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Pereira, Colombia - Edición: 13.328-908 Fecha: Martes 10-09-2024 |
COLUMNISTA |
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Gracias al Señor
Por: Jotamario Arbeláez
Gracias Señor –y
papá y mamá– por haberme concedido el don de la vida y los miembros
del cuerpo para gozarla. Por haberme permitido después del sedoso
reclusorio de nueve meses venir a templar al planeta tierra que
desde antiquísimos evos sostenía la presencia del hombre y sus
animales, vegetales y minerales. Por asombrarme frente a un
albatros, un hipocampo, un canguro, mis dos perros, un ornitorrinco,
una abeja. Por contemplar cada mañana cómo crecen la hierba, los
dientes de león y el roble de enfrente de mi ventana. Por abrir los
ojos a las noches de cuatro lunas, y en los amaneceres a un mismo
sol marcando tarjeta. Por permitirme levantar la cabeza para
contemplar el azul celeste azucarado de nubes. Y bandadas de aves en
sus vuelos vacacionales. Y al bajarla encontrar la hamaca sobre la
que me acuesto a repasar a las muchachas en flor que dejaron de
visitarme por elegir encerrarme en el aire libre del monte. Por
haber permitido retirarme del mundo pero no de sus placeres que
ahora disfruto en buen romance a pleno pulmón por las redes del
Internet.
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que creo que será mi tributo al mundo por medio de la palabra que se me dio para pulsar la belleza y para no callar ante los oprobios. Por haberme provisto de lágrimas para reír y llorar por lo que veía, oía, olía o sentía: las montañas que son la tierra aspirando al cielo, los ríos que generosos se dejan beber del mar, las lluvias que acarician las tejas de mi vivienda, lavan las copas de los árboles y me llenan la tina; el perfume de una gardenia el del cuello de la bienaventurada que yace a mi lado; los conciertos auditivos tanto de Mozart y Bach como Los muertos agradecidos; las amargas noticias de la violencia.
Por los editores de periódicos y revistas y libros que toleraron mis quejumbres en los tiempos de hambrunas y desamores, y los cantos opíparos cuando se dio vuelta la torta y comenzaron a lloverme del cielo bendiciones en forma de diezmos y primicias de ángeles alados e inhalados. Por no haberme llevado consigo la Muerte cuando la noticia de mi deceso sonó por los noticiarios y por haberme permitido contar el cuento que será publicado por editorial Planeta bajo el título Y vivo todavía que me sugirió Gaitán Durán. Por las seis hermanas y el hermano menor porta mejor que yo –al que no le interesó fama ni fortuna–, quienes me dieron amor del bueno y gracias por la casa paterna donde sigo teniendo cuarto con escritorio, televisor, biblioteca y hasta pisingo. Por las amantes ardorosas que me dieron a probar las papayas del paraíso y las brasas del infierno, experiencias indispensables para referir en mi romancero.
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Por el medio orbe de países donde puse los pies ligeros para leer mis poemas y escuchar en varios idiomas los aplausos consagratorios. Por los amigos que pagaron mis tragos iniciales y a quienes supe compensar con los tragos finales antes de despedirlos en ese bar barato de La última lágrima.
Por ponerme las gafas para leer a Homero, a Virgilio, a Dante, a Kafka, Kazantzakis, Miller y Nabokov. Por los libros que dejé sin leer, las botellas sin apurar y las potenciales amantes sin siquiera galantear con el gancho de mis piropos. Por haber disfrutado parejo de las carencias y las tenencias, pues aunque nunca fui rico he vivido una vida rica. Por haber ingresado al Nadaísmo que terminaría siendo La Cruz Roja del Resucitado, como me llaman ahora. Ah, y por haber tenido el privilegio de congraciarme contigo, Señor de los cielos y de las tierras, aunque no con la iglesia de Roma, que trata de redimir mi tocayo pontífice Jotamario Bergoglio. Por esos amigos azorados que interpretarán esta sincera oferencia como despedida o premonición de una pronta partida, como ya he escrito en los últimos años más de cincuenta. Pero no, estoy gozando de una salud de hierro forjado por no decir que de plata martillada, consagrado a beber buen vino, leyendo El Necronomicón y los Evangelios Apócrifos, y terminando de organizar Los días contados en diez tomos que serán mis memorias. Todas estas gracias van al Señor. Y, por qué no, gran parte de ellas a mi señora.
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