escabroso Elkin Gómez profetizaba: “Eduardito ¡lástima!, va a morir joven”. Y murió pasada la raya de los 80, mientras el arúspice fallecería hace añares, sin llegar a la setentena, en la casa de campo de Eduardo, francamente decrépito y en insoportable moribunda.

Éramos una sola persona con dos personalidades distintas. A él le gustaba la tierna tierra del campo y mí el duro cemento de las ciudades. Estaba siempre alerta con sus 5 sentidos que nada tenían de comunes. Disfrutaba de un olfato tan fino que le permitía determinar cada flor antes de encontrarla y los diferentes aromas del aire a cada hora de sol o de luna, en la calle o en la cama. Oídos de tísico para la música de tal o cual instrumento que no le entraba por el uno y le salía por el otro sino que le entraba por los dos al tiempo y allá adentro quedaba por lo que era un concierto ambulante sobre la silla del escritorio o el lavatorio. Un sentido gourmet del gusto por las carnes bien adobadas o desnudadas y derramadas con vinos de viejas cavas. Un tacto desarrollado para ser acariciado o acariciar como a menudo poco tacto en sus personales declaraciones políticas; Y menos mal que sin antiparras no veía bien a más de dos metros porque donde clavaba el ojo solía clavar la bala de sus antojos.

Tuvimos muchos puntos en común y algunos en contra. A él le gustaba el tango y a mí el fox trot. A mí Sartre y a él Camus. A mí Humberto De la Calle y a él terminó por gustarle Uribe. Descache para mi inexplicable que significaba tirar por la borda el ideario del nadaísmo pero no viene al caso hacerle el reclamo ahora.

Cuando lo visité en Medellín para conocerlo me acogió con Dario Lemos en un triunvirato que los otros llamaron “Las flores del mal”, supongo que para no decirnos malditos por allegar a nuestros labios la yerba del desapego. Nos propusimos imprimir nuestras cartas cruzadas en un volumen que titularíamos El nadaísmo por correspondencia. Nunca lo hicimos pero esas cartas se fueron para el tomo que muchos años después preparó Eduardo con las cartas de todos, la Correspondencia violada.

Algunos (que deben ser uno solo) se preguntan que si el muerto es Eduardo por qué hablo al mismo tiempo de mí. Y contesto que porque era el amigo de carne
de mi uña y porque yo también he sido dado por muerto sin nada qué lamentar.

 

 

 

 

Dicen (el que debe ser uno solo) que cada vez que escribo sobre un amigo que se despacha o desparcha lo que hago es hacer crecer mi autobiografía. También Eduardo cuando escribía sobre mí escribía sobre los dos. Y lo mismo hace casi todo escritor en documento elegíaco.

Muchos incursionamos en la publicidad, en la que terminé doctorado: Amílcar Osorio, Jaime Jaramillo Escobar, Pablus Gallinazo, Jaime Espinel, y tangencialmente Elmo Valencia y Eduardo. Aparte de un copy que hizo para una lotería que me parece todo un cabezazo: “Salga de la de presión”, le abono ese llamado que hacía por los medios cada vez que editaba un libro: “Cómprenlo, ¡antes de que me agote!”. Días después de su partida, acudí a librerías en busca de algunos de sus títulos y me di cuenta de que se habían agotado antes que él, Oh. Se exhibe en cambio la reciente edición en Intermedio de “Escritos en contravía”. Zumo de sus columnas Contravía, que por cerca de 40 años compartió puntualmente con mi Contratiempo, en El Tiempo.

Era muy riguroso con su estilo, en el que buscaba siempre ese mot just de Flaubert. Los últimos años trabajó transformando y alargando sus poemas de la vida, en vista de su cambio ideológico, y dejó como testamento lírico Insistencia en el error, 30 poemas estrictos y dignos de los mayores honores. Él era así. Cuando uno lo felicitaba por un libro o un nuevo escrito de prensa, siempre decía: -Qué va, hombe, creo que me faltó revisarlo más.” Igual era Jaime Jaramillo Escobar, que recibía sus poemas por medio de revelaciones oníricas, que solo daba a la luz luego de trabajarlas por años. A lo que comentó el Profeta Gonzalo Arango: “Digamos que X-504 escribió un libro revelado y se pasó media vida puliendo la revelación”.

Recibí la noticia de la muerte de mi amigo por una llamada de su hija Raquel, mientras yo también me debatía en otra clínica por un ataque severo de pancreatitis en una incertidumbre de sangre anticoagulada y contra anticoagulada que acabo de superar. Era el amigo más antiguo que me restaba del movimiento, del cual quedo como el último de los “Trece poetas nadaístas” del primer libro. Menos mal quedan otros 20 de la segunda cochada y cientos por el mundo de posteriores.

Deja Eduardo una novela caudalosa, para mi gusto prodigiosa, en la que trabajó por 15 años en los altos de La Calera, Ejemplo de anamorfosis, que suspendió por un comentario soso de Álvaro Mutis. Últimamente había adelantado una biografía de su adorado maestro Fernando González, en cuya casa envigadeña Otraparte recibieron sus restos el homenaje final.

Contratiempo, La montaña mágica, Abril 3-2024

 

 

  

 

 

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