“EDUARDO, EDUARDO”
Por: Jotamario Arbeláez
“¿Por
qué ya no contestas al teléfono, Eduardo, Eduardo? / ¿Por qué ya no
contestas al teléfono, si lo tienes a tu lado, Oh?” / “¡Oh! Porque
aquí donde estoy no existe energía eléctrica. / No existe energía
eléctrica ni ánimo para contestar a las propias preguntas, Oh!”
“Si estabas en lo mejor de tu vida y de tu obra, Eduardo, Eduardo, /
si estabas en lo mejor de tu obra y de tu vida, ¿por qué dejaste que
la flaca te apagara las luces, Oh?” / “Que me apagara las luces,
venga, pero ni siquiera me dejó encender el último cigarrillo. / El
último cigarrillo que pensaba que nunca se apagaría. ¡Oh!”
“Oh poeta del alma de quienes dejas, tus hijos, tus amigos y tus
amores, / Poeta del alma de quienes dejas, Eduardo, Eduardo, ¿qué
podemos hacer por ti desde este mundo breve, Oh? / “¡Las cuatro
letras que dejé impublicadas bien podrían volverse públicas, Oh! /
Son sólo cuatro letras o un poco más, que considero dejé por fin
bien escritas y dignas de ser leídas. ¡Háblense con un editor que
sepa valorarlas, Oh!”
“Así haremos Eduardo, Eduardo, ¡Oh! Velaremos por tu obra, por tus
libros y por tu puñado de tierra, / donde tenías una piscina siempre
llena de agua templada pero en desuso con esas tres palabras
cruciales que resumirían tu filosofía del desapego: NADIE NADA NUNCA
¡Oh!”
A
Eduardo Escobar, el poeta amigo de la vida que hace poco recibió
tiquete para el viaje sin retorno, le envié hace muchos, pero muchos
años -en reciprocidad por la “Canción de amor de J. Alfred Prufrok”,
de Eliot, que me entregara-, una balada anónima escocesa del siglo
XI, titulada “Eduardo Eduardo”, recogida por el obispo Thomas Percy
en 1765, en Reliquies of
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Ancient Poetry, poema que nos rajó
la cabeza. Con base en él me permití, con ese irrespetuoso ánimo juguetón que me
concierne, ensayar la anterior parodia.
Desde los comienzos del Nadaísmo, ese estrepitoso movimiento social y literario
nacido en Medellín y Cali, como tantos otros percances, Eduardo se presentaba
como un bello y talentoso arcángel nervioso en peligro de que el viento se lo
llevara. Antes de que cumpliera los 20, el escabroso Elkin Gómez profetizaba:
“Eduardito ¡lástima!, va a morir joven”. Y murió pasada la raya de los 80,
mientras el arúspice fallecería hace añares, sin llegar a la setentena, en la
casa de campo de Eduardo, francamente decrépito y en insoportable moribunda.
Éramos una sola persona con dos personalidades distintas. A él le gustaba la
tierna tierra del campo y mí el duro cemento de las ciudades. Estaba siempre
alerta con sus 5 sentidos que nada tenían de comunes. Disfrutaba de un olfato
tan fino que le permitía determinar cada flor antes de encontrarla y los
diferentes aromas del aire a cada hora de sol o de luna, en la calle o en la
cama. Oídos de tísico para la música de tal o cual instrumento que no le entraba
por el uno y le salía por el otro sino que le entraba por los dos al tiempo y
allá adentro quedaba por lo que era un concierto ambulante sobre la silla del
escritorio o el lavatorio. Un sentido gourmet del gusto por las carnes bien
adobadas o desnudadas y derramadas con vinos de viejas cavas. Un tacto
desarrollado para ser acariciado o acariciar como a menudo poco tacto en sus
personales declaraciones políticas; Y menos mal que sin antiparras no veía bien
a más de dos metros porque donde clavaba el ojo solía clavar la bala de sus
antojos.
Tuvimos muchos puntos en común y algunos en contra. A él le gustaba el tango y a
mí el fox trot. A mí Sartre y a él Camus. A mí Humberto De la Calle y a él
terminó por gustarle Uribe. Descache para mi inexplicable que significaba tirar
por la borda el ideario del nadaísmo pero no viene al caso hacerle el reclamo
ahora.
Cuando lo visité en Medellín para conocerlo me acogió con Dario Lemos en un
triunvirato que los otros llamaron “Las flores del mal”, supongo que para no
decirnos malditos por allegar a nuestros labios la yerba del desapego. Nos
propusimos imprimir nuestras cartas cruzadas en un volumen que titularíamos El
nadaísmo por correspondencia. Nunca lo hicimos pero esas cartas se fueron para
el tomo que muchos años después preparó Eduardo con las cartas de todos, la
Correspondencia violada.
Algunos (que deben ser uno solo) se preguntan que si el muerto es Eduardo por
qué hablo al mismo tiempo de mí. Y contesto que porque era el amigo de carne
de mi uña y porque yo también he
sido dado por muerto sin nada qué lamentar.
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Dicen (el que debe ser uno solo) que cada
vez que escribo sobre un amigo que se despacha o desparcha lo que hago es hacer
crecer mi autobiografía. También Eduardo cuando escribía sobre mí escribía sobre
los dos. Y lo mismo hace casi todo escritor en documento elegíaco.
Muchos incursionamos en la publicidad, en la que terminé doctorado: Amílcar
Osorio, Jaime Jaramillo Escobar, Pablus Gallinazo, Jaime Espinel, y
tangencialmente Elmo Valencia y Eduardo. Aparte de un copy que hizo para una
lotería que me parece todo un cabezazo: “Salga de la de presión”, le abono ese
llamado que hacía por los medios cada vez que editaba un libro: “Cómprenlo,
¡antes de que me agote!”. Días después de su partida, acudí a librerías en busca
de algunos de sus títulos y me di cuenta de que se habían agotado antes que él,
Oh. Se exhibe en cambio la reciente edición en Intermedio de “Escritos en
contravía”. Zumo de sus columnas Contravía, que por cerca de 40 años compartió
puntualmente con mi Contratiempo, en El Tiempo.
Era muy riguroso con su estilo, en el que buscaba siempre ese mot just de
Flaubert. Los últimos años trabajó transformando y alargando sus poemas de la
vida, en vista de su cambio ideológico, y dejó como testamento lírico
Insistencia en el error, 30 poemas estrictos y dignos de los mayores honores. Él
era así. Cuando uno lo felicitaba por un libro o un nuevo escrito de prensa,
siempre decía: -Qué va, hombe, creo que me faltó revisarlo más.” Igual era Jaime
Jaramillo Escobar, que recibía sus poemas por medio de revelaciones oníricas,
que solo daba a la luz luego de trabajarlas por años. A lo que comentó el
Profeta Gonzalo Arango: “Digamos que X-504 escribió un libro revelado y se pasó
media vida puliendo la revelación”.
Recibí la noticia de la muerte de mi amigo por una llamada de su hija Raquel,
mientras yo también me debatía en otra clínica por un ataque severo de
pancreatitis en una incertidumbre de sangre anticoagulada y contra anticoagulada
que acabo de superar. Era el amigo más antiguo que me restaba del movimiento,
del cual quedo como el último de los “Trece poetas nadaístas” del primer libro.
Menos mal quedan otros 20 de la segunda cochada y cientos por el mundo de
posteriores.
Deja Eduardo una novela caudalosa, para mi gusto prodigiosa, en la que trabajó
por 15 años en los altos de La Calera, Ejemplo de anamorfosis, que suspendió por
un comentario soso de Álvaro Mutis. Últimamente había adelantado una biografía
de su adorado maestro Fernando González, en cuya casa envigadeña Otraparte
recibieron sus restos el homenaje final.
Contratiempo, La montaña mágica, Abril 3-2024
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