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Pereira, Colombia - Edición: 13.275-855 Fecha: Domingo 09-06-2024 |
COLUMNISTAS |
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Retrato del nadaísta cachorro
El sueño de la abuela
Por: Jotamario Arbeláez
Todos los sueños
son extraños, pero abuela tuvo el más extraño de todos y nos lo
contó esta mañana en la mesa del desayuno. Todavía estaba aterrada,
se le veía en el semblante, por lo general pálido e inexpresivo.
Estábamos con ella, que servía el chocolate, las arepas con queso y
mantequilla y el ‘calentao’, Jorge y Adelfa, Jesús y Elvia, y yo,
que ya salía para la escuela.
En la pieza estaba mamá, en combinación, destendiendo la cama. Se devolvió hacia la sala contigua a la habitación de los tíos y los encontró sentados en sendas butacas, Jorge con una copa de aguardiente en la
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mano y Adelfa sirviéndose un trago de la botella. Alarmada, me buscó por toda la casa y me encontró en el inodoro del fondo, sentado sobre la taza con un gesto de cólico. En el camino se tropezó con el perro, con Tippy, también de piedra, quien por primera vez no ladró.
Después de que terminó de contar su sueño se hizo el silencio. Todos tragábamos grueso. Quién sabe lo que querrá decir esta pesadilla, dijo la abuela. Porque todos los sueños tienen su traducción en señales. Mi mamá dijo que Cecilia, la inquilina de la pieza de atrás, había estudiado la interpretación de los sueños con un profesor austriaco, y que la esperáramos a la noche, cuando llegara de su oficio en la platería, para ver si nos daba luces.
Cecilia llegó de malas pulgas,
por cuanto se había perdido un brazalete y si no aparecía se lo iban a cobrar a
todos los empleados. Mamá le ofreció una taza de mazamorra con panela y le dijo
que se sentara con nosotros pues misiá Carlotica había tenido un sueño muy raro
que ella de pronto nos sabría descifrar.
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quien me decía “Tangüetico”, pues así llamaba yo a los taburetes, y luego de
lavarse delante de nosotros las manos engrasadas en el lavamanos del comedor,
dijo dirigiéndose a su moza, como figuraba nuestra delicada inquilina: “A que no
sabes lo que te traje. Te vas a desmayar de la dicha”. Y sacó del bolsillo de
atrás de su mono, envuelto en papeles encrespados, una cajita roja con fondo de
terciopelo que destapó ante nuestros ojos, nada menos que una diadema de oro
engastada en piedras preciosas, que le alargó a su adorada.
Esta se puso roja de la furia, le dijo que esa era la pieza que se habían robado
hoy en la platería, que de dónde la había sacado. Y él le contestó que se la
habían ofrecido en el taller a un precio que él no pudo resistir y que había
invertido en ello el canon mensual del alquiler de la pieza. Y ahora yo con qué
cara me quedo con esto, y cómo la voy a devolver a la empresa, donde van a
pensar que fui yo quien me la robé y a lo mejor me echan.
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