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Pereira, Colombia - Edición: 13.332-912 Fecha: Martes 17-09-2024 |
COLUMNISTA |
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Contratiempo
Por: Jotamario Arbeláez
Artículo mortis
Desde hace ya varios años y sin saber por qué, viviendo en el campo, como si fuera un cadillo se me pegó el tema de la muerte en mis escritos para la prensa. Pero no como síntoma de desaparición inminente, sino como ejercicio lúdico de composición estilística con un tema ajeno a mi pluma. Y de tanto torear a la muerte ésta se me hizo presente por los periódicos mientras yo, en la Clínica Marly roncaba como un bendito reponiéndome de unos trombos. Esta información equívoca generada sin malicia en una reunión de poetas en casa de mi dilecto Fernando Herrera dio la vuelta al mundo y generó multitud de llorosos mensajes de despedida, como horas después de vivas, cuando se pregonó la también noticiosa resurrección.
Pasados
quince meses se sigue hablando del asunto. Tanto que el editor de no
ficción de Editorial Planeta, Diego Garzón, me llama para
contratarme la historia del suceso, y con ella, algunos de mis
escritos acerca de la vejez, el deterioro, el viaje final. El artículo anterior, Adiós a Dios, fue interpretado como un exceso de pesimismo y desasosiego, y eso que era todo un rezo converso hacia el Señor de los cielos y de la tierra implorándole por la vida en trance de mi amigo el poeta Eduardo Escobar, señor
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del
idioma, de mi amada legendaria la Maga Atlanta y la mía propia,
“por si las moscas”. |
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Otros de mis amigos nadaístas están igualmente padeciendo el cuerpo, en estado mucho menos crítico pues deambulan por las calles pateando piedras bajo el solazo, san Pedro y san Pablo Alcántara y Gallinazo, ya que de tanto escandalizar beatas terminamos mereciendo la beatitud, Santones Álvaro Medina, Rafael Vega Jácome, Armando Romero, Patricia Ariza y hasta mi hermano Jan Arb. No sé cómo andará Dukardo Hinestrosa, en Los Ángeles, con sus 91. Para ellos alcance la caricia de la sanadora mano divina.
El cuerpo médico, a partir de los
doctores Camilo Pachón y Elena Mora, me trata a cuerpo de rey desacompasado. Las
amables, sensibles y comprensivas enfermeras mariposean por el cuarto alrededor
de mi cuerpo todavía sólido, midiendo mis signos vitales. Y salen como un coro
de ángeles milagrosos con sus impolutos delantales y cofias.
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