Pereira, Colombia - Edición: 13.330-910

Fecha: Sábado 14-09-2024

 

 COLUMNISTAS

 

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Amigos, no se mueran

Por: Jotamario Arbeláez

 

Perder a los padres, a los hijos, abuelos, tíos, sobrinos, a la pareja, es doloroso y es parte de los golpes que nos depara la vida como compensación por el don de habérnoslos entregado. Y tanto como ello es la pérdida de los amigos, esa otra parte de uno que lo mantuvo con vida. Respecto de la vida, son tan importantes los amigos como esas puntillas que impiden que se despeguen las suelas de los zapatos. En ellos uno se apuntala. Y por muy solitario que se sea como el llanero, necesita del amigo en todos los trotes. Ahora, con la llegada al buen o mal puerto de la vejez, se van yendo más rápido los amigos que antes, cuando se toteaban en accidentes geográficos o de enfermedades personalizadas –no endémicas, la endemia éramos nosotros a los que la muerta va vacunando.

Ahora comienza uno a sentir, por más sano que ruede con su esqueleto por el asfalto terrestre, que de un momento a otro irá tomando el rostro del que no refleja el espejo. Que se le están acabando, como las pastillas, los días que le fueron concedidos sobre la tierra, y que la tierra seguirá vegetando, mal que bien, pese a la contaminación y el desgaste, a pesar de

 

 

 

que uno ya es menos uno.

 

- No debes pensar tanto en la muerte y escribir sobre ella, así sea con tus sátiras satiriásicas, porque se puede sentir tentada a acercarte a leerte, y hasta besarte -me dijo el Ángel de la guarda que de vez en cuando se me hace visible y tangible en las medianoches de vigilia en La Montaña Mágica. Pero yo no le hago caso para que me siga visitando de vez en cuando a recriminar mi desobediencia. El único argumento que en cierta forma me acepta es que no puedo dejar ir a los amigos sin despedirlos, como vengo haciendo desde que perdí al primero de los cercanos, al profeta Gonzalo Arango, a quien sigo llorando cada vez que me siento al frente de su máquina de escribir a extraerle un poema, porque el procesador lo utilizo sólo para la prosa.

- Y ya casi todos los poetas del Nadaísmo se han ido, Amílcar Osorio, Dariolemos, Diego León Giraldo, Mario Rivero, Guillermo Trujillo, Alfredo Sánchez, el Nadaísta de Cartago, Augusto Hoyos, Alberto Escobar, Humberto Navarro, Jaime Espinel, Guillermo Bustamante, Raquel Jodorowsky, Rosa Girasol, Nelson Osorio Marín, Rocío Neuto, Mauro Castro, Elkin Gómez, Luis Darío González, Verano Brisas, Elmo Valencia, Jaime Jaramillo Escobar, más los niños nadaísta Luis Ernesto Valencia y María de las Estrellas. Hay muchos más, desde luego, amigos poetas y de la vida. Con las elegías que les he venido dedicando compondré el libro “Agenda de los adioses”, le sigo diciendo a mi ángel, quien me 

 

 

 

 

asesora en esto de los titulares. Y me dice: -Ponle mejor “Bienvenidos los que se van”. Así serás a la vez quien los despide y quien los recibe.

 

- Aceptado. Ese será el título. Me quedan en la tierra Eduardo Escobar, Armando Romero, Pablus Gallinazo, Patricia Ariza, Dina Merlini, Dukardo Hinestrosa, Pedro Alcántara, Pedro Blas y mi hermano Jan Arb. No tengo noticias ciertas de Eduardo Zalamea y de Malmgren Restrepo. Con todos, con los idos y con las quedos, he tejido parte de la existencia que nos fue dada, solidarios en las propuestas de una nueva belleza con las artes y la palabra y en defensa de la dignidad humana tan secularmente sojuzgada. Como Pablo Neruda le escribiera a una amiga, yo les diría a los míos: Amigos, no se mueran. Los necesito.

 

- Las amistades que te fueron dadas, tanto de tu grupo poético como de otras disciplinas y países, conformaron tu estructura de ser humano sensible. Edificación en la que participaron asimismo tus enemigos. Gracias a todos ellos ahora puedes sentirte entre los Seres Afortunados.

 

Y con estas palabras el hermoso ángel que me visita a devolverme a los sueños desaparece por la ventana que de La Montaña Mágica da a la Montaña Sagrada, a Iguaque. Me asomo a ver si los perros Dina y Monje duermen en sus perreras a pierna suelta. Llego al dormitorio donde mi mujer debe estar soñando a la vez con sus ángeles. Doy gracias al Cielo por los amigos que de él me llovieron.

 

 

  

 

 

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